Por Federico Firpo
Corría el año 2002, etapas duras si las hay para los argentinos. Y como buenos adolescentes, nos encontrábamos en la plaza tomando unas gaseosas, por la noche. Nunca hubiéramos imaginado terminar siendo el blanco fácil que justifique un operativo policial.
Y así fue nomás, sin comerla ni beberla, caíamos detenidos en nuestras propias tierras lanusenses. Al llegar a la comisaría, nos esperaba allí un Comisario en jefe de abultado chaleco antibala y de tosco caminar, a quien no dudamos en bautizar Robocop, nombre con el cual (luego nos enteraríamos) había sido también caracterizado, con anterioridad, por la jerga delincuencial.
Sucede que este personaje, a consecuencia de haber recibido 17 balazos en una trifulca, se encontraba envuelto en indumentaria de extrema seguridad, sumado al difícil caminar que las secuelas del ataque (a su persona) le habían propiciado. Intimidante de todas maneras, seguía allí fiel a su oficio.
Fuimos llevados a un patio común, en donde a pesar de las frías temperaturas nos invitaron a quedar solo en interiores. Uno de los chicos con un bulto prominente, tuvo que sacarse su calzoncillo ante la incredulidad de las fuerzas policiales. Entre los detenidos, dos bolivianos a quienes permanentemente los poli amedrentaban llamándolos con el nombre Pachamama. Nos pidieron uno por uno nuestros números de documento y cuando llegó mi turno se me acercó Robocop.
Un tanto nervioso, un tanto indignado por la situación en la que nos encontrábamos le canté mi número de dni de a un dígito por vez, a lo que Robocop me preguntó: ¿No lo sabés decir de corrido?, mi réplica, un rotundo: no. Ante las sigilosas risas cómplices de mis amigos, Robocop, también de buen humor, sencillamente sentenció: Perfecto!
Fuimos movidos a una pequeña celda, ahí mismo, en las instalaciones de la comisaría y una vez enjaulados pudimos ser testigos, a través de una pequeña ventana, de una película erótica que los oficiales a cargo degustaban desde sus oficinas. Cuando le pregunté a uno de los policías por qué nos habían detenido, mi hermano se enojó y me pidió que cerrara la boca, a los cinco minutos entraron dos pibes más, cagados a palo, a palma abierta, delante de nuestros ojos, a lo que mi hermano me dice: ahí lo tenés, preguntale ahora por qué te detuvo así te caga a palos a vos también… Contrario a lo que exige el procedimiento, no nos dejaron comunicar con nuestros padres, peor aún, éramos casi todos menores, de hecho, sólo uno de nosotros tenía los 18 cumplidos. Sin embargo, material de extrema innovación por aquel entonces, uno de los chicos contaba con un celular que los policías habían dejado cercano a la celda. Con los cordones y las zapatillas, ante el descuido de los efectivos de la ley, hicimos una especie de boleadora, a partir de la cual pudimos recuperar ese teléfono. El dueño del providencial aparato, llamó a la comisaría desde ahí adentro y se hizo pasar por su padre para que lo liberen, no contaba con crédito para hacer una llamada, pero una vez liberado, desde su casa se encargó de avisar la situación a nuestros padres.
Finalmente, nos fueron liberando uno por uno. Cuando salía, Robocop me pide mis datos, como para anotarlos en una agenda de entrada y salida de la comisaría. El trato era ahora sumamente cordial. Me ve con una remera de La Renga y me pregunta si me gusta el blues, porque (aclara él): mirá que soy amigo de Adrián Otero, el cantante de Memphis y te puedo conseguir entradas eh (¿?)… Me iba con más dudas que con las que había entrado. Volviendo a casa le dije feliz día del padre a mi viejo, de hecho lo era, a lo que me contó que si bien estaba enojado con los policías, Robocop (cuyo nombre no develaremos) lo había hecho cagar de la risa.
Días atrás salgo a la vereda y lo veo, después de quince años, cara a cara al mismísimo Robocop, supuse que no me conocería. Estaba él sacando de la calle a un linyera. Me dijo que teníamos que cuidarnos entre los vecinos y al despedirse, subiéndose a su enorme moto, retruca: ¿cómo está tu papá?, mandale un abrazo gigante…
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