NUNCA PODRÉ OLVIDARTE, TANGO PORTEÑO

Si hablamos del tango, no hay fecha certera que determine un comienzo exacto. Dicen que empezó a asomar allá por 1880. Emparentado con los estratos más humildes y postergados de la sociedad, fue cobrando importancia con el correr de los años al punto de disipar barreras sociales y trascender internacionalmente. Tango es igual a decir Buenos Aires,  porteño o llevarlo como una marca propia. Sin embargo, muy pocos se han tomado el tiempo para escucharlo. A través de las siguientes líneas, una experiencia personal y mi llegada a esta disciplina artística. Por Manuel López

Generalmente, cuando somos chicos o adolescentes, adoptamos una postura poco permeable en cuanto a todo aquello que nos resulte desconocido. Puede suceder que tengamos una aproximación acerca de lo que se trata pero no resulta suficiente para que cambiemos de pensar. Probablemente, más de uno se sienta identificado con lo que digo. Claro está, con los años vamos madurando y lo que en un principio resultaba inconmovible o nos sigue atrayendo, mermó o en definitiva, ya no nos ata ningún apego. Puede sucedernos en las ramas deportivas, políticas o musicales. Esto es el cabal resultado del desarrollo de nuestro intelecto, producto de escuchar distintas opiniones, experiencias o lecturas que nutren nuestras consideraciones respecto de algo.

Enrique Santos Discépolo
Enrique Santos Discépolo

Todo este preámbulo es para contar una vivencia personal y que forma parte de la cotidianeidad de todos. No porque muchos lo escuchen, sino porque tienen conocimiento de lo que voy a contar y porque poseen una estructura en torno al género. En resumidas cuentas, estoy refiriéndome al tango. Realmente, comencé a disfrutarlo hace poco tiempo: sus letras, las melodías y la voz pulcra de Carlos Gardel -quien me introdujo- al ejecutarlo. Apelo a los recuerdos y el tango me remite a la casa de mis abuelos, a mi infancia, al fútbol y a la merienda debajo de la enredadera. Son fotos del pasado que despiertan alegría y tristeza. El tango en parte es eso, su génesis responde a la melancolía, a los recuerdos y a las penas.Carlos Gardel (1)

Sinceramente, no sabía lo que escuchaba, pero la única certeza era que la radio siempre estaba encendida con una canción de fondo. Mi abuela constantemente me hablaba de Carlos Gardel, del “zorzal criollo”. Era recurrente que me contara de su imagen, su presencia y de lo apuesto que lo consideraba. En cuanto a su voz, decía que no tenía comparación. Hay dos factores que, según mi perspectiva, se deben tener en cuenta: la forma en que cantaba sumado al sustento que le proporcionaban las letras. Esa ecuación tenía como resultado una mueca de alegría, una sonrisa o que se erizara mi piel. Ahí entendí lo que era escucharlo cantar.

Algo que sucedía habitualmente eran choques desde ambas partes. Por un lado yo, argumentando desde la nada misma que eso no era música y desde el otro lado, mi abuela o abuelo, refutando mí escuálido testimonio -también, claro está- desde un conocimiento invalidado. Ninguno de los dos se había dado el tiempo de analizar lo que el otro escuchaba; con lo cual, se había construido una verdad meramente dogmática.

Reitero lo dicho en un comienzo, con los años cambiamos, modificamos actitudes. Así, me hice el espacio necesario para escuchar el tango, para entenderlo y para que sea parte permanente de mi itinerario musical. Esto desencadenó en que quiera conocer más acerca de este estilo musical.

Resulta difícil ahondar en la historia de un género a través de una vivencia particular pero a través de las canciones pude transitar sus orígenes y hasta me sentí en la ribera del Riachuelo, en los conventillos y en los bailongos. También fui un mulato bailarín de aquellas academias de baile que congregaba a inmigrantes y marginados. Me fui hasta las carpas de la Recoleta y tiré varios cortes en más de un café. Me convertí en compadrito, visité los cabarets y aprendí lo rico del lunfardo. Lloré el desamor, bebí para olvidar y me cobijé en la muchachada. Llegué a París y pensé en Corrientes, Suipacha, Esmeralda y su mismo arrabal. Me acordé de mi viejita, del engaño de una mujer y de la barra.Ciudad (foto de fondo II) (1)

Al escuchar una canción, la sensación se convierte en mandato y es ineludible no ser parte de la historia. Se percibe la poesía y vienen a la mente recuerdos de algo que uno no vivió pero que se siente fresco y cercano. Hace pocos días pensaba qué me hubieran dicho mis abuelos acerca de mi descubrimiento, que estuve escuchando bandoneón arrabalero, adiós muchachos, cuesta abajo, milonga sentimental o bailarín compadrito. Que busqué e investigué sobre la prosa de Le Pera, Cadícamo o de Discépolo. Supongo que hubieran estado contentos y que el resultado habría sido una catarata de relatos acerca de su juventud que, por cierto, los conocía de memoria. No me hubiese importado y con total sinceridad, los estaría escuchando atentamente, debajo de la enredadera, con la radio de testigo y haciendo las mismas preguntas de siempre.

Deja un comentario

Descubre más desde comunicación popular

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo