EL JUGADOR QUE ELEGIMOS PARA QUERER

“Era el jugador por el que más afecto sentía, él que me generaba un cariño distinto. Como persona era despierto, muy inteligente, sin necesidad de que esa inteligencia tenga un título universitario. Y aparte se mantenía lejos del casete habitual de los demás, era un pibe muy genuino. En este momento, siento una especie de sensación vulgar difícil de describir. Me pongo a pensar: «¿Por qué no le pasó a uno de los tantos ingratos que hay por ahí?». Pero bueno, son sólo sensaciones, cosas que uno siente. Lamentablemente, el destino es así, no sigue ninguna ética, no tiene normas. Sólo ocurre”

Palabras de Alejandro Dolina ante la pérdida de Garrafa Sánchez

Nota Manuel López

La historia de garrafa se empezó a escribir aquel día contra Chicago. El 3 de septiembre del 2000, José Luís Sánchez, proveniente de Bella Vista de Uruguay se presentaba en el Florencio Sola. Banfield se impuso por 6 a 1 y el pelado la rompió. A partir de aquel día, se creó un lazo inquebrantable entre el público banfileño y el talentoso enganche.

En sus comienzos, repartía garrafas con su papá en el barrio de Laferrere. El mote garrafa tiene sus orígenes acá, en este oficio que había heredado de su padre. Vivía en una familia humilde, trabajadora y honesta. Muchas veces la plata no alcanzaba y era necesario rebuscárselas. Entonces, había que ir a buscar el mango a las canchitas del barrio. Así es como el garrafa irrumpió en los campeonatos de penales.

Jugador de potrero, nato. Un crack. No de esos tipos al estilo de Cristiano Ronaldo, sino más bien como un Bochini o un Borghi. Era una de esas joyas que se encuentran en los partidos de campito, que tienen la viveza que te dan las patadas de los tipos más grandes, las puteadas y el aguantarse lo que venga para curtirse el lomo.

Garrafa en su máxima expresión en Banfield
Garrafa en su máxima expresión en Banfield

Ya cuando estaba en Lafe los pibes lo cuidaban, no lo dejaban jugar. Había cumplido el sueño de muchos, jugar en el club del cual era hincha. Casi no hay registros de partidos, más que algún compilado donde se pueden ver algunos goles en el villero, el Porve y Banfield. De su paso por el país oriental, lamentablemente, no hay nada.

La llegada a Banfield se produce por pedido de cachín Blanco cuando lo vio jugar en El Porvenir. También tuvo algo que ver el yagui Forestello para que el DT lo trajera al taladro. Lo cierto es que no se equivocaron. El partido memorable fue contra Quilmes, la vuelta en la cancha del cervecero. Cómo olvidarse del paseo que les pegó a Ceferino Díaz, Braña, Mazzina y Pagés; cómo olvidarse del pase que le da a Forestello para que haga su gol, fue un “tomá y hacelo”.

El gordo no jugaba al fútbol, garrafa jugaba a la pelota, era un jugador de fulbo. Eso que muchos ya no hacen porque se perdió la esencia del deporte. En la cancha se divertía, llevaba el barrio en la sangre y en la zurda. Enganchar, pisarla, esconderla bajo la suela y poner en culo para que no se la saquen. Tenía las mañas que no se aprenden jugando en una escuelita de fútbol. Protestarle al línea que la pelota se había ido para que el defensor se desentienda de la jugada, eso te lo da el potrero.

Todos decían que no le gustaba entrenar y era mentira, se mataba en los entrenamientos. Era el primero en llegar a la práctica y el primero en ofrecerse para hacer los ejercicios. No vengan con mentiras diciendo que no soportaba entrenar, él quería jugar porque en el esquema de Falcioni era una pieza que no encajaba del todo.

Banfield fue el club que le dio la posibilidad de jugar en Primera. Tuvo la chance de jugar en Boca pero por andar en moto al otro día le dijeron que no se presentara más. Estaba prohibido usar motos, era una cláusula que pesaba en el club de la ribera. Bilardo lo vio pasar por la ruta cuando iban con Pumpido. Garrafa nunca se arrepintió, “¿qué iba a hacer?, no tenía otra manera de llegar”.

Era algo habitual verlo tirando caños, pisarla y pasarla entre las piernas de algún rival. A muchos jugadores les molesta que le tiren un caño, lo toman como una falta de respeto. En una entrevista dijo que nunca los hacía para cargar a los rivales; es más, dijo “que me lo tiren a mí y si vamos perdiendo se los tiro igual”.

Era imposible no quererlo, por estas cosas y por sobre todo por su humildad. Hasta había cautivado al negro Dolina que una vez dijo, “era el jugador que elegimos para querer”. Nunca mejor dicho. La magia no se perdió esa tarde del 8 de enero del 2006, nada más se fue para otro lado, a un lugar al que nosotros no podemos llegar. Sigue intacta porque perdura en el recuerdo de aquellos que tuvimos la fortuna de verlo y disfrutarlo. Al garrafa se lo extraña, la 10 lo reclama, son de esas partidas que duelen por siempre.

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