LA RAZÓN DEL MIEDO A LA VERDAD

Por Federico Firpo para Ancap

¿Qué es la verdad?, ¿Cuál es la razón?; ¿Existe una verdad?, ¿Tendremos alguna razón?… El verdadero miedo al ridículo no es otra cosa, en realidad, que el miedo a quedar atrapados en esa verdad que nunca quisimos. Borrar las evidencias, será el punto en común, para seguir adelante entre tantas contradicciones.

Probablemente, de cara a un mensaje, la mayoría coincidamos en poner las democracias por encima de las avanzadas anti-democráticas, pero con una historia bastante carente de ejercicio constitucional, o mejor dicho, con un continente muy proclive a los regímenes dictatoriales (a excepción del único país que no tiene Embajada de los Estados Unidos, o sea los Estados Unidos propiamente dicho), los últimos 37 años en Argentina (desde la vuelta a la democracia, 1983) el miedo y la amenaza a una vuelta atrás (un Gobierno de Facto) se han encontrado permanentemente coqueteando con la carta del menú discursivo en manos de las oposiciones gubernamentales de turno.

La participación en la vida política, encuentra en su apertura democrática comunicacional, la característica principal que la separa y diferencia de los momentos en los cuales el Congreso queda cerrado. A su vez, lo más crudo de los procesos dictatoriales, lógicamente, lo tenemos en el Terrorismo de Estado, en otras palabras, la utilización del Estado para torturar, asesinar y desaparecer personas. Quisiera uno creer que esas cosas no pasan en épocas de participación democrática. De allí, la importancia de la comunicación abierta. Se trata de saber que es lo que pasa, para entender el lugar en el que nos encontramos. Lamentablemente, vemos, por otro lado, a los políticos que negaron ayer a Santiago Maldonado, queriendo hoy cuidar de nuestros próximos desaparecidos, mientras qué; los medios que se pusieron ayer la causa Santiago Maldonado al hombro, parecieran al día de la fecha haberse quedado sin cintura.

Así como algunos quisieron creer saber del paradero de Santiago Maldonado, según sus propias creencias, hoy otros quisieran adelantar las razones de la muerte de Facundo Astudillo Castro. Y en tanto, un virus que nos retiene pareciendo haber convertido en astronautas express a tristes celebradores del calor de la desgracia infernal. No estamos incomunicados en aislamiento, estamos, más bien, “descomunicados”, para el provecho de los gestores de la desesperación.

Resulta difícil, en tiempos de joven democracia, comprender de qué se está hablando cuando, quienes, añejos corporativos del ejercicio comunicacional, ponen en duda la libertad de expresión, a pesar de haber defendido y defender, al día de hoy, las oleadas mediáticas de la rosca y la presión, obviando el detalle de políticos amantes del totalitarismo y del gobierno por decreto, paseando por sus pasillos, haciendo de esos canales su Congreso y su decisión.

El coronavirus, el aislamiento y el hecho de sentirnos inmóviles al extremo nos han puesto en sintonía directa con un mundo tecnológico que avanza a frecuencias exageradamente vertiginosas. Necesitamos algo para decir, no importa qué, pero ya mismo una verdad, cualquiera esta fuera. Y si no fuera verdad, rápidamente escapar hacia algún salvoconducto que nos lleve hacia algo parecido y poder así presumir de lo que supuestamente sabemos, a pesar de desconocer.

Desde el momento en que veamos a dos personas diciendo todo lo contrario y sin ninguna de ellas tener la razón, podremos entender que no existe la verdad. Y si algo (tan sólo) fuera verdad, tan obvio ha de ser, que no será, siquiera, de la necesidad de ser dicho. Quizás a estas alturas estemos todos ahogados de querer llegar a la verdad.

La verdad, al igual que la mentira están en todas partes y en estos días de comunicaciones por un futuro que asoma entre sueños y pesadillas virtuales, podemos fácilmente quedar envueltos, pegados en medio de relatos prefabricados para nuestros deseos. Quedará entonces por saberse cuál es la razón que esconde cada palabra.

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