LA MASACRE DE TLATELOLCO. EL TRISTE ANTECEDENTE DE AYOTZINAPA

La desaparición de 43 estudiantes tras una movilización de protesta en 2014 en Iguala, Guerrero, no es la primera tragedia que sufre el estudiantado mexicano. En 1968, el Estado ordenó la disolución del movimiento estudiantil de manera sangrienta. Crónica de una matanza indiscriminada. Por Diego Ferraro

No fue un año más en la historia. 1968 fue uno de los años más convulsionados a nivel mundial, un año de revoluciones ideológicas, una época donde los movimientos organizados de grupos de jóvenes hacían cimbrar los cimientos del conservadurismo de las sociedades occidentales. En julio de aquel año, todavía retumbaban los ecos de La Primavera de Praga, aquel proceso que luchaba en Checoslovaquia contra la burocracia que Stalin había dejado como herencia en la Unión Soviética y a todos los países que estuvieran bajo su órbita, para obtener un socialismo con rostro humano. O el Mayo francés, que comenzara con el movimiento de jóvenes de izquierda franceses que lograron adhesión mundial en contra de la llamada sociedad de consumo.matanza_tlatelolco_02102012

México no estaba exento del contexto mundial. El gobierno que lideraba Gustavo Díaz Ordaz desde 1964 era un gobierno democrático, si lo que entendemos como democracia es el derecho al voto; nada más lejano a la realidad en la ejecución del mandato del representante del tradicional PRI (Partido Revolucionario Institucional). El lema de campaña y de gobierno lo decía todo: “Paz social a cualquier precio”.

Para 1968, la opresión en los sindicatos, movimientos estudiantiles, medios de comunicación y otros campos habían generado un descontento generalizado en un amplio sector de la sociedad.

Un incidente interno en la Universidad Nacional Autónoma de México (en adelante, UNAM), desató una represión inusitada, dando como resultado una mayor organización del movimiento estudiantil y más de dos meses de ardua lucha entre el estudiantado y el gobierno nacional, que tendría un resultado devastador para los jóvenes y dejaría una mancha de sangre para siempre en la historia mexicana.

 

 

El comienzo de la discordia.

 

La UNAM y el Instituto Politécnico Nacional (IPN), son las dos universidades que más estudiantes acaparan en territorio azteca. Los partidos de fútbol americano, entre otras disciplinas, son tomados con gran rivalidad entre los estudiantes de ambas instituciones educativas. El 22 de julio de 1968, una pelea en un partido entre jóvenes de una división del IPN contra estudiantes de la universidad de Ochotorena (alineada por entonces a la UNAM),  sirvió de excusa al cuerpo policíaco de granaderos para desatar una ola represiva contra los estudiantes. Si bien en primera instancia se hicieron presentes en el lugar para disuadir la pelea, la situación fue aprovechada para ingresar en las instalaciones de la universidad, y detener a varios de ellos.

Entre los días 26 y 29 del mismo mes, varias escuelas entran en paro de actividades, y tanto los granaderos como el ejército ingresan por la fuerza a dichas instituciones. El mismo 29, dos marchas de estudiantes se desarrollan paralelamente en el Distrito Federal (encabezadas por el IPN y la UNAM, con sus respectivos alineados); la policía mantiene su postura y la represión deja decenas de detenidos y más de 500 heridos.

Desde el propio gobierno, se lanza la aprehensión de los principales cabecillas del desorden, entre los cuales había varios miembros del Partido Comunista Mexicano, de quiénes sospechaban estuvieran a las sombras de estas acciones. Estos echan por tierra semejante acusación, y si bien mencionan que hacen suya la lucha estudiantil, estas infamias no son más que acusaciones de la CIA para aumentar el terror rojo (como se llamaba al avance del comunismo) y poner a la sociedad en su contra. tlatelolco2

A pesar que las principales autoridades de las universidades condenaron la acción estatal y pidieron por la libertad de los presos políticos de la causa, los líderes estudiantiles estaban descontentos, calificando a las acciones del rector como una farsa oficialista.  Calificando a las voces oficiales de las casas de estudios como poco combativas, el 2 de agosto se decide la creación del Consejo Nacional de Huelga (CNH), el cual representaba solo a escuelas en huelga, aceptando 3 miembros en representación de cada una de ellas elegidos mediante asamblea, y no nucleaba federaciones, ligas ni partidos.

