Por Diego Flores
¿Que hace que un tipo que nació hace 105 años y se murió hace 35 nos sea tan cercano, tan hermano, que haga que todavía nos conmovamos? ¿Que tablón metafísico sólido se ha tejido entre generaciones que no nos permite olvidar? ¿Que nos invita a jugar en un ritual relampagueante donde siempre se baila tregua y catalana?
Lo que sucede es que ya hay un mundo, ya hay un universo de mil manos, de mil versos del que nos es imposible salir. Un universo (des) armado por ese espigado y altísimo ser que besaba nubes y acariciabas gatos ronroneantes, que recitaba a Holderlin con esa voz abarcativa y patinosa de emperador chueco, que le cebaba unos mates imaginarios al bueno de John Keats que no entendía nada del secuestro narrativo y rioplatense .
Y el universo cortazariano se echó a andar, sin fines de lucro, contó con la filosofía patafísica como estandarte, con sus héroes que fueron muchos: Percico (el personaje iniciático, esa especia de Martín Fierro que disparara la introspección reflexiva tan propia de Cortazar) habrá Magas y Talitas, insoportables Oliveiras, Travelers. Los bufones en forma de dupla: Calac y Polanco. El héroe colectivo del libro de Manuel. Eso
Que todavía nos duele y se llama Rocamadour.
Este universo tiene su nave: Fafner, el gran dragón rojo que nos guía titubeante y altivo, surcando la galaxia de la que ya somos parte. Donde la cosa se pone categórica e inflexible, se es cronopio, se es fama o esperanza. Y no hay tu tía. Pero este juego, bien sabemos, es puro fragor lúdico. Si algo aprendimos es que la realidad es una gelatina que es la blandes de las blandeses, que todo es mentira, hasta la palabra más cerrada del alfabeto es un tobogán que dispara un halo semántico.
La gramática de nuestro mundo se mueve en la bi valencia, en la conjunción del moño y la dama juana, lo aristocrático y lo coloquial. La murga y el cementerio.
Ahí viene Fafner, ¿subimos? ¿Nos lleva, nos deja plantados?
Este universo ya es nuestro, lo hacemos con nuestros ojos ciclopes, con el amor de los amantes, con el Jazz, con la única regla: hay que jugar siempre, de que hay que combatir la rigidez de la rutina, del dentífrico, de estar atentos a los osos que se filtran en las cañerías. De saber que el tiempo no está al cueté y que es un bichito que anda y anda.
Hace unos días leía una entrevista al editor de la obra de Cortázar, Carles Álvarez Garriga quien se declaraba vampirizado por el Gran Cronopio. En un momento le preguntan por la vigencia de la obra cortazariana a lo que el editor contestaba que Cortázar a diferencia de Borges, de Joyce de Fuentes era amigo de los lectores, que tejió una cofradía inigualable con ellos.
Y claro que estoy de acuerdo.
Cortázar es, de los escritores, mi mejor amigo. Eso es para siempre.
Cuanto sentimentalismo rosa-dice Calac
Me cachendié- responde Polanco- ¿no habrá unos sanguchitos para amortizar la lagrima?
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