Por Juan Alberto Pérez
Imagen Fuente Midia Ninja
Néstor Pitana llevó el silbato a su boca, alzó las manos hacia el cielo encapotado de Moscú y cerró definitivamente la vigésimo primera edición de la Copa del Mundo que coronó a la selección francesa como campeona. Atrás quedaron los días de las especulaciones de candidatos, las esperanzas de treinta y un seleccionados participantes, y 64 partidos. Hay un campeón y una moraleja que queda picando como muestra de que a la maquinaria del negocio capitalista se le filtran esbozos de lo que intenta reprimir. Los inmigrantes naturalizados para las “potencias” mundiales hicieron la diferencia; y a pesar del intento de encubrimiento detrás de una organización prolija y regulada hasta el infinito, en Rusia se nota cada vez más el rasgo autoritario, racista y homofóbico de Vladimir Putin.
Historicamente Francia fue un fútbol de segundo orden a nivel mundial. Más allá de la aparición de Michel Platini a fines de los ´70 y principios de los ´80, nunca estuvo a la altura de las grandes potencias futbolísticas como Brasil, Alemania, Italia o Argentina. Sin embargo, desde 1998, cuando realizaron la copa del mundo en su casa, algo cambió definitivamente. Ese algo es la incorporación definitiva de descendientes de inmigrantes o futbolistas nacidos en las colonias francesas. Nombres como Zinedine Zidane, argelino, Nicolás Anelka, de descendencia martiniqueña, Thierry Henry, nacido en Antillas Menores (Islas colonizadas en el Caribe Centroamericano) o Liliam Thuram, oriundo también de las Antillas Francesas, son algunos de los futbolistas que le dieron a los galos la primera consagración en el mayor torneo de fútbol a nivel mundial. Esto se acentúo en este período de 20 años con nombres embemáticos como Karim Benzema o Frank Ribery, al punto de llegar a la copa de Rusia con diesciséis futbolístas de 23 de la lista con descendencia no francesa, al menos uno de sus padres no es francés, y 14 de ellos tienen origen africano en su sangre. Esta situación contada en números simplemente no sería más que un dato estadístico en este mundo cada vez más globalizado y con las fronteras más difusas. Sin embargo, existe una creciente ola de división racial en la sociedad francesa, que culmina en sangre. Hay una derecha muy activa en Francia que pretende que se establezcan limites a las inmigraciones, a quienes acusan de ser “un problema de cohesión social”. La derecha francesa exige limites al ingreso de inmigrates al país en donde viven 4,2 millones de inmigrantes, de los cuales 300 mil son indocumentados, según datos del ministerio del interior francés. Y parece que el gobierno de Emmanuel Macrom responde, ya que ha desplegado una política de persecución a los ilegales a quienes les espera hasta 1 año de cárcel, y que cuenta con innumerables denuncias de organismos de derechos humanos, partidos de izquierda y hasta paises vecinos, por lo inhumano del accionar de las fuerzas desplegadas en la persecución de personas. En medio de esta situación, se lo vio a Macrom disfrutar y gritar a viva voz este domingo los goles anotados por Paul Pogba, hijo de padres guineanos, o vitorear los recuperos de N´Golo Kante de descendencia maliense, o Samuel Umtiti, nacido en Camerún. Esos futbolistas, que de haberse aplicado el tipo de políticas restrictivas que planea Macrom, hubiesen jugado el mundial vistiendo otros colores.
EUROPA CUNA DEL RACISMO
Esto mismo sucede con otras selecciones que alcanzaron cierta notoriedad en el mundial. Han apoyado el peso de su desarrollo deportivo sobre la explotación que históricamente Europa ha realizado con las colonias o con los paises de tercer mundo. Los ingleses presentaron 11 jugadores con descendencia extrajera, a pesar de haber realizado el Brexit y renegar del peso de la inmigración en la economía europea; en Bélgica el 48% del plantel tiene origen fuera de las fronteras de los paises bajos; Sin embargo, Romelu Lukaku, delantero del seleccionado, ha declarado que “Cuando las cosas iban bien, los diarios me llamaban el goleador belga; cuando no iban bien, me llamaban el descendiente de congoleños” mostrando el nivel de racismo creciente en Bélgica.
