En el marco de una creciente violencia social en un ambiente que se vuelve más opresivo y represivo, un personaje de la cotidianeidad argentina vuelve a escena.
Por Diego Ferraro
Todos tenemos uno en nuestro círculo. En el de trabajo, facultad o en la familia. Si bien nunca estuvo en peligro de extinción había pasado a tener un papel secundario en los últimos años, perdiendo el fuerte protagonismo del que había gozado en el menemismo, y ni que mencionar en los ’70.
Con un ambiente caldeado y un descontento social que aumenta día a día con las impopulares medidas tomadas por el presidente Mauricio Macri, su opinión de sobremesa volvió a ganar escena. Salieron del closet, como gusta decir de los que gritan libremente su elección sexual, gente que es justamente muy atacada por esta extraña especie que damos en llamar facho argentino.
Violentos, irritables, dueños de todas las verdades, de costumbres que nunca alterarían el status quo, contradictorios y más de una vez incoherente con alguna frase que espetó minutos antes, el facho argentino empieza a moverse como pez en el agua en una realidad que apoyada en la creciente desigualdad social y una brecha entre ricos y pobres que se hace cada día más grande, y se vuelve lentamente más violenta.
Analicemos. Tiene frases tan célebres como incoherentes. El caso del médico que acribilló al ladrón diversifico opiniones sobre cómo actuar ante un robo. Y ahí el facho argentino saca a la luz su justificación de un asesinato, porque depende quién mata, matar está bien. No lo vas a hacer entrar en razones que alguien que se toma el trabajo de ingresar a su casa, buscar un arma, volver a salir a la calle y ejecutar a una persona es un asesino. De ninguna forma. Porque en este caso, lo hizo en nombre de la familia, la moral y las buenas costumbres, es alguien de bien, con una educación (¿?). Si tus ganas de discutir están en niveles altos, te meterás en esta discusión en la que te acusan que “vos porque defendés asesinos, delincuentes y toda esa gente”, y aunque hagas lo imposible por explicarle que vos no estás defendiendo un acto de violencia como es un robo, hay que ir más allá y analizar porque una persona tiene que salir a robar, que la crítica va más arriba de un solo hecho, que nadie sabe cuál es la reacción ante un robo y menos si está involucrada la familia, no va a haber caso, no hay opiniones que intercambiar porque la verdad la tiene comprada. Él es las buenas costumbres hecho carne y vos el defensor de criminales. “No puede ser, ¡ el que mata es un asesino y tiene que ir preso !”. Hecho, entonces el médico el médico debe terminar tras las rejas; “no, porque a él lo quisieron robar”. Porque al parecer, para este espécimen las razones tienen ascendencia social.
¿Dónde choca esta verdad absoluta? En el tema del aborto. Anti abortista por naturaleza porque “yo estoy a favor de la vida, todos tenemos derecho a vivir”, no tiene problema alguno en minutos después decirte como fusilaría en un paredón a todo delincuente.
Terminadas las clases de moral sobre su educación, que cuando se quedó sin trabajo no salió a robar, lo decente de ganarse la vida dignamente, te cuenta sobre ese celular “que me consiguió un amigo a mitad de precio” o como cuando le chocaron el auto y fue a la calle Warnes a comprar la puerta “porque ahí te la consiguen por dos mangos”, sin importarle si viene chorreando sangre o con un agujero debajo de la ventanilla. Porque cuando tiene fines personales, la justificación siempre está al alcance de la mano y el análisis social cambia. Con una premisa que parece ser “si no pregunto de donde viene no es inmoral”, está bien comprar en un mercado negro porque es un honesto trabajador.
Cuando va por el flan y la sobremesa se empieza a terminar, empieza a jugar a ser Dios. Y ahí te cuenta que “este país hay que empezarlo de vuelta. Si matás 10 millones de personas (estoy siendo bueno, en realidad dicen “negros”), pasas la topadora en la villa y mandas a los bolivianos y paraguayos a su país, vas a ver cómo cambia todo”. Ojo, solo deportar sudamericanos. Europeos no que esos son como hermanos, porque ya sabemos que en su conciencia los hizo mejores y superiores. Su proceso de selección es inefable, fáctico…e incomprobable. Pero no importa, en su imaginación funciona perfectamente. No conforme con la desaparición forzada de personas que tuvo su auge en el período 1976-1983 y que permanece intacto en nuestros días aunque en forma de grageas comparado con aquel tiempo, no le vas a cambiar la opinión que estas medidas jamás condujeron a nada.
Pero hay una frase más en su manual reaccionario, que cada vez que ve un piquete, sea en vivo o por televisión, orgulloso grita a quien quiera escuchar: “esto con los milicos no pasaba”. No, desde luego que no, pasaban cosas mucho peores. Pero al parecer lo importante es la libre circulación.
Uno se pregunta, ¿encontraran sustento en algún lado estas personas? Y rápidamente se responde: claro que si. Hace unos días, en horario central y al mismo tiempo, tres canales de noticias le preguntaban a sus televidentes si el médico (asesino) estuvo bien o mal en matar, si está bien tener armas en casa, la defensa propia, etc. Sin análisis alguno, lanzado al aire con un vacío ideológico llamativo, porque cada cual puede tener su opinión, pero a ella siempre hay que brindarle un sustento que no entra en la agenda mediática diaria. La instalación del “SI” o el “NO”, del estar de un lado o del otro, a favor de la vida (¿?) o no es todo lo que importa. Un artículo aparte merecería Baby Etchecopar y sus espacios que alientan a la violencia de todo tipo ejercida del que más tiene hacia quiénes de menos beneficios gozan, casi como si se tratara de un estado justo y natural. Periodistas que bajan línea con un pensamiento arcaico como Eduardo Feinmann o personajes reaccionarios como la “pro-dictadura” Cecilia Pando son otros de los estandartes en los que apoyan las patas de su ideología. Y Susana Giménez vuelve al ataque con su “el que mata tiene que morir”, y uno para adentro sabe que la diva argentina no es un paradigma de la ideología, pero la miran millones de personas y después Doña Rosa lo repite en la panadería, encuentra alguna opinión parecida y la misma se propaga.
¿Pero dónde además de los medios puede encontrar un espejo? En el mismo gobierno. Marcos Peña sin miedo al ridículo declaró que la cifra de 30.000 desaparecidos es simbólica, poniendo en duda (una vez más) los crímenes cometidos durante la última dictadura militar; ¿si en vez de 30.000 fueran 1.500, en que cambia? El terrorismo de Estado es la peor y más violenta forma de terrorismo existente, el dolor no es agravado por las cantidades, sino por los hechos.
El Presidente de la Nación no quiso quedarse atrás, y siendo insultante con la historia reciente del país que gobierna aclaró que él no tiene ni idea si los desaparecidos fueron 30.000. Pero bueno, de alguien que desoye cualquier expresión popular de su pueblo tampoco esperábamos algo diferente. Y el facho argentino se mueve en su salsa, porque los desaparecidos “eran todos asesinos”. Entonces, que mejor para distinguirse que asesinando, ¿no?
Tranquilo. Si usted es una persona con las ideas claras, no es contagioso. Pero sus ideas naufragan buscando una identidad, hay algunas recomendaciones que puedo proponerle: Conviva con la realidad social ahí en el piquete, en las expresiones populares, en las villas. Sin miedo, son gente como uno. Una vez que haya tocado la realidad social, los riesgos de caer en estas opiniones habrán desaparecido.
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