LIBERTAD Y SOLIDARIDAD EN TIEMPOS DE PANDEMIA

Por Ernesto García   

“La mayor parte de los que han escrito acerca de los afectos y la manera de vivir de los hombres parecen tratar no de cosas naturales que siguen las leyes comunes de la Naturaleza. Más aún, parecen concebir al hombre en la Naturaleza como un imperio dentro de otro imperio. Pues creen que el hombre más bien perturba que sigue el orden de la Naturaleza; que tiene una potencia absoluta sobre sus acciones, y que no es determinado por nada más que por sí mismo.”

Baruch Spinoza

“Las fuerzas morales dominan constantemente las físicas y dan la explicación y la clave de los fenómenos sociales.”

Lucio V. Mansilla

La idea de pensar al individuo y a la conciencia individual como fuente originaria de los fenómenos sociales, encorsetando a la sociedad, su naturaleza y su funcionamiento, dentro de una lógica puramente individualista, induce al error de creer que el individuo sería un ser totalmente autónomo, libre e indeterminado,  cuyos deseos y aspiraciones egoístas pueden erigirse a voluntad sobre una realidad colectiva que lo incluye y lo desborda al mismo tiempo. Lleva a creer que “el hombre es un imperio en el seno de otro imperio”, que se determina a sí mismo libremente, desconociendo la necesaria unidad y solidaridad que existe entre la conciencia individual y la conciencia colectiva. En este sentido, el esfuerzo de Émile Durkheim (1858-1917) por tratar a los hechos de la vida moral siguiendo el método de las ciencias positivas expuesto en su tesis doctoral La división del trabajo social (1893), supone considerar a la moral y, en particular, al “hecho moral” en tanto expresión de determinado modo o regla de acción que delimita un campo definido del hacer colectivo y que, por tanto, lo hace objeto de descripción, clasificación y explicación como todos los demás hechos de la naturaleza. Identificar las leyes que los gobiernan sin partir de principios a priori sobre la moral, ni de proposiciones tomadas de otras ciencias, implica observarlos tal como son, hallar en ellos cierta regularidad por la cual se expresan, regularidad que involucra a todos los miembros de una sociedad, independientemente del modo en que se den sus manifestaciones individuales. “Los hechos morales, nos dice, constituyen fenómenos como los otros; consisten en reglas de acción que se reconocen en ciertos caracteres distintivos; debe, pues, ser posible observarlos, describirlos, clasificarlos y buscar las leyes que los explican.”

Sin embargo, para algunos, esto supondría una fuerte contradicción con las libertades individuales ya que, las distintas acciones, decisiones y/o elecciones que puedan tomar los individuos en el seno de una sociedad dada, estarían contenidas dentro de cierto determinismo fatalista no sólo de tipo material sino también por cierto determinismo de tipo social. “Se objetará, nos dice Durkheim, con la existencia de la libertad. Pero si realmente ésta implica la negación de toda ley determinada, constituye un obstáculo infranqueable, no sólo para las ciencias psicológicas y sociales, sino para todas las ciencias, pues como las voliciones humanas se hallan siempre ligadas a determinados movimientos exteriores, hace al determinismo tan ininteligible fuera como por dentro de nosotros. Sin embargo, nadie discute la posibilidad de las ciencias físicas y naturales”.  En este sentido, la tensiones entre determinación y libertad, sociedad e individuo, entre lo individual y lo colectivo, abren, a lo largo de la obra durkhemiana, un campo fértil no sólo para entender los males que nos aquejan como sociedad, sino también para explorar y discutir de qué modo el individuo está determinado por la sociedad y cuál es el grado o grados de libertad de sus miembros en una sociedad y un momento dados.

En Las reglas del método sociológico (1895), el autor define a los fenómenos sociales -identificados ahora como “hechos sociales”-, entre otras características, por su exterioridad y obligatoriedad. Ambos atributos de los hechos sociales no sólo permiten reconocerlos como a los demás fenómenos de la naturaleza, sino que también permite observar y separar los fenómenos de la vida individual y los de la vida colectiva, como fenómenos pertenecientes a reinos heterogéneos. “Los hechos sociales, dice el autor, se diferencian de los hechos psíquicos no sólo en calidad: tienen otro sustrato, no evolucionan en el mismo medio, no dependen de las mismas condiciones. Esto no significa que no sean, también ellos, psíquicos de alguna manera, puestos que todos consisten en modos de pensar y de actuar. Pero los estados de la conciencia colectiva son de una naturaleza diferente a los estados de la conciencia individual, son representaciones de otro tipo. Y la mentalidad de los grupos no es la de los individuos; tiene sus propias leyes”. Esta distinción entre lo interno y lo externo, entre lo individual y lo colectivo, entre el individuo y la sociedad, permite pensarlos no como dos realidades absolutamente escindidas, completamente independientes una de otra, sino como dos aspectos que componen una misma realidad, como dos reinos distintos pero que pertenecen a una misma Naturaleza.

