YO SOY DEL SUR

Texto e Imagen Nedima

Yo soy del sur.
Cuántas veces me morí bajo el manto estrellado de tu media noche aujeriada por pasacalles y cables de luz.

Yo soy del sur.
Al amparo de tus postes, arrejuntados sobre nosotros, como si se apoyaran ellos sobre nuestros cuerpos cruzados, supe de lo que se charla cuando dicen querer.

Yo soy del sur.
Tus luces amarillas por las que se arremolinan los mosquitos en las calurosas y anaranjadas tardes de diciembre, dieron colores a un sentimiento aún latente.

Yo soy del sur.
El eco de un chingolo, un benteveo y un hornero, como me transportan a mi niñez en el parque, al verdín entre yuyales y losa, también aquejan, en armonía pesada con el arruyo del chatarrero, mis mañanas juveniles de resaca.

Yo soy del sur.
No me asustan chanchos, perros ni caballos. Ni el subte ni los remises ni los bondis. Soy tan puro en el campo y tan distante en la ciudad. Soy tan familiar en las calles de tierra y llevo tanto canyengue cuando cruzo corrientes; pero en definitiva, lo mío es el barrio.
Ese nombre sin cuerpo ni ubicación, sin márgenes ni delimitación ni cartografía pero con claras fronteras; esa mezcla rara entre ciudad y campo, donde conoces todo pero hay aire a nuevo tras cada esquina.

Mi vida son estos barrios. Yo soy del sur.
Yo tengo el lamento de la cigarra en el verano plasmado en un casette cuando quise grabar un tema de la radio, tengo la lagartija que se escapa y adorna con su huída las navidades, los globos de fuego amarillos y pálidos de los fines de año y a los reyes de mis zapatillas viejas. Tengo patios de baldosas baldeados hasta el cansancio y aún regados por soretes del Tomy, tengo pasto crecido, pasto alto, tierra polvorienta de canchita de plaza y asiento de cemento desde el cual aún me miran unos ojos pardos con su misterio, en mi memoria.

Yo soy del sur, ese lugar sin entidad, que dicen sin identidad, que denuestan por su categoría y a la que le arrebataron hasta el lujo de la referencia. Porque nos han puesto «Conurbano», que aunque para quienes lo instalaron sea maldito y ajeno, sabemos apócrifo.
«Con-urbano» ¿Qué, tenemos urbano? ¿Que venimos con lo urbano? ¿Que arropamos, que cuidamos, que contenemos al urbano?
Conurbano, al rededor de lo urbano, que rodea a la urbe, que acompaña, que adyace.
Para esos giles que nos miran como el tiburón a la lamprea o como la milanesa a las papas fritas, les digo.

Yo soy del sur. Y no soy condenado.
Y aunque para hacer trámites tengo que ir pa’allá, loco, siempre vuelvo. Siempre.
Allá, o voy yendo o voy volviendo. Doy vueltas.
Acá, estoy. Soy, loco, soy.
No reniego, igual, de mi nombre ¿Conurbano nos pusieron? Conurbano soy entonces, cuál hay. Así como aquel al que contra sí mismo le dijeron gordo o enano o narigón y quedó, siendo bajo ese apelativo como se presenta y de quien ya pocos saben o recuerdan su verdadera gracia, seremos Conurbano como somos Sur, como algo nuevo, libre, caótico, místico, misterioso.
Pero nuestro, papá.

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