El gobierno mexicano tenía una preocupación central: el comienzo de los Juegos Olímpicos en su país, el 12 de octubre de dicho año. No tolerarían ningún tipo de boicot a la olimpíada, y ya habían recibido la amenaza del Comité Olímpico de cancelar los juegos de persistir la violencia interna a la hora de comenzar el certamen.

El mes de agosto transcurrió entre asambleas, movilizaciones y gacetillas para informar los futuros procederes. El 27 de este mes, una multitudinaria marcha en el Distrito Federal llenó las calles, e insultó públicamente por primera vez al presidente Gustavo Díaz Ordaz. Como portavoz del movimiento habló Sócrates Campos Lemus, quién instó a los estudiantes a permanecer en la plaza frente a la casa de gobierno mexicana hasta obtener una respuesta del mismo. Años más tarde, sería identificado como un infiltrado del gobierno de Díaz Ordaz. Tres mil quinientos estudiantes permanecieron en la plaza. La respuesta llegó en la madrugada: Tanquetas, policías, militares y granaderos arremetieron contra los jóvenes: no solo desalojaron la plaza, sino que los persiguieron por las calles del centro, disparando con cartuchos. Las tanquetas atacaron las instalaciones universitarias, destruyendo todo a su paso. Muchos fueron los detenidos, y no hay cifras oficiales sobre víctimas fatales, aunque se sospecha que las hubo. La lucha recrudecía.

 

El batallón Olimpia.

 

El batallón Olimpia, llamado así en honor a los juegos olímpicos que estaban por sucederse y de los cuáles se encargaban de garantizar su seguridad, era un grupo de choque creado por el gobierno mexicano, que contaba con 600 elementos proporcionados por distintas organizaciones militares de todo México. Aquel 28 de agosto entraron por primera vez en acción: tenían como tarea fundamental infiltrarse entre las masas manifestantes, y se anudaban un pañuelo blanco o un guante del mismo color en la mano izquierda, para no ser confundidos durante las represiones. También apostaban francotiradores en diferentes edificios cercanos a la Plaza de las Tres Culturas, también conocida como Tlatelolco, donde se concentraban las manifestaciones, para reprimir desde diferentes sectores a las masas tratando de escapar.crop

 

 

2 de Octubre. Sangre en las calles.

 

Septiembre había transcurrido como el mes anterior. Manifestaciones en Tlatelolco, marchas de antorchas, de silencio, de protesta. Como respuesta, el gobierno continuaba las agresiones, y el día 18 el ejército invade la Ciudad Universitaria de la UNAM, y en los días posteriores, el IPN. Luego de varios días de lucha entre universitarios y militares, con grescas de grandes magnitudes, el 1 de octubre el ejército se retira de las instalaciones universitarias.

En respuesta, el 2 de octubre, una gran cantidad de gente acude a la plaza de las tres culturas de Tlatelolco, en reclamo por la violencia sufrida en los 15 días anteriores. En el tercer piso del edificio Chihuahua, en las cercanías de la plaza, se encontraban los oradores del movimiento. La seguridad que rodeaba la plaza era mucha: tanques, coches policiales y helicópteros. Infiltrados, los miembros del Batallón Olimpia se mezclaban entre los manifestantes, e incluso se posaban cerca de los oradores, dentro del edificio.

Cerca de las 18 horas, una bengala roja y una verde fueron lanzadas al aire: el desconcierto generalizado no sabía que se trataba de una orden para abrir fuego: los francotiradores del batallón Olimpia, parapetados en los edificios de los alrededores abrían fuego contra los manifestantes e incluso contra los militares que rodeaban la plaza, para dejar la sensación que eran los estudiantes los que estaban comenzando la gresca. De aquí en adelante, se desata una masacre indiscriminada. Los militares, sintiéndose agredidos, comenzaron a reprimir a todos los manifestantes que se encontraban en la plaza; las corridas de cerca de 50.000 personas tratando de escapar son un triste recuerdo en la memoria de los vecinos del lugar. Quiénes lograban escapar de la plaza, se escabullían en los edificios aledaños, pero esto no detenía a las fuerzas militares: sin orden judicial alguna, ingresaron en todos los departamentos de los edificios de los alrededores, “a la caza” de los manifestantes. Los detenidos eran traslados a golpes y culatazos nuevamente hacia el edificio Chihuahua y al convento lindante: eran desnudados y puestos contra la pared, con las manos en alto durante horas. Un mes después del horror, aún persistían las manchas de sangre en las paredes. La plaza era un campo de batalla: cuerpos sin vida, heridos y zapatos perdidos por doquier. Los batallones no dejaron acceder a nadie al lugar hasta el 9 del mismo mes. La plaza fue limpiada por el cuerpo de bomberos. Si bien la cifra oficial habla de veinte muertos, las investigaciones paralelas a lo largo de los años dan como resultado un total de entre 200 y 300 muertos. Familiares de víctimas y heridos vieron cuerpos apilados en los hospitales cuando iban a visitar o reconocer a sus familiares; otros denunciaron que los chantajeaban a la hora de entregarle los restos: lo entregaban solo si firmaban un documento que decía que las causas de la muerte eran otras y no había muerto baleado o apaleado en la plaza aquel día. Testigos anónimos declararon que muchos cuerpos fueron recogidos de la plaza, apilados e incinerados.