Libertad no es indeterminación, como tampoco toda acción llevada adelante por el individuo, aunque crea que actúa desinteresadamente y en auxilio de la sociedad, se puede considerar como moral. “La libertad (nos referimos a la libertad justa, a la que tiene la sociedad el deber de hacer respetar), dice Durkheim, es ella misma el producto de una reglamentación.” Por otro lado, “jamás, en la realidad, la clasificación de moral ha sido aplicada a un acto que se haya tenido como objetivo el interior o la percepción del individuo entendida de una manera profundamente egoísta.” La percepción que el individuo pueda tener de la realidad que lo rodea y del conjunto de la sociedad, desde ya que es muy limitada. Por otro lado, si entendemos la percepción como esa “experiencia vaga” a la que hace referencia Bacon; a ese padecer del hombre frente al objeto, a la pasividad frente a una causa interna o externa muchas veces confusa y desconocida; a ese conocimiento de oídas o a la opinión que pueda existir en una sociedad, no siempre puede ser fuente de un comportamiento moral y menos aún sirva para entender y explicar el funcionamiento de las sociedades. Y, aunque la opinión es un fenómeno colectivo, muchas veces “la conciencia que la sociedad tiene de sí misma, en y por la opinión, pude ser inadecuada a la realidad subyacente.”

En tiempos de pandemia el desconocimiento y la confusión en las sociedades se propagan tan rápido como el virus. Las opiniones de todo tipo, lo opinólogos profesionales, los sociólogos hablando como economistas y los médicos e infectólogos explicando los comportamientos sociales circulan sin distanciamiento social. La dicotomía salud o economía, se impone como única respuesta, como los únicos caminos posibles para salir de la tormenta.  Las implicancias sanitarias y económicas del fenómeno son innegables. Querer imponer una sobre otra es cómo pretender entender la enfermedad sin mirar al enfermo o viceversa. Ambas, se podría decir, son modos de una misma materialidad. Pero el mundo no es sólo materialidad, lo social también es parte de la naturaleza. La sociedad no es sólo materia, no es sólo movimiento o reposo, circulación o no circulación, no es sólo células, individuos y cosas. Si bien, y sin caer en una concepción absolutamente materialista de la realidad social, la morfología social y la constitución del medio social interno, para Durkheim, se presentan como elementos fundamentales para explicar y analizar todo proceso social, aunque, poco a poco, a lo largo de toda su obra, la importancia de las representaciones va tomando mayor significación en sus investigaciones. Las representaciones colectivas sobre la vida social, su realidad, su autonomía relativa y sus relaciones con los demás reinos de la naturaleza abordados en Representaciones individuales y representaciones colectivas (1898) y desarrollados posteriormente con mayor rigor en su obra Las formas elementales de la vida religiosa (1912) van tomando mayor peso en ese recorrido.

Ahora bien, la pandemia puso en evidencia la fragilidad y precariedad existentes, ocultas detrás de la fachada del modelo neoliberal triunfante; también saco a la superficie lo mejor y lo peor de nuestras sociedades: la solidaridad de muchos y el individualismo más tirano y egoísta. El capitalismo y la globalización no corren peligro, gozan de buena salud, globalizan la pobreza y no las riquezas. Lo podemos ver en el crecimiento ininterrumpido y obsceno de las fortunas y en la acumulación y concentración de la riqueza que sigue su curso en medio de la pandemia. Donde se acentúa la crisis es en la cotidianeidad, en la vida, en el trabajo. La división del trabajo a nivel mundial, nacional y local se vio interrumpida por la pandemia. Nos dimos cuenta lo mucho que dependemos del otro, no sólo en términos económicos: bienes y servicios, sino también afectivamente. Los servicios económicos que puede prestar la división del trabajo, nos dice Durkheim, “valen poca cosa al lado del efecto moral que produce, y su verdadera función es crear entre dos o más personas un sentimiento de solidaridad.” Por otra parte, “la utilidad económica de la división del trabajo […] sobrepasa infinitamente la esfera de intereses puramente económicos, pues consiste en el establecimiento de un orden social y moral sui generis. Los individuos están ligados unos a otros, y si no fuera por eso serían independientes; en lugar de desenvolverse separadamente, conciertan esfuerzos; son solidarios, y de una solidaridad que no actúa solamente en los cortos instantes en que se cambian los servicios, sino que se extiende más allá.”

