Por Ernesto García
«Y en el acto reconoció a Ulises que se acercaba, y movió la cola
y enderezó las orejas
aunque no pudo llegar hasta su amo, el cual, conociéndole,
se enjugó una lágrima ocultándose hábilmente».
Homero, canto XVII de La Odisea.
Una de las leyendas más conocidas dentro de la mitología griega, es la del laberinto de Creta y el Minotauro. Ese personaje mitológico que fue encerrado por el rey Minos dentro de un intrincado conjunto de pasadizos diseñado por el arquitecto Dédalo. De esa forma, se evitaba que la bestia consiguiera escapar, pero también hacía imposible que cualquiera que entrara pudiera encontrar la salida. Sin embargo, hay otra historia que, aunque triste, no deja de cautivar por su belleza. Es la historia de Argos, el perro de Ulises, uno de los héroes legendarios de la mitología griega; rey de Ítaca, una de las actuales islas Jónicas, situada frente a la costa occidental de Grecia.
Argos, aparece en el canto XVII de La Odisea, cuando Ulises regresa a Ítaca luego de luchar en la Guerra de Troya y deambular por el mar. Tras veinte años de ausencia y para enfrentarse mejor a sus enemigos, aparece disfrazado de mendigo, de manera que nadie lo reconozca. Pero Argos, enfermo y descuidado, sí lo conoce y lo saluda trabajosamente con la cola. Ulises, enterado de la fidelidad de su perro y de su estado actual, pero imposibilitado de responder el saludo para no quedar en evidencia, derrama una lágrima y sigue su camino. Se dice que aquel día, a la llegada de su amo, veinte años después, Argos pudo morir en paz y feliz por haber visto por última vez a su amado compañero. Se cuenta también que la única lágrima que el valiente Ulises lloró, fue por su perro. Argos, desde siempre, representa la fidelidad por excelencia del perro hacia su amo. Nunca había olvidado los recuerdos felices que lo unían a Ulises, y por eso pasaba los últimos días de su vida en un rincón, con la esperanza de verlo otra vez. Solo el perro, cuando aquel se acerca a la casa, pudo darse cuenta de que bajo el humilde disfraz del vagabundo se ocultaba el audaz Ulises.
Sin embargo, las islas que en otro tiempo dieron luz a la cultura occidental también fueron escenario de grandes crisis. Así nació un nuevo héroe trágico, «Lukanikos» uno de los personajes más valiente de Atenas que no faltó a una sola manifestación desde el inicio de la crisis en Grecia que estalló en los años 2008-2009. Que no se amedrentó ante los policías antidisturbios, ni ante los gases lacrimógenos y se mantuvo siempre alerta acompañando y protegiendo a los manifestantes. Prueba de ello, son sus constantes apariciones en las fotografías de la prensa internacional: corriendo entre el fuego, entre columnas de antidisturbios o entre las bombas de gas lacrimógeno. Cuando comenzaron las masivas manifestaciones en protesta contra los programas de recortes sociales impuestos a Grecia para supuestamente enfrentar la crisis económica, los manifestantes nunca se imaginaron el fiel acompañante que tendrían. Ese sería «Lukanikos», un valiente perro callejero que decidió ponerse del lado de los ciudadanos.
Y aquí comienza la leyenda de nuestro héroe.
Algunas personas lo llamaban «Kanellos» (Canela), pero de acuerdo a la Municipalidad de Atenas, que empadrona a todos los perros callejeros en su jurisdicción, su nombre fue «Lukanikos» desde que ingresó a sus registros. «Lukanikos» o «Kanellos», habrían sido dos de sus varios nombres y se trataría del mismo animal, señaló Anna Makri, jefa del Servicio de Control de Animales de Atenas, a la agencia Reuters. Otros cuentan que «Kanellos» fue el primer perro que se unió a las protestas, cuando estas estaban comenzando en el año 2008. Los primeros grupos de manifestantes que se reunían en Sintagma, normalmente llevaban comida para pasar el día entero allí, hasta que uno de ellos, comenzó a alimentar a un perro callejero que, sorprendentemente, agradecido por la comida, siempre los acompañaba en sus protestas y ladraba para espantar a la policía que intentaba reprimir a los manifestantes. Sin embargo «Kanellos», según relatan otros, murió, y quien ocupó su lugar fue «Lukanikos». También dicen que «Lukanikos» es hijo de «Kanellos» pero no hay manera de confirmar tal cosa. Es este último el que habría tenido más notoriedad por haber aparecido en las fotos de portada de prensa ya que cuando «Kanellos» era la mascota de las protestas no había la misma cobertura mediática y pasó algo más desapercibido.
«Lukanikos» significa salchicha en griego y se ganó el nombre debido al gusto que tenía por esa comida. Este «perro antisistema» color canela, afectuoso, virtuoso y compañero, se convirtió en el símbolo de las protestas griegas. Fue inmortalizado por el periódico británico The Guardian, que publicó una colección de fotografías de sus hazañas. Fue el can de raza mixta que durante las protestas del 2011 también ganó notoriedad al aparecer, siempre en la primera línea de batalla del lado de los manifestantes contra la policía, en el número especial de la revista Time a «El manifestante» entre los protagonistas de la primavera árabe, de Ocuppy Wall Street o del 15M.
Mestizo, más humano que los animales que lo gasearon, lo golpearon y lo mancharon con pintura. «Lukanikos» no fue sólo un perro callejero. Tampoco fue una mascota juguete del sistema. No se dejó convertir en una mercancía más de veterinarios inescrupulosos. No quiso ser un perro encerrado entre cuatro paredes o una marioneta de sus “dueños”. Rebelde, eterno héroe trágico, prefirió las calles y las plazas de Atenas. Pero no para quedarse echado bajo la sombra de los árboles, ni acostarse sobre el mármol del Parlamento griego esperando una limosna. Sabio, único, conoció muy bien quienes eran sus amigos y quienes sus enemigos. Siempre estaba a la cabeza de todas las manifestaciones, ladrándoles a los policías antidisturbios que lanzaban gases lacrimógenos a él y las multitudes. Su presencia en numerosas manifestaciones y su participación en las protestas y revueltas junto con los que se enfrentaban a la violenta represión policial hicieron de él un símbolo mundial de la «resistencia griega». Los propios manifestantes lo describían como un perro sin amo que aceptaba el cariño de cualquiera que pasara a su lado. Todos lo trataban con respeto y lo cuidaban, pues veían en él, un fiel compañero.
En el 2012, «Lukanikos» tras ser adoptado por una pareja de pensionados, dejó de asistir a las protestas por problemas de salud, ya que de acuerdo a sus nuevos compañeros de ruta, el gas lacrimógeno que inhaló durante las protestas afectó considerablemente su estado. El tiempo pasa para todos. Tantos años de lucha le pasaron factura y los gases a los que estuvo expuesto finalmente terminaron dañando su sistema respiratorio. «Luka» murió en octubre de 2014, mientras dormía en el sofá del señor Aquiles. Fue enterrado bajo la sombra de un árbol en una colina en el centro de la ciudad. Sí, partió. Y es imposible no derramar una lágrima como Ulises por su perro, al ver pasar la historia y la vida de «Lukanikos» sin poder tocarlo, acariciarlo, abrazarlo. Grecia, no solo nos dejó filósofos, también nos dejó a «Lukanikos», su amor, su vida, su recuerdo y su lucha. Lo imagino en el Olimpo mordiéndole los talones a los dioses, meando sus mansiones de cristal, corriendo entre el fuego, ladrándole a la tiranía del olvido y del tiempo. Sus ladridos se seguirán escuchando en todas las calles y plazas del mundo.