DISCURSOS, TEXTOS Y CONTEXTOS

Por Ernesto Garcia

Dibujo Martín Vera

Por cierto, no se puede imponer a una o más generaciones de escritores que tengan simpatías por tal o cual aspecto de la vida, pero el que una o más generaciones de escritores tengan ciertos intereses intelectuales y morales y no otros, tiene, sin embargo, un significado, indica que una cierta dirección cultural predomina entre los intelectuales. 

Antonio Gramsci

En los años 60 la revolución cubana inauguró otro modo de ser intelectual, nuevos modos de intervenir en la historia y en las ideas. Pensar las obras en su contexto pone en evidencia las distintas percepciones y capacidades en la constitución de un determinado proyecto social, político, cultural.  El avance del liberalismo y la crisis de las izquierdas en América Latina en los años 70, junto a la implantación de las dictaduras y a las transformaciones del capitalismo permiten, desde una mirada político/intelectual, rescatar las reflexiones y críticas dentro y fuera de la revolución triunfante. El chileno Jorge Edwards, simpatizante de la revolución desde sus comienzos y colaborador de los organismos culturales cubanos, y su narración de la experiencia cubana; las reflexiones de Ángel Rama y la polémica en torno al caso Padilla, son algunos ejemplos.

El escritor, como ser incómodo para el poder, para la autoridad,  frente al ascenso de los autoritarismos en el siglo XX, ofreció una visión y una intuición distinta en un mundo cambiante. La presencia del escritor como germen de un posible conflicto ya sea en la narración autobiográfica, como género situado, en el ensayo o  la novela lo coloca muchas veces como  un individuo sospechoso cuando la autoridad y el poder rozan lo dogmático. Situación que se repite a lo largo de la historia. La reflexión, quizá, como una de las características esenciales del escritor y del intelectual, suele ser no bien mirada por la autoridad. La autoridad, también obligada a reflexionar, una vez que adoptada una línea de pensamiento busca que todos lo repitan, la pongan en palabras, en acción y no permite la reflexión paralela al Estado, la reflexión marginal, la opinión del escritor.

La discusión que plantea Jorge Edwards en Persona non grata, en torno al problema de hacer marchar toda una economía bajo estímulos morales y sin estímulos materiales, es decir, sin el estímulo del salario, sin el estímulo del dinero, del consumo, etc., cada vez resultaba más utópica y producía, por ejemplo, un gran ausentismo en el trabajo que puso en tensión las ideas morales, políticas, económicas. En ese sentido se impone una mirada sobre las palabras, las ideas, la literatura, entendidas en un contexto determinado, en el ámbito de relaciones políticas particulares.

En términos de democracia, de libertad individual, en una sociedad donde el interés colectivo es mayor, donde el derecho colectivo debería primar, se plantea el problema de qué lugar tiene la crítica, el escritor, el individuo. De qué manera la práctica del escritor, del crítico, del intelectual, marginado de los grupos oficiales o académicos, desde un lugar más distante al poder, respecto de ciertos aspectos de la sociedad convierten a esa libertad creativa, a esas observaciones críticas ya no en una simple crítica sino en una especie de acto de traición.

Rastrear  las variaciones y materialidades del sujeto en América Latina, buscar los cruces que se dan entre los modos y las distintas temporalidades en los procesos de constitución de múltiples subjetividades ayudan a repensar los itinerarios, la memoria de la historia, las experiencias en el lenguaje y las prácticas descolonizadoras. Permiten repensar los proyecto de dominación, de modernización capitalista en América Latina que desde las élites llevan a sucesivos procesos de colonización y descolonización. Releer las propuestas de modernización como proyectos de inclusión falsa. Poner en discusión esos proyectos de vocación hegemónica, modernizante, muchas veces encubridores de procesos arcaizantes, llevados adelante por élites supuestamente modernizadoras, y proyectos de modernización alternativos.

Romper con la falacia, por ejemplo,  de pensar lo indígena como lo arcaico, con el supuesto arcaísmo atribuido a los sectores populares. Recorrer los procesos históricos, sociales, culturales, de trazado de redes que persisten y perseveran en la época de la colonia, que resisten al momento colonial y que, de alguna manera, se reactivan en los momentos de crisis y organizan otras prácticas de organización social. Romper con la constitución de las diferentes identidades en términos de identidades emblemáticas, casi de cotillón: cuando lo indígena, lo gaucho se asocia a un determinado conjunto de rasgos y el que no presenta esos rasgos ético/culturales queda fuera de esa identidad. Obligando a los sujetos a hacer casi una teatralización sin contenido de su identidad como expresión de esa identidad.

Se hace necesario, hoy más que nunca, retomar esa conjunción de elementos contradictorios, heterogéneos que entran en contacto. Mantener la diferencia, pensar el problema del Estado en América Latina, la lucha por imponer una hegemonía, una autoridad, una dominación territorial y los intentos de homogeneizar los diferentes espacios, temporalidades, y dinámicas políticas. Pensar discursos y  prácticas descolonizadoras y la coexistencia de temporalidades distintas en una misma sociedad. 

 

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