por Federico Firpo
Y como era de esperarse, los misioneros de la fe por la destrucción, salieron a pedir se declare “inconstitucional” el mandato a partir del cual el pueblo, a través de sus representados en el Congreso, podrá gozar de la legalidad en cuanto a la Interrupción Voluntaria del Embarazo.
Regurgitando desde los confines mas inescrupulosos del medioevo eclesiástico, ese que a los mismísimos mandamases, de una iglesia ardiendo en llamas por sus propias contradicciones, tráenos hoy la vida hacia los más ricos debates en torno al rol de las religiones en lo que a sexualidad respecta, más aun, siendo qué la más popular de todas ellas se rige, aun a la fecha, por patrones de “grotescas convicciones asexualizadoras” de cara a hombres y mujeres (curas y monjas, respectivamente, léase). De allí a la hipocresía qué, con todo ello, implicase el infortunio de una herencia colmada por entretelones de pedofilias, relaciones intra-eclesiásticas por demás consumadas desde lo clandestino, entre otras muchas cositas mas.
¿Por qué debiera, por ejemplo, una Iglesia que inciertamente negara para sí el acto sexual, darnos consejos acerca de lo que con nuestros cuerpos debamos o no hacer y justamente en lo que a dicho acto (sexual) refiera?
Y claramente, la respuesta a esta pregunta no será solo encontrada a partir de lo qué en una capilla, o bien a través de ella, se defina o se decida. Se trata más bien de las complicidades implícitas al interior de las diversas esferas del Gran Poder. Ese que de momento solemos llamar “Poder Fáctico”, el mismo que desde lugares ocultos, muchas veces oscuros, busca programar (con base en sus instituciones) las formas a partir de las cuales debiéramos de desarrollar todos y cada uno de nuestros actos, a fines de convertirnos entonces en personas dignas de ser bien vistas por la sociedad en tanto universo que nos rodea. ¿Les suena algo hipócrita? A mí también. Y no es que sea un adolescente quien escriba.
Si quisiéramos, podríamos remitirnos bien profundo allá en la historia. Las hogueras, las cacerías de brujas, el Rey como Dios en la Tierra y el Hombre como Amo y Señor del tributo que a la Corona se deba rendir. En fin, pareciera ya ni siquiera de la necesidad para entender que lo injusto queda (justamente) siempre mediado por el justificatorio (valga la redundancia) que demanda una violenta mentira, como respuesta a cualquier desafío al sistema. Y lógicamente, si de violencia, de desafío y de sistema hablamos, no por ello dejaremos de hacerlo en cuanto a “Caprichos del Poder” se trate.
El 2018, para las argentinas, dejó una gran enseñanza y es que no toda lucha termina con el pueblo en las calles, se necesita poco más que eso para dejar en evidencia que las estructuras de un status quo rancio son justamente eso, estructuras rancias de un status quo qué, indefectiblemente, más temprano que tarde han de caerse con las deudas de su propio peso. Y así fue nomás. La definición a partir de la cual el aborto no fue Ley, en aquel entonces, sólo puede explicarse a través de las instituciones madres que se plantaron como defensoras de “las dos vidas”.
Pero, qué sería de todas ellas sin la solidez que supone la redacción de un mensaje a viva voz consolidado por sus Grandes Comunicadores, siempre afines a los intereses de los que siendo pocos (por no decir los muchos menos), transforman el dolor de un Pueblo, terminando por convertirlo en la razón que avale el beso en la mano, arrodillados ante la alfombra del Gran Señor Patrón.
En este sentido y en vista de aquellos resultados, podemos hoy esgrimir que fueron, paradójicamente, dos varones representantes de las Provincias más esclavizantes de la Argentina quienes cerraron la votación que supuso perpetrar hasta la eternidad la Santísima mirada que niega, a través de los Hombres Dueños, el hecho de que cada mujer sea de su propio cuerpo. En definitiva, quedaba por demostrarse entonces que ningún hombre será de decidir por sobre lo que una mujer con su cuerpo desee hacer. No sería nada nuevo remarcar qué, para el Siglo XXI, sigan existiendo, en este así cómo en tantos otros países, caudillismos cuasi ligados a relaciones del tipo feudal.
Quizás fuera esa misma evidencia la qué, puesta de manifiesto, terminase por arrojar, afortunadamente, las vueltas que al cabo de dos años llevaran a algunos políticos, a algunas políticas, a querer librarse de una maldita exposición que los retuviera en la miserable misión que implique devenirse actores protagónicos de una vieja y nefasta historia. Y que Dios quiera pueda quedar en el olvido, como todo lo que finalmente se consuma.
El aborto es Ley y a quienes no les guste pueden hacerse monjas o, por caso, curas. Probablemente, de esta manera, no tengan que concebir embarazo alguno. Y mucho menos su moral les permita seguir abusando de los privilegios ruinas.de un Poder en ruinas.
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