El daño estaba hecho. Los disparos habían impactado de lleno no sólo en aquellos jóvenes, sino en las libertades de la sociedad mexicana.

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Después del horror.

 

El día 3 de octubre, el ejército comunicó a la población que intervinieron sólo para disipar una pelea entre dos facciones de estudiantes. Al mismo tiempo, soldados seguían inspeccionando edificios y deteniendo jóvenes.

El 5, el CNH emite un comunicado en el cuál aclara que los estudiantes no comenzaron ninguna gresca, responsabilizando del comienzo de la barbarie al batallón Olimpia y arremetiendo contra el gobierno, acusándolo de tomar esta medida extrema con el fin de descabezar al mismo CNH.

El 12, los Juegos Olímpicos comenzaron en un clima enrarecido, finalizando sin dificultades para la felicidad del gobierno de Díaz Ordaz el 27 del mismo mes.

A partir del día 17, se comenzaron a liberar grupos de detenidos los cuáles contaban sus penurias a los medios, las torturas y la violencia de la cual habían sido víctima mientras estuvieron cautivos.

Luego de declarar un paro total a lo largo todo el mes de octubre y noviembre, el CNH acepta volver a clases, tras las invitaciones a retomar los ciclos lectivos de las diferentes casas de estudio, y el 6 de diciembre de 1968 se decide la disolución del organismo, y se anuncia que de esta forma se alienta y refuerza los planes de lucha de las organizaciones internas de cada universidad.

En 1969, Díaz Ordaz asumió “integralmente la responsabilidad ética, social, jurídica, política e histórica por las decisiones federales en relación con los sucesos” de Tlatelolco. Casi 10 años después, ya como embajador mexicano en España, declaró que se sentía ““muy orgulloso de haber podido ser Presidente de la República y haber podido, así, servir a México», estando particularmente orgulloso del año de 1968, por que le «permitió servir y salvar al País, les guste o no les guste” (del cual adjunto video).tlatelolco

El tiempo también reveló que la CIA había estado entrenando militares mexicanos en 1968, para las luchas antisubversivas en América Latina, y la sospecha que Díaz Ordaz fuera miembro de la agencia estadounidense siempre estuvo latente, aunque nunca confirmada.

 

 

La Masacre de Tlatetolco no es similar a Ayotzinapa, pero si tiene puntos en común que persisten en el tiempo. Los aparatos represivos del Estado tienen como objetivo impedir la organización de los movimientos estudiantiles, por el terror que provoca la organización en las bases. Las luchas de 1968 no son las mismas de 2014, pero los métodos de violencia estatal muchas veces continúan repitiéndose. Cada 2 de Octubre, los familiares de las víctimas gritan en Tlatetolco “¡Vivos los tuvimos! ¡Vivos los queremos!”. Y en Iguala, cuna de los estudiantes de Aynotzinapa, se escucha el “¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos!”. Triste similitud de familias que viven a muchos kilómetros de diferencia, pero víctimas de un sistema que acorta todas las distancias ejerciendo una presión igual para todos, disfrazándola de una libertad que no es tal, cuando tiene límites a su alrededor.

Nunca más Tlatelolco. Nunca más Aynotzinapa.

https://www.youtube.com/watch?v=CB6_rnioDos (imágenes sobre la represión)

https://www.youtube.com/watch?v=zIERY12KwnE (Diaz Ordaz, sobre el hecho).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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