ENTRE GUERNICA Y CASA NUEVA

Por Iván Fierro

Nuevamente erupciona la cuestión de la tierra. Esta vez, con una referente un tanto disonante con les que históricamente han levantado consignas en la lucha por un reparto mas equitativo del suelo, a saber: Dolores Etchevehere. 

Recientemente, acompañada por dirigentes sociales oficialistas, Profesionales del derecho y la comunicación militante, organizaciones ambientalistas y de género, medios informativos afines al gobierno nacional, funcionaries estatales y una cuarentena de personas relacionadas con la «Cooperativa Agropecuaria de Productores Familiares» que intentan concretar el «Proyecto Artigas», tomó posesión de un campo ubicado en la localidad entrerriana de Santa Elena; del cual asegura haber sido «propietario» su padre y, por ello, luego de la muerte de este, compartir titularidad con sus hermanos por el beneficio de la herencia.

Respaldades por los claros y prolijos argumentos filosófico-jurídico-morales del mencionado «Proyecto Artigas», con el declamado y laudable propósito de restituir «un poco» de lo que han robado «los Etchevehere corruptos» y estratégicamente ajustades a derecho, Dolores y sus compañeres (suspicacias sobre venganzas intrafamiliares, vuelcos ideológicos, emulaciones a las «Damas de Beneficencia», deconstrucciones, y alienacionbes de clase, (al margen) han asestado un simbólico pero no por ello menos contundente golpe a la oligarquía terrateniente criolla, la cual vocifera, amenaza y patea el suelo ante la resolución del Juez subrogante de la ciudad de La Paz, Raul Flores, de no hacer lugar al pedido de desalojo emitido por Rubén Patoglio, abogado del demandante hermano de la señora y ex ministro de Mauricio Macri: Luis miguel.

Si bien el andamiaje argumentativo legal sobre el que se sostiene el «Proyecto Artigas» cuida muy bien las formas y en ningún párrafo cuestiona la legitimidad de la propiedad privada de la tierra, les flamantes ocupantes de «Casa Nueva» (que así se llama la estancia cita en el predio en disputa), han encontrado, intencionalmente o no, una grieta donde meter la cuña que fisure a la otrora derecha monolítica argentina.

Este hecho excepcional y probablemente irrepetible en el que convergen meditadamente actores y actrices tan disímiles y circunstancias tan extraordinarias, se enmarca en un contexto de luchas  populares por la poseción de espacios para vivir y producir y en contra de la hiperconcentración del suelo en manos de las clases privilegiadas.

Sabido es que a lo largo y ancho del país se vienen efectivizando múltiples intentos de recuperaciones de tierras no tan afortunados y, en muchos casos, con desenlaces violentos ocasionados por fuerzas represivas del Estado, las cuales no tienen empacho en apalear, gasear y balear a personas nucleadas en organizaciones sociales, movimientos campesino-indígenas, grupos de familias sin techo autoconvocadas y todes aquelles que saliéndose de los cánones preestablecidos por el aparato burocrático burgués, pretenden reclamar su lugar bajo el sol.

Desde el Altiplano a la Patagonia emergen día a día las llamadas «tomas de tierra»; metodología espontanea y difusa de les que nada tienen porque todo se les niega, cuyo escenario paradigmático es la heróica Guernica en la provincia de Buenos Aires, donde miles de familias sin hogar, desheredadas por las clases dominantes, crean sobre la marcha (sin el visto bueno de los gobiernos y acusiadas por la mafia inmobiliaria, pero con el respaldo de parte de la población que advierte el «modus operandi» del poder real) redes de apoyo que entretejen, a fuerza de solidaridad y empatía, con organismos de derechos humanos, movimientos sociales , organizaciones de base y diversas agrupaciones populares, para cuestionar, visceralmente y acuciadas por la desesperante problemática habitacional que padecen, un sistema injusto y decadente que excluye a quienes no entran en sus mezquinas cuentas.

Así las cosas y mientras en «Casa Nueva» la cuestión se dirime en el ámbito judicial, Guernica resiste e interpela a todo el espectro político y sus secuaces, obligando a quienes toman las decisiones a encontrar soluciones al antiquísimo conflicto entre poseedores y desposeides. Entre ambos polos se abre todo un abanico de posibilidades y experiencias que socaban los cimientos de esta sociedad en ruinas.

 

 

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