POESÍA Y REVOLUCIÓN

Por Ernesto García para Ancap

¡Orientales! La patria peligra, 

reunidos al Salto volad. 

Libertad, entonad en la marcha, 

y al regreso decid ¡Libertad! 

– Bartolomé Hidalgo. 

Mientras la evolución de la lengua en el Río de la Plata fue constante, apelando a toda clase de contribuciones y distorsiones, fue sobre todo regional, funcionando en áreas geográficamente delimitadas, en tanto la lengua pública oficial se caracterizó por su rigidez. Muchos de sus recursos fueron absorbidos por la lengua popular que también supo conservarlos, en especial en las zonas rurales. En cambio, la lengua de la escritura necesitó de grandes trastornos sociales para poder enriquecerse con las invenciones lexicales y sintácticas populares. En ese contexto, en la historia cultural hispanoamericana surge, junto a la literatura de la emancipación, la literatura de la revolución. Una creación literaria encuadrada dentro de los cambios políticos-sociales al que sirvió y cuya influencia sobre temas y formas expresa un primer modelo de literatura revolucionaria. Literatura y revolución se juntan por primera vez en América hasta que, superado el periodo revolucionario de las sociedades hispanoamericanas, con el surgimiento de una nueva vida pública, aparecen nuevas situaciones políticas, sociales y culturales, fijando nuevas formas literarias. Esta literatura va a evidenciar la compleja estructura social latinoamericana, percibir la dinámica de sus clases, los enfrentamientos, las instancias del desarrollo histórico que irá cumpliendo la lucha de clases en la sociedad americana. Expresando, a su vez, a distintos grupos sociales y diferentes formas culturales.

El relato histórico ha presentado a la revolución de Independencia como un enfrentamiento entre el pueblo criollo, con sus jefes procedentes de la incipiente burguesía mercantil, y los ejércitos españoles junto a los representantes de la administración colonial. Sin embargo, la historia es más compleja, produciendo profundas divisiones dentro del pueblo mismo. Ocasionando una fragmentación dentro de los distintos sectores sociales en donde, si bien la mayoría asumió las banderas revolucionarias, muchos quedaron en una actitud tradicional y conservadora. “Esa fracturación dentro de una clase social es delatada por la literatura gauchesca, apuntando a la incipiente conciencia de clase que el sacudimiento revolucionario promueve en los hombres de campo, situados en el punto más alejado de la estructura económico-social que se incorporará a América Latina con la revolución”.

La poesía gauchesca tendrá un sentido y una intención particular, tanto estéticas como políticas. Esta va a tener un personaje que entra por primera vez en la historia literaria: el gaucho. Éste con

la sola ayuda del caballo, aprendió a bastarse a sí mismo, adoptó y adaptó a sus necesidades la boleadora india, llegó a dominar el lazo, se hizo diestro en el uso del cuchillo, cambió su indumentaria y en el mismo modo que todas estas variantes físicas le fueron impuestas por las circunstancias, también por las circunstancias y el medio le fueron imponiendo nuevos modos de sentir, de pensar y de obrar. El “gaucho” a principios del siglo XIX adquiere una nueva dimensión y representación. Ya no será el contrabandista, el vagabundo, el malviviente del que hasta ese momento hablaban las crónicas y documentos. Las invasiones inglesas (1806-1807) y los movimientos anunciadores de la emancipación americana, despiertan un sentimiento nativo y una idea rudimentaria de la patria. El sentido peyorativo que sobrellevaba el vocablo “gaucho” desaparece paulatinamente a medida que avanza el proceso revolucionario. Su singular modo de hablar se hace popular y los poetas cultos y semicultos empiezan a tomar sus dichos y maneras.

Asimismo, la emancipación de 1810 mostraría el grado de autonomía que había alcanzado la ciudad letrada, dentro de la estructura de poder, y su disponibilidad para encarar transformaciones gracias a su función intelectual cuando veía amenazado sus fueros. Las limitaciones de su acción, derivadas de su dependencia de un Poder Real regulador del orden jerárquico de la sociedad, tienden a desaparecer. Se dio una reconversión de la ciudad letrada al servicio de los nuevos poderosos surgidos de la élite militar, sustituyendo a los antiguos delegados del monarca. Leyes, edictos, reglamentos y, sobre todo, constituciones, antes de acometer los vastos códigos ordenadores, fueron la tarea central de la ciudad letrada en su nuevo servicio a los caudillos que se sustituirán en el período pos-revolucionario. “Los frecuentes reclutamientos, con destino a las fuerzas militares que resguardaban la frontera o a los ejércitos patriotas que combaten contra los españoles, constituyen serios problemas de carácter social para el gaucho del período que transcurre con posterioridad a 1810: el 29 de mayo –a cuatro días de la revolución– reglamenta la estructura interna de las milicias y se acuerda elevar su número para poder hacer frente con mayor éxito a las necesidades de la guerra contra el absolutismo y la reacción. Con este fin, según sostiene una proclama de la Junta, queda establecida en Buenos Aires “una rigurosa leva, en la que están comprendidos todos los vagos sin ocupación conocida, desde la edad de 18 hasta la de 40 años. El espíritu liberal de los revolucionarios muy poco hace en aquel momento para mejorar la condición humana. Los planteamientos políticos y las necesidades económicas absorben la totalidad de las reformas. Es muy lento el proceso de transformación de la rígida concepción colonial sobre el tratamiento diferenciado que reciben los blancos –léase propietarios o blancos– y sobre los castigos a los gauchos, negros y mestizos en general. La persecución por parte de los latifundistas de la Patagonia a los indios y los bajos sueldos a sus peones –maltratados por sus capataces y autoridades– tienen muchos puntos de contacto con la situación del gaucho en el siglo XIX”.

