Pasto, nuestro primer destino colombiano.
Entramos a un nuevo país, con las expectativas y nervios se siempre. Nos habían comentado que los colombianos son de lo más hospitalarios, que derrochan simpatía por todos lados, que te integran como un amigo apenas te conocen. Mucho peso, muchas virtudes para un país tan castigado por las creencias del sentido común, por la prensa y por los que opinan sin moverse del asiento de su casa. Por Instinto Nómada
Así que bueno, fue entrar, conocer a Ney y a su mamá Olga y comprobar que era tal cual decían por ahí: sentimos la calidez y el abrazo de personas que no nos conocían en absoluto, pero que, sin embargo, estaban ahí apoyándonos en este viaje y abriéndonos la puerta de su casa.
Nuestra amiga Carola hizo su maestría con Ney en Córdoba, le escribió para comentarle que íbamos a pasar por Pasto y le preguntó si podía alojarnos por una noche. Recalco que Ney no nos conocía para nada, no tenía por qué darnos una mano. Pero dijo que sí, y nos permitió conocerlo a él y a su mundo. Así de sencillo, así de simple, aunque cueste creerlo. Su mamá Olga nos cocinó riquísimos platos adaptados al veganismo, nos cuidó y malcrió como a verdaderos.
Al día siguiente, cuando en teoría teníamos que seguir viaje para el norte de Colombia, al pasar por el negocio de William, un amigo de Ney, surge la invitación a un cumpleaños. Nos propone que en dos horas estemos listos para una fiesta en las afueras de Pasto, con pileta y todo.
Por supuesto, no solo dijimos que sí, sino que nos quedamos a dormir la noche ahí, nos metimos a la pileta de día y de noche, bailamos al ritmo de la salsa colombiana, comimos todos juntos y festejamos como si fuésemos amigos de todos.
“Esta es su casa” nos repetía William… cada vez que escucho esta frase, quiero volver corriendo a Bs As y empezar a abrir las puertas de mi casa a todo viajero que quiera y a todas las personas que nos alojaron en este viaje. Necesito hacerlo.
Pereira, centro del eje cafetero!
Antes de ir al encuentro de nuestro amigo Pedro en Cartagena, no queríamos dejar de pasar por el eje cafetero, un conjunto de pueblos, ciudades y paisajes únicos. Lugares llenos de historia, de un pasado que aun sigue hablando a través de sus paredes y habitantes.
A David lo contactamos por Couch (couchsurfing: personas que te hospedan gratuitamente en su hogar) y aunque tenía ocupada su casa, se ofreció a llevarnos a recorrer la ciudad y contarnos todo sobre la historia de Pereira. Caminamos mucho con él e hicimos lo que nos gusta: conocer lugares a través de gente local, no como turistas.
Salento, una gran maqueta arquitectónica
El pueblo es conocido como el padre del Quindío por ser el municipio más antiguo de este departamento y por ser la cuna del árbol nacional “La Palma de Cera”.
Se distingue por la arquitectura de su plaza y de sus casas antiguas en tapias de barro, por la amabilidad y gentileza de sus pobladores y por sus hermosos paisajes y excelente clima.
A lo largo de la calle Real y en ambos costados existen una gran variedad de almacenes y talleres de artesanías donde se exhiben trabajos en madera, fibras naturales, tejidos, joyería, entre otros. Además en algunos locales se encuentran productos alimenticios a base de café y restaurantes de comida típica.
Es el punto más buscado entre los viajeros y turistas que llegan a Salento. Hace tiempo venía viendo fotos y escuchando hablar sobre esas especies de palmeras altísimas, ubicadas en todo un valle montañoso difícil de describir con palabras (por eso, espero que las fotos ayuden!)
Es el hábitat de la palma de cera, cuenta con una gran biodiversidad y riqueza paisajística ya que presenta un relieve montañoso y valles estrechos que van desde los 1300 hasta los 4750 metros de altura sobre el nivel del mar.
Así que, tal como dice el slogan: “Colombia, el riesgo es que te quieras quedar”.
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