El precario lazo social que hoy sostiene a las sociedades va perdiendo lentamente el poco oxígeno que ya tiene, que lo mantiene vivo.  Lidiar con ello genera más angustia, incertidumbre, miedo, nos vuelve individuos pasivos, paralizados frente a una realidad confusa y desconocida que nos invade y nos penetra por todos lados. El estado de anomia, esa falta de regulación jurídica y moral que hoy sufren las sociedades producto de la subordinación de todo al plano económico amenaza con acentuarse aún más si sólo entendemos la libertad o las libertades individuales sólo como libertad económica. La manipulación de la opinión pública a través de los medios masivos de comunicación, buscando imponer una visión particular, única y estrecha de la realidad; de arrastrar a las multitudes en defensa de libertades individuales, entendidas sólo como libertad económica, la libertad de contagiarse y contagiar, en el fondo no expresan más que eso, el deseo e interés particular, egoísta, de un grupo que atenta contra esa misma multitud. Expresión de un daltonismo moral de deprecio por el otro. De un individualismo furioso, ciego y egoísta.

Ahora bien, ¿cómo medir el grado de inmoralidad colectiva? “La cifra media de suicidios, de crímenes de toda especie, nos dice Durhkeim, puede servir, en efecto, para señalar el grado de inmoralidad alcanzado en una sociedad dada.” Aquí permítasenos abusar de una comparación. ¿Las marchas anticuarentena acaso no son una especie de suicidio? ¿El estado de desamparo, abandono y despojo al que se ven sometidos hombres, mujeres, niños y niñas en el mundo no es criminal? ¿La conducta irresponsable, egoísta, sin medir las consecuencias, no pone en peligro no sólo mi vida, sino la de mi familia, amigos y vecinos? “Jamás la conciencia moral ha considerado como moral un acto que tenga por fin exclusivamente la conservación del individuo […] un acto de conservación puede llegar a ser moral, si yo me conservo para mi familia, o para mi patria; pero si me conservo sólo para mí mismo, mi conducta es […] falta de todo valor moral.” La moral comienza donde comienza el apego a un grupo, nos dice Durkheim, y ¿qué apego pueden tener aquellos cuyo único valor es la riqueza material, la avaricia, el interés puramente económico, el goce individual? La moral tiene por objeto la sociedad en su conjunto, la pluralidad de los individuos y grupos asociados.

Exhortar a la responsabilidad individual en un contexto de pandemia es como pedirle a la célula que funcione como el cerebro. Alimenta aún más una moral darwiniana que corroe y desintegra los lazos sociales. Es la asociación, la solidaridad, el fortalecimiento del lazo social lo que le da vida a la sociedad.  El individuo como órgano, como elemento activo. La mayor dependencia de los individuos respecto a la sociedad no limita sus facultades, al contrario, las aumenta. Supone un aumento de fuerzas y una mayor libertad.

El fenómeno de la pandemia excede los problemas económicos o sanitarios, es un fenómeno social, involucra todos los aspectos de las sociedades. Buscar respuestas individuales para resolver problemas sociales es equivocar el camino. Banalizar y naturalizar hechos que, poco a poco, desintegran los lazos de solidaridad; alimentar el odio y el individualismo es atentar contra uno mismo.  “Lo que puede contribuir al desarrollo [de actos inmorales], dice Durkheim, no es el hecho de hablar, sino el modo en que se habla de ellos. Allí donde [esas] prácticas son aborrecidas, los sentimientos que liberan se expresan a través de los relatos que se hacen de ellas y, en consecuencia neutralizan más de lo que excitan las predisposiciones individuales. Pero, a la inversa, cuando la sociedad está moralmente desamparada, el estado de incertidumbre en que se halla le inspira una suerte de indulgencia respecto de los actos inmorales, que se expresan involuntariamente cada vez que se habla de ellos y que hace menos sensible la inmoralidad. Entonces el ejemplo se vuelve verdaderamente temible, no porque sea el ejemplo sino porque la tolerancia o la indiferencia social disminuye el rechazo que debería inspirar.”

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