FILOSOFÍA DE LA COBARDÍA INSTITUCIONALIZADA

Por Federico Firpo 

Naturalmente, en cualquier parte del universo, al ver a diez personas pegándole a otra indefensa, patadas en el piso, la primera palabra que nos llegaría a la mente es: cobardía. Sin embargo y a juzgar por el paso de las trayectorias institucionalizadas, hoy nos encontramos en el dilema de preguntarnos qué habrá hecho “ese” para que lo golpeen tanto.

 

Y es que una cosa no tapa la otra, hemos llegado a un mundo en el cual todo se justifica a través de la canalización de un nivel de jerarquías, difícilmente puesto en duda. Hace un año aproximadamente, nos madrugábamos de un policía, quien, actuando heroicamente, cercano a Barrio Parque, dejaba la vida ante el ataque de un “loco” a cuchillazos. A primera vista, uno tiende a pensar en un caso aislado que le costará la muerte a un oficial, sin embargo, no tardó la noticia en hacerse el eco del constante peligro al que los hombres de la ley se ven sometidos. Por el contrario, esta última semana y como muchas otras veces, en el sur de la misma ciudad se asesinó con dos tiros en la cabeza a un joven que tras salir de practicar en su club (Barracas Central) bajaba de un auto a comprar un jugo. La noticia, lejos de apiadarse del alma bendita del joven asesinado, lo vendía en su postura mercantilista noticiaría, en tanto joven delincuente abatido en medio de una persecución policial.

Nunca estará de más decir que no se trataba de ninguna persecución, pero sí podemos bien añadir que las cobardías de la ley muchas veces hacen su eco en las fronteras más difusas. Y en este sentido, tenemos a familiares y amigos del joven asesinado, replicando que ni Lucas ni ninguno de ellos son delincuentes

Lucas González fue cobardemente ejecutado, de la misma forma que lo fuera ayer nomás “el paragüita”, el primero al salir de practicar, el segundo al volver de un baile. El mismo método, igual mecanismo, como si algunas vidas valieran menos que otras por el sencillo hecho de haber transitado por los otros lugares. Uno de ellos escueta y rápidamente borrado del circuito comunicacional, el otro empezando a implicar la semilla de un mensaje que no será fácilmente sacado de contexto. La misma policía que se negara a disparar frente al café que tomaba el nieto de la Señora de los almuerzos, no dudó ni en segundo en delincuencialmente masacrar a los pibes de gorrita y jogging del sur. De igual manera, con los locos del cuchillo que así lo hicieran, por ejemplo en las cercanías de Constitución. La misma fuerza, similares ocasiones, distintos modus operandi, según la parte de la ciudad en la que nos encontremos.

Y decíamos que una de las paradojas del caso es qué, parientes de las personas asesinadas en los barrios del sur de la ciudad, en su mensaje, no escatimen a la hora de aclarar que no son ellos delincuentes. Y claro que no lo son. De hecho, los únicos delincuentes aquí son quienes, en su afán de Poder, descargan su fracasado derrotero en la vida de personas que se suman, según un criterio de principios previamente asignados, como merecedores de la pena de muerte, a manos de estas ratas de ideología berretamente mercenaria.

Hagamos filosofía del veneno caído, las noticias que hablaron primero de policías contra ladrones, que luego difundieron un confuso episodio y finalmente coincidieron en la inocencia de la persona asesinada, en ningún momento nombraron a los efectivos policiales de civil, o sea a los asesinos, como delincuentes, porque a fines de cuentas, su extremo accionar define sin excepción y en la justa medida, aquello que cualquier diccionario, en cualquier parte del universo democrático, definiría como un acto delincuencial, el peor de todos, en todo caso, ya que incluye el asesinato a sangre fría.

Por su parte, entendiéndose que según su criterio ideológico, el funcionario de la Ley aplicó lo que el trabajo le ordena, al ejecutar con dos tiros en la cabeza a quien él mismo (digamos “por error”) creyera un delincuente, me pregunto: a sabiendas de que el único delincuente en este caso es quien disparara hasta quitar la vida de un joven, ¿según el propio criterio del “disparador”, no debiera entonces arreglarse está situación en la propia ley que este asesino infundara? Es decir, si es la ley lo que este oficial entendía se encontraba (de momento) esgrimiendo, ¿no sería entonces esa misma Ley la que debiera caberle a el, en tanto que hoy “afortunadamente” sabemos que fuera éste efectivamente el verdadero y único delincuente aquí? No lo digo yo, ni siquiera intento aquí hablar de “mano propia”, pero a juzgar por los principios manejados por este señor policía, según sus propios criterios, él mismo (en tanto delincuente) debiera de ser ejecutado con dos tiros en la frente, de hecho, en este caso ni siquiera se hablaría de confusión porque sabemos bien a quien se está ajusticiando.

Al parecer, una parte de nosotros ha intentando incansablemente ser persuadida en la justificación de que algunas vidas valen menos que otras. Por fortuna, somos muchos más los que se supone valemos menos. Por lo tanto, entiendo que matemáticamente no van a poder siempre comprar nuestras propias ideas.

 

 

 

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