MOVIMIENTO FEMINISTA DE ARGENTINA: ¿HERRAMIENTA ENMANCIPATORIA O FACTOR DIVERSIONISTA?

Por Iván Fierro para Ancap

El reciente auge de la lucha feminista puso en evidencia una serie de aspectos nocivos (que como sociedad hemos naturalizado), subyacentes en el común de las relaciones de todo tipo entre mujeres y hombres.

Sororizándose con grupos de disidencias sexuales, el Movimiento Feminista de Argentina organizó y llevó a cabo multitudinarias manifestaciones de masas que trascendieron las fronteras nacionales e irrumpió en medios de comunicación y redes sociales con eficiencia y eficacia, logrando con ello instalar debates y favorecer discusiones, en multiplicidad de ámbitos, sobre situaciones invisibilizadas que (por el bien común) requieren urgente abordaje.

Es mérito de la lucha de las mujeres que en una gran cantidad de hogares, escuelas, lugares de trabajo, espacios de militancia, asociaciones civiles, instituciones estatales, grupos de amigues, etc., se polemice sobre: aborto, femicidio, diferentes violencias ejercidas sobre las mujeres (divulgando con ello el concepto de violencia de género) y de que, en cierta manera, se reformule el sentido común a través de una parcial interpelación al patriarcado y al machismo, visualizándolos como devenires de dominación y explotación.

Otro gran mérito, tal vez el más concreto, es la creación de multitud de grupos autónomos de ayuda, contención y asesoramiento, organizados para dar respuesta allí donde el estado se ausenta.
Si bien, hasta ahora, los intentos parlamentarios por sancionar una ley sobre Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) no alcanzaron los resultados esperados y la presión ejercida sobre las instituciones no bastó para forzar al estado a implementar políticas concretas y efectivas que apaleen las problemáticas planteadas por el colectivo el Movimiento feminista de Argentina no se arredra y brega por construir hegemonía en sectores progresistas y/o de izquierda, entrelazando luchas y acumulando fuerzas para inclinar la correlación a su favor en contra de sectores conservadores y reaccionarios.

En esta coyuntura, los esfuerzos por construir dicha hegemonía, si bien incomodan al «orden establecido», entrañan (sino se crea consenso para definir estrategias de conjunto) también posibles peligros para los sectores que pretende hegemonizar y para su propia causa.
Estos peligros pueden ser conjurados si se presta atención al modo en que la hegemonía se construye.
Para exorcizarlos analicemos dos hipotéticos modos de construcción de hegemonía que podrían no aportar más que dispersión de fuerzas.

Primero: si la construcción se cimenta en bases meramente reivindicativas que, sin negarles la importancia, pertinencia y urgencia que de hecho tienen, terminan fungiendo como meros paleativos a la crisis estructural que afecta a todos los sectores oprimidos y explotados, el movimiento corre el riesgo de convertirse en factor diversionista y podrá eventualmente ser aprovechado por el poder para seguir fragmentando las luchas de todo el campo popular.

Segundo: si la construcción se basa en fundamentalismo y sectarismo a ultranza y se priva de dialéctica con los sectores que pretende hegemonizar, el movimiento caerá en dogmatismos que alejarán de su seno a compañeres valioses y su accionar también servirá al poder como factor diversionista.

Ahora bien, si el movimiento canaliza de manera adecuada las fuerzas que se agitan en su interior y, en diálogo constante con el resto de la sociedad que este dispuesto a dialogar, identifica al enemigo de clase de la humanidad explotada y oprimida; si se propone como vanguardia de la inminente revolución asumiendo la responsabilidad de atacar las bases del sistema (léase dominación en todas sus formas) sin desatender las acciones conducentes a la equidad de géneros, entonces es probable que el movimiento se convierta en la herramienta enmancipatoria que emplearemos para crear la humanidad nueva.

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