A 10 años de la más grande tragedia de la música nacional, un repaso de recuerdos, sensaciones y apreciaciones de una noche que fue una cachetada a la sociedad y una puñalada mortal a la cultura rock de nuestro país
Por Diego Ferraro
Sábado 18 de diciembre de 2004. Callejeros cerraba el año en Excursionistas y no podía asistir, motivo por el cual me lamentaba. Siempre fui ricotero por herencia de las amistades, pero no me habían alcanzado ni los años ni el dinero para verlos. Entonces me hice piojoso por adopción y seguía a la banda de Andrés Ciro por donde podía. Cuando estaba terminando la secundaria, allá por 2001, una banda me llamó la atención. El primer tema que escuché se llamaba “el nudo”, y ese grupo era Callejeros. Andá a saber a dónde fue a parar ese walkman, andá a saber qué fue de esa cinta.
Para 2004, Callejeros empezó a masificarse. Los lugares empezaron a quedar chicos, los recitales para 1500 o 2000 personas ya eran escasos. En julio del mismo año (para ser más preciso, los días 30 y 31), llegaron a Obras, paso fundamental por aquel entonces para las bandas locales; era como empezar a pertenecer a los grandes. “Una nueva noche fría” sonaba en la radio que encendieras, era cortina de radio o TV. Yo buscaba aliados a los que les gustara la banda, porque el rock siempre tiene su lado marginal que hace que en tus grupos de amigos no sea tan fácil encontrar compañeros de recitales. Para diciembre lo tenía, “El negro Mukenio”, amigo de un amigo. Entre charlas me decía, “venite que yo soy amigo de Maxi (Maximiliano Djerfy, guitarrista de Callejeros), él nos da entradas y vamos”. Pero no podía ese 18 de diciembre y no fui.
En el transcurso de la semana siguiente, me encuentro nuevamente a Mukenio. “Colo, ahora sí vení, tocan en Cromañon 28, 29 y 30. Tocan un disco por día, vamos”. Me negué, porque por problemas en los pulmones, no me hace bien estar en lugares cerrados, y menos sabiendo cómo era el tema de las bengalas. Me iba a ahogar rápidamente. La razón le ganó la pulseada al corazón rockero y no fui. Me lamentaba de no poder estar. Abrigaba esa culpa que se siente cuando algo está al alcance y no se hace. Me sentía mal para con Mukenio, que me había conseguido los demos de “Rocanroles sin destino” (tercer disco de estudio de Callejeros) antes que saliera a la venta, grabaciones inéditas que al día de hoy conservo…pero no podía.
El 30 de diciembre de 2004 era una noche normal de esta época del año en Buenos Aires. Calurosa, húmeda, pegajosa. Y también normal al día de hoy cuando hace calor, en mi zona no había luz. Sin ventilador y con la sábana adherida a la espalda, mi único entretenimiento era jugar con mi primer celular, el Nokia 1100, al famoso juego de la viborita. Al menos hasta que se le terminara la batería. Aún vivía con mis viejos, y ellos cuando los cortes de luz son prolongados, le ponen pilas a la radio y se quedan escuchando. Me llamó la atención que lo hicieran en el comedor. Había dos razones para estar en el comedor escuchando la radio fuerte: que hacía mucho calor y no podían dormir, o había pasado algo. Abrí la puerta de la habitación y mi viejo, especialista en dar las noticias sin anestesia, me informa: “88 muertos en un recital en Once”. ¿Cómo 88 muertos? Si, ochenta y ocho. Y era en “Reventón” de Once, decían. Yo les explicaba que no era más “Reventón”, que en ese lugar hacía menos de un año tocaban bandas de rock y que esa noche tocaba Callejeros.
Sin entender nada, pensando si Mukenio había entrado, en gente conocida y buscando en la cabeza qué podía haber pasado (y siempre sin luz), me fui a dormir. Abrí los ojos y rápido me abalancé sobre el control remoto. La pantalla fue más cruel aún: eran 175 los muertos y más de 700 los heridos. Me fui rápido a lo de mi amigo a buscar información sobre Mukenio. La casualidad lo había salvado. Llegó sobre la hora del recital y le pidieron que espere a que pasen los primeros dos o tres temas para entrar, así se acomodaba un poco la gente.
Pasaron los días, y si bien el hecho no dejaba de ser noticia, uno se iba a reacomodando. Todas las personas que te rodeaban conocían a alguien que había estado en Cromañon esa noche. Empezó la etapa donde la sociedad comenzó a juzgar y buscar culpables antes que la propia justicia. Con el tiempo llegó la destitución de Ibarra, la división de familiares de sobrevivientes del hecho entre los que creen que Callejeros es culpable y los que no, los juicios, el encarcelamiento de Chabán, las diferentes bandas de Patricio Santos Fontanet, las marchas, la reciente muerte de Omar Chabán…y hoy es 30 de diciembre otra vez.
Recuerdo que aquella noche sentí culpa y 10 años después la sigo sintiendo. Porque nadie puede mirar para el costado de los que éramos parte de aquella cultura rock. Jamás prendí una bengala pero siempre la festejaba como sinónimo de fiesta en un recital. Los mismos medios que hoy condenan el acto, lo alentaban (La revista “Soy rock” traía un contador de bengalas en su cobertura de los recitales). Todos sabíamos el riesgo que se corría, pero en nuestra cabeza siempre ronda el “a mí no me va a pasar”. No voy a hacer un juicio de valor sobre Callejeros, todos opinamos diferente. Pero aquella noche dejó al desnudo mucho más que a la “cultura rocker”. Dejó la evidencia que los funcionarios públicos a cambio de dinero habilitan cualquier trampa mortal. La certidumbre que los bomberos no dan a basto ante una tragedia de gran magnitud y que Buenos Aires no está preparada para ningún tipo de desastre, sea cual fuere el motivo que la origine (recuerdo que hubo chicos internados hasta en Berazategui porque los hospitales estaