YOUTUBERS AMPARADOS EN LA CULTURA DE LA VIOLACIÓN

Por Ludmila Fernandez López

Días atrás se conoció que hace dos años, cuatro youtubers varones abusaron de una joven luego de la celebración de una fiesta para celebridades de la web. Sus acciones y los videos donde buscan infructuosamente justificarse, son parte de la cultura de la violación, que los legitima y les da poder.

La secuencia es así: un pibe youtuber publica en su canal un video donde puede verse a otros cuatro pibes youtubers alrededor de una chica, que está alcoholizada y no puede moverse, de la cual abusan sexualmente. El video fue filmado hace más de dos años. El autor lo publica ahora sin explicar por qué se lo guardó tanto tiempo. Tampoco aclara por qué filmó en lugar de intervenir, si para él la situación era tan grave como ahora sostiene. Pero sobre todo no aclara por qué cometió la canallada de publicar ese material, donde se ve perfectamente el rostro de la chica agredida, sin hablar con ella previamente.

Después sobreviene la dinámica habitual tras los videos “polémicos” en YouTube. Aluviones de comentarios, discusiones, eliminación y republicación del video, ediciones varias, videos con “la verdad” sobre la historia, y el círculo vuelve a empezar. Como se trata de youtubers uruguayos con mucha llegada en Argentina, y los hechos se dieron durante la Club Media Fest, un evento realizado en Buenos Aires, los medios masivos se hacen algún eco.

Los incriminados por esos minutos de grabación publican sus propios videos defendiéndose. No piden disculpas: se defienden. El que estaba ahí pero no participó en forma directa de los abusos –es decir, fue cómplice-, ensaya un confuso monólogo en el cual repite que “en el video se ve una situación horrible” a la vez que sostiene que “no había resistencia alguna, no había nada raro”, y que por eso no intercedió. Después, haciendo gala de su enorme ego –uno de los rasgos comunes de esta clase de youtubers “bromistas”-, pide solapadamente a sus fans que lo defiendan: “hace cinco años subo videos”, “hago todo por ustedes”. La alusión a la trayectoria es una excusa común entre abusadores, violadores y femicidas. El vecino respetable, el cura bonachón, el abuelo simpático, el marido ejemplar. Si siempre saludó a los vecinos, si siempre mantuvo a la esposa, si siempre… ¿subió videos? Entonces no fue él. No puede ser él. Los demás, que somos vecinxs, familia, o suscriptorxs, no queremos creer que nuestros ídolos son eso. Pero hay malas noticias: lo son.

Otros youtubers aprovechan la movida para hacer videos repudiando el accionar de estos cuatro pibes. En un video, un pibe repudia la violación al tiempo que se burla de que uno de los abusadores esté usando anteojos de sol a la noche, o que lleve siempre el mismo pantalón. Usan el video como material para pelearse entre ellos, para lavarse las manos y ensuciar a los demás. Pero jamás se preguntan cómo está la chica, si querrá que sigan republicando ese material, si estará escondida, si se sentirá humillada. Ella no importa.

Finalmente la chica hace su propio descargo. Publica un video de trece minutos donde gira siempre alrededor de las mismas ideas: no voy a defenderlos, pero no me violaron. Tal como señala Malena Pichot en su nota en Las12, la chica empieza restándole importancia a los hechos y culpándose a sí misma (“era una pendejita boluda”), pero a medida que pasan los minutos parece tomar consciencia de lo que está relatando y empieza a dimensionarlo. “Recién ahora tomo consciencia”, dice en un momento, pero enseguida vuelven las disculpas: “yo no quiero tirar mierda a nadie”.

Es cierto que YouTube ha dado lugar a un universo nuevo y distinto, que los youtubers no son un fenómeno menor, que la circulación de alcohol en las fiestas entre jóvenes y adolescentes probablemente sea mayor a la que había un par de generaciones atrás. También que hay nuevos conflictos, que los y las jóvenes se sientan frente a la computadora y tienen acceso al mundo, que hay otros peligros, que la intimidad casi no existe y que vivimos sobreexpuestos/as. Pero que estos problemas nuevos no nos hagan olvidar de uno más viejo y más grande: el patriarcado.

Este caso no nos habla de “cómo está la juventud” ni de problemas nuevos. Este caso expone sin tapujos la cultura de la violación en la cual vivimos y morimos, una cultura que es parte de la organización patriarcal de nuestro sistema. Abusar de mujeres alcoholizadas es una práctica tan antigua como vigente, que no se da sólo en fiestas sino también en citas o entre marido y mujer. La violación intramatrimonial existe y es un tipo de violencia sistemáticamente silenciado, en especial por sus propias víctimas, ya que las mujeres hemos sido educadas para asumir que dentro de una pareja estable, o luego de una cena romántica, lo que se espera de nosotras -y no lo que deseamos- es lo que debe suceder.

Este caso reúne todos los aspectos que devienen de la cultura de la violación: se trata de un abuso colectivo –los varones reafirmando entre sí su masculinidad-, bajo la premisa de que si una mujer está borracha, “está entregada”, y que si es la única mujer entre un grupo de varones, sabe a lo que se atiene. Hay un pacto de silencio posterior, típico de la fraternidad entre machos, y un silencio de la víctima que se calla la situación durante dos años porque se siente avergonzada, culpable – “me digo qué carajo hacía ahí, era una pendejita”- y sobre todo, no quiere saberse víctima de un abuso sexual. Es sabido que la mayoría de los delitos sexuales no son denunciados: la catarata de insultos sobre la víctima, de parte de los seguidores de cada uno de los abusadores, así como su revictimización en diversos medios, nos dan una pista de por qué las mujeres no quieren denunciar.

El otro condimento típico de la cultura de la violación es la culpabilización de la víctima. Lo vemos a diario, con cada nuevo femicidio que tratan los medios. ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué iba sola? ¿Qué llevaba puesto “la fan borracha”? El circo mediático operado en torno a estos videos me resuena al caso de la joven abusada por el cantante de la banda “Los wachiturros”, donde también se resaltó su condición de “fan” de la banda, como si eso fuera un atenuante para el delito: ella los seguía, quería estar cerca suyo, tener una foto con ellos… ¿por qué no iba a querer que la violen, de paso? La joven, en el video que grabó, se empeña en defender a uno de los abusadores y resalta que él “le pidió perdón”. No luego de lo sucedido, sino ahora, cuando se publicó el video. También dice que le da mucha vergüenza. Hay un solo momento en que se corre de la autoculpabilización y de la justificación de los agresores, y nos cuenta la situación de vulnerabilidad en que se sentía: “estaba en el medio del obelisco, mis cosas estaban en la habitación (de la cual ella no tenía llave), ¿para dónde iba a ir?”.

***

Investigadoras de la talla de Rita Segato, Marcela Lagarde o Beatriz Gimeno, coinciden en que la violación es un ejercicio de dominación y disciplinamiento orquestado colectivamente entre varones comunes que renuevan su masculinidad siempre amenazada, a través de una performance de la crueldad sobre ese botín de guerra que es el cuerpo de las mujeres. Las manadas en San Fermín, los criollos que violan niñas wichis o las violaciones grupales viralizadas en redes sociales, tienen el mismo germen: la violencia como expresión de la masculinidad hegemónica, legitimada por siglos de patriarcado, que la pone a resguardo desviando la atención sobre la víctima, que se vuelve culpable de su propio sufrimiento.

Para pensar la comunicación desde una perspectiva de género, es fundamental dejar tranquila a la víctima y observar a los victimarios. No por hacerle un guiño a discursos moralistas o punitivistas, pero sí para seguir deconstruyendo la violencia machista y sus discursos de legitimación. Veamos entonces las excusas que dieron los youtubers cuando se publicó el video.

El argumento de que el video está “sacado de contexto” primero revuelve las tripas, y después confirma mi hipótesis: estos jóvenes se amparan en las creencias, mandatos y estereotipos –Palomar Verea diría, en los “sobreentendidos de género”- para justificar sus acciones. Hay que explicarles a estos jóvenes –que no sufrirán consecuencias legales porque la víctima no los ha denunciado- que no hay contextos más o menos adecuados para violar. La fiesta, el alcohol, el ser “pendejitos” –todavía eran menores de edad-, el ser “pajeros”, no son atenuantes para un abuso colectivo. En realidad nada puede atenuar un abuso: ni el contrato matrimonial, ni el consumo de sustancias, ni nada. Hay que explicarles también que si lo sucedido en el video ocurrió hace dos, o tres años, tiene la misma magnitud que si hubiera ocurrido ayer.

Uno de los youtubers dice en su propio descargo que en ese momento era un “pendejo pajero”, que ahora cambió, que estaba “en recontra pedo” –al contrario de lo que indican los otros tres jóvenes en el programa de Pamela David, donde uno de ellos dice que ni siquiera tomaba en esa época-. Este mismo youtuber, que ahora dice haber crecido y cambiado, publicó el 7 de julio –días antes de que se hiciera público todo el asunto del abuso- un video con más de un millón de reproducciones, que consiste en un videoclip de un tema titulado “Con la chota al hombro”. Allí se lo ve tocándole la cola a una mujer por la calle, sin permiso, mientras canta que “para este mal no hay cura ni remedio”. También dice que las chicas andan descaradas y calientes. Ese es el youtuber que maduró.

Otro de los agresores se graba haciendo bromas, a cada cual más pesada. En uno de esos episodios –de reciente publicación- se lo ve tirándole el contenido de un matafuegos a su novia, dormida, previo a destaparla y mostrar su cuerpo para la cámara. La miniatura del video es la cola de ella en primer plano.

Otro de ellos ahora se dedica a los “experimentos sociales” y graba a una chica muy atractiva caminando por las calles de Montevideo y pidiéndole plata a los hombres, que la invitan a salir, o caminando en bombacha y con las piernas pintadas como si tuviera un pantalón, para ver si la gente se da cuenta.

Entonces: estos machi-youtubers son un problema bien grande, pero no porque sean jóvenes ni porque filmen sus vidas. Como dice June Fernandez, el problema es qué discursos reproducen y de quién se ríen, porque “unos jóvenes heterosexuales machos alfa no son contracultura sino hegemonía”. Y la hegemonía, hoy, sigue siendo la cultura de la violación.

Referencias:

http://chequeado.com/el-explicador/en-la-argentina-se-denuncian-casi-50-ataques-sexuales-por-dia/

http://www.eldiario.es/pikara/Cultura-youtuber-Wismichu-educa-hijos_6_578202178.html

http://www.eldiario.es/tribunaabierta/juicio-manada-San-Fermin-historico_6_641545866.html

https://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-304897-2016-07-22.html

https://www.pagina12.com.ar/54229-hijos-del-patriarcado

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