“Quisiera entrar por el ojo de una aguja
al reino de la gente
donde ninguna edad sea pecado
ningún sexo demasiado pequeño
ningún ser un poco menos” Laura Devetach.
Por María del Monte
Mariadelmonte.ancap@.com
Desde varias vertientes del feminismo se ha distinguido entre sexo y género, separando así lo biológicamente dado, de lo culturalmente construido. De este modo el sexo designa particularidades biológicas de los cuerpos, mientras que el género es el conjunto de características, actitudes y roles en lo social, asignados cultural e históricamente a las personas en virtud de su sexo.
Esta división engloba diferentes aspectos, el más cotidiano es el lenguaje, que socialmente se caracteriza por ser androcentista, esto significa que es asimilado bajo la óptica delo masculino y se impone universalmente.
Cuando el hombre es percibido como modelo de ser humano, todos los estudios, análisis, investigaciones y propuestas son enfocadas únicamente desde la perspectiva masculina y los resultados que arrojan los sondeos, experiencias y observaciones son válidos para la generalidad humana hombres y mujeres. Todas las instituciones creadas socialmente, responden principalmente a los intereses y necesidades del varón, y cuanto mucho, a las necesidades e intereses que el hombre cree que la mujer tiene.
Los insultos que poseen la carga semántica más negativa hacen referencia a lo femenino, la analogía de los géneros lingüísticos de nuestra lengua exige que, si en una clase hay cien alumnas y dos alumnos, debemos decir alumnos, a pesar de que haya una buena cantidad de seres femeninos, que quedan “implicados” por el género masculino. Es normal que una mujer diga nosotros y uno para referirse a ella misma, esto es así porque la concordancia masculina es obligatoria cuando se alude a personas de distinto sexo.
Las palabras utilizadas en los medios de comunicación se imponen para dominar la semántica, llevan una carga misógina disfrazada, sexista y someten la manera de hablar. Dictan una gramática que se perpetúa socialmente, es común escuchar violencia de “género” en lugar de machismo o patriarcado, “trata” en lugar de explotación sexual con la finalidad de diluir la radicalidad y el poder de transformación que tiene la palabra culturalmente construida. Este lenguaje utilizado para referirse a lo femenino es violento y nos deja a la sombra, siempre detrás de la figura varonil.
El lenguaje sexista es utilizado cotidianamente en todos los ámbitos en que nos relacionamos y afectan a la mujer relegándola a una posición social inferior o negativa, haciendo hincapié, como ya hemos visto el mundo varonil. Si tomamos conciencia de que la opresión no sólo se sufre en el cuerpo femenino sino también en el idioma debemos revertir esto que es importante culturalmente ya que en el habla es cuestión de hábitos por eso es una tarea ardua de cambiar pero hay que comenzar desde lo simple y diario de nuestras vidas. Lo que cambia no es sólo la expresión, sino toda la cosmovisión que la sustenta.
El lenguaje masculino impuesto es un código y no representa la realidad porque privilegia su cosmovisión, y porque el lenguaje es uno de los vehículos lo más poderosos y eficaces para imponer una ideología.
Afortunadamente muchas personas se rebelan contra este funcionamiento opresor filólogo y no se dejan intimidar por el mote sexista.
Las cuestiones lingüísticas son fundamentales en el lenguaje natural y también en los metalenguajes utilizados para describir la realidad.Hay que revolucionar la semántica, hablar en femenino, dudar, estar alertas, resignificar, cribar los conceptos impuestos culturalmente.