Así comienzan a forjarse los elementos característicos de la poesía gauchesca. El gaucho va adquiriendo una importancia innegable en las acciones bélicas de la Independencia, al tiempo que los letrados descubren la novedad y los recursos que les ofrecían un nuevo lenguaje más directo y flexible que el de la poesía culta entonces en boga. Un lenguaje que los ayudaba a ejercer una suerte de periodismo, que por la versión oral se difundirá entre los mismos gauchos a quienes, con el correr del tiempo, se buscará adoctrinar. A partir del año 1810, el gaucho se pliega al

movimiento emancipador, aunque no siempre de manera voluntaria. Los españoles, por su parte, seguirán llamando gaucho, en tono despectivo, a los integrantes de las fuerzas patrióticas y es en ese mismo momento que el gaucho trasciende su mero existir dentro del marco socio-económico para comenzar a actuar en la poesía como un personaje que va cobrando características míticas y se va estilizando gracias a los autores gauchescos, quienes intentan atraer al hombre de campo, hablando en su propio lenguaje e incluyendo en sus obras reacciones que se suponían propias de la estirpe gaucha.

La naciente patria daría nacimiento también a Bartolomé Hidalgo, germen de esa literatura gauchesca. Siendo un hombre relativamente culto para su época, fue el primero en darse cuenta de lo que ofrecía la nueva poesía y pese al anonimato en muchas de sus obras se identifica con el gaucho, siendo el gaucho el que habla en lugar del autor. Como la patria, nace y se forma bajo la cultura colonial; asimila el habla de los gauchos; habla como los ciudadanos y los gauchos; como los neoclásicos y como los populares fundiéndose en una única realidad expresiva. Es el primer poeta de la patria, el primer cantor de la gesta artiguista, piedra fundacional de una literatura independiente, original, nacional e intérprete de una sociedad con vocación autónoma. Nacido en Montevideo, en el año 1788, un año después de que José Pérez Castellano pintara en su carta la ciudad de Montevideo y la época colonial. Poeta sin rostro, sin retrato, demasiado pobre para alcanzar esa delicadeza; voz que canta y opina, como queda plasmado en su Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano , capataz de una estancia en las islas de Tordillas, y el gaucho de la Guardia del Monte , uno de sus textos capitales, publicado en su exilio en Buenos Aires en 1821; y que más que expresar el ideario federativo, expone los principios de la vida democrática:

“Pues yo siempre oí decir 

que ante la lay era yo 

igual a todos los hombres. 

Mesmamente, así pasó, 

y en papeletas de molde 

por todo se publicó; 

pero hay sus dificultades 

en cuanto a la ejecución”. 

A sus 12 años queda huérfano con las mujeres a cargo. Dónde y cómo estudio es un misterio. Este aprendizaje misterioso fue la palanca de su ascenso social. Debido a que sabía leer, escribir y las cuatro operaciones aritméticas, con esos conocimientos pudo compensar sus incapacidades físicas para atender a los trabajos rudos que, quizás por su origen social, estaba destinado. Esto le permitió ingresar en el nuevo mercado de trabajo que el comercio montevideano iba ofreciendo: sería escribiente de una casa comercial. En 1803 trabajará en el negocio de Martín José Artigas, padre del caudillo. Si bien no podía aspirar a un empleo oficial en la administración española, el desarrollo de la nueva sociedad mercantil criolla le abría un mercado de trabajo: será entonces empleado, signo que regirá a los intelectuales nacionales.

La primera composición poética de Hidalgo coincide con la gesta libertadora. Nombrado en el oficio de Artigas al gobernador del Paraguay como uno de los patriotas decididos con que se contaba en Montevideo, el movimiento de 1811 lo tiene entre sus partidarios. Como dirá él mismo: “desde 1811 hasta 1815 tuve el honor de servir a la patria del mejor modo que a mi juicio y mi capacidad me permitían”, y ese servicio fue, no como soldado, que por limitaciones físicas no lo podía ser, sino en todo aquello en que su capacidad intelectual prestaba ayuda: secretario, comisario de guerra, administrador, oficial de tesorería, director de Correos y , desde luego, poeta, con la función cívica y popular que un poeta debía desempeñar en ese tiempo y en esas circunstancias.

Luego de varios viajes a Buenos Aires, finalmente, se instala, junto a su madre y su hermana, en la vecina ciudad en marzo de 1818 quizás para no ver la humillación de su país ante el extranjero y con el propósito de contribuir a su liberación. Sin bien no abundan datos sobre la época bonaerense, él mismo expresa en 1820 “ después de mi arribo a la ciudad [Buenos Aires] fui solicitado para un destino en la Secretaría de Gobierno… agradecí esta distinción a la persona que me la quería dispensar y le contesté que todo el mundo sabe qué dije entonces y después: que yo no había venido a emplearme sino a trabajar honradamente como estaba acostumbrado a hacerlo desde antes de la revolución para mantener a una madre infeliz cuya subsistencia dependía y depende del sudor de mi rostro”. Sin embargo, más tarde habría obtenido un empleo en la Administración pública bonaerense que a mediados de 1822 abandonó con licencia de enfermedad. Su estado de salud se desmejoraba día a día, y su pobreza había llegado a ser tan grande que se veía obligado, para mantener su hogar, a vender sus composiciones en la calle. La enfermedad que lo aquejaba lo obligó a buscar refugio en un pobre caserío de Morón, donde fallece el 27 o 28 de noviembre de 1822.

La literatura gauchesca de Bartolomé Hidalgo no solo se refiere a ese vasto sector popular donde pervivía y se desarrollaba la literatura folklórica, sino también al otro más reducido que adquiere conciencia de una reclamación económica, social y política. Es también concomitante al Reglamento de Tierras del General Artigas de 1815 y plantea el problema de la relación de una literatura específica, una vez delimitado su campo textual por sus peculiares rasgos artísticos, y el discurso social, explícito e implícito, de una clase social. Detectar esa vinculación apelando sólo a los orígenes sociales de los escritores no es suficiente como elemento determinante sin tener en cuenta la asunción del pensar y sentir, de un estrato social, que realiza el escritor, fuere cual fuere su nivel educativo. Y aún más eficaz es interrogar, en el mismo texto, las operaciones literarias y lingüísticas.

Respecto de estas últimas es conveniente observar que el pasaje de un escritor perteneciente al circuito alfabeto culto (de cualquier nivel), al oral rural, implica obligadamente la percepción de la  distancia fonética, sintáctica y lexical en que se encuentra el dialecto regional respecto de la norma culta, lo que puede acarrear su manejo con un espíritu sistemático que por lo común está ausente del hablante. Cuando éste adopta una actitud creativa literaria tiende a “hablar bien”, o sea a asumir los dictámenes lingüísticos de los estamentos superiores. El poeta gauchesco hace el tránsito inverso, va hacia el habla dialectal y a veces la somete a un régimen normativo que no es propio del hablante. La imposición de un régimen normativo al dialecto, para transmutarlo en lengua literaria, es buen índice del recorrido que hace el poeta desde su lengua propia a la presuntamente rural. Sin embargo, independientemente de la solución que encuentran los diferentes poetas, se crea una lengua literaria. Ese lenguaje pasa a ser parte central del proyecto literario, construye un nuevo hábito lingüístico. Esto revela la concepción literaria de la gauchesca y la distingue de otras formas de poesía. La voluntad de composición artística reelabora la lengua para tales fines y luego incorpora el mensaje en la coyuntura ideológica del momento, insertándola dentro de la historia y revelando la modificación del grupo social campesino que se está incorporando al proceso social. La estructura literaria que consigue establecer, sirve de autoconciencia de su situación de clase, permitiéndole a ella definirse y abrirse camino hacia la conciencia de clase.

Fuente: 

Rama, Angel. La ciudad letrada, Montevideo, Arca, 1998.

Rama, Angel. Los gauchipolíticos rioplatenses, Buenos Aires, Centro editor de América Latina, 1982.

Lussich, Antonio D. Los tres gauchos orientales, Montevideo, Biblioteca Artigas, 1964.

Hidalgo, Bartolomé. Obra Completa, Montevideo, Biblioteca Artigas, 1986.

Rodríguez Molas, Ricardo. La realidad social del gaucho rioplatense (1810-1852). Cuadernos de Marcha, No. 6, Montevideo, 1967.

Rama, Angel. 180 años de literatura. Enciclopedia Uruguaya II, Montevideo, No. 2, Tomo I, s/f

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