El caso de Suiza es peculiar, ya que es uno de los paises de la Unión Europea que más esfuerzo hace por cerrar las fronteras sin importar que todos los días haya cuerpos flotando en las costas del mediterráneo; sin embargo, se vale de la inmigración para su éxito deportivo, ya que alcanzó en el último tiempo resultados impensables dado el pésimo nivel histórico de su selección a nivel mundial. El 62% de los jugadores suizos son de origen extranjero. El caso más relevante es su figura, Xherdan Shaqiri, quién nació en Kosovo, pero tuvo que emigrar debido a la guerra desatada en su tierra natal.
Así es entonces que la gloria de los paises europeos se ha edificado con el material que ofrece la inmigración a pesar de su política de descarte y de discriminación étnica y racial.
LA PROPAGANDA RUSA
Vladimir Putin asume en marzo de 2000 el poder en Rusia en medio de la crisis por la guerra chechena, y ante el intempestiva renuncia de Boris Yeltsin. Desde entonces ha sido la figura central en la política de la Federación Rusa, al punto de lograr este año casi el 77% de los votos en las elecciones presidenciales. Ex agente de la KGB, Putin fue avanzando en la estructura política rusa, controlando áreas sensibles como el servicio de inteligencia y la jefatura del Consejo de Seguridad Nacional. Tomó notoriedad por ser uno de los organizadores de la invasión a Chechenia, lo que le valió una gran popularidad por su perfil ultra nacionalista. Desde entonces ha desplegado un régimen político autoritario, persecutorio de la oposición y con un marcado perfil racista, xenofóbico y homofóbico. Además, cuenta con fuerte sospechas de persecución política y crecientes casos de disidentes asesinados, de activistas desaparecidos y de políticos y empresarios opositores encarcelados. En Rusia no hay voces críticas, la prensa se encuentra altamente intervenida y censurada. Además, su hipernacionalismo lo ha catapultado a una cruzada imperialista que derivó en la invasión a Ucrania, en la península de Crimea en 2014.
EL MUNDIAL POLÍTICO
La Copa del Mundo de la FIFA ha sido históricamente utilizada con fines políticos para intentar lavar la imagen de los paises anfitriones. Así fue el caso de Italia 1934, con la imagen del fascismo y de Benito Musolini; tal es el caso de Argentina 1978, cuando la dictadura utilizó el certamen para vender una imagen del país mientras desaparecían decenas de miles de argentinos; y es el caso de Rusia 2018. Pero en este caso algo se dejó ver, cuando en medio de la final un grupo de mujeres invadió la cancha para mostrar al mundo su reclamo. Se trata del grupo feminista Pussy Riot, quienes son activistas y tratan de poner en escena la real situación de las mujeres en la Rusia de Putin. Por esto, parte de este grupo musical se encuentra detenido y existen denuncias de tratos inhumanos durante su encarcelamiento, que detrás esconde un origen político en la condena.
Mas allá de esto, la sociedad rusa no es un lecho de rosas. Aunque el gobierno cuenta con una aprobación altísima de la sociedad, igualmente se sospecha la calidad democrática, en Rusia hay 20 millones de pobres. “Según nuestros datos, el número de ciudadanos con ingresos inferiores al mínimo de subsistencia se mantiene en torno a los 20 millones”, dijo el ministro de Trabajo, Maxim Tolipin en diciembre de 2017. Por eso el gasto para la realización de la Copa del Mundo resulta inconcebible. Se trata de 13.200 millones de dólares que desembolsó la Federación Rusa. 400 millones menos que el de Brasil en 2014. Cuánto de ese dinero se podría haber invertido en cuestiones sociales para apalear la pobreza creciente.
El mundial ha terminado, el negocio está cerrado, pero ha dejado en evidencia muchas de las desigualdades que se viven hoy a lo largo y a lo ancho de un mundo que es todavía más discriminador, racista, egoísta e imperialista. Hasta 2022 y que las excentricidades y el dinero del petróleo nos lleve a Qatar para que la pelotita siga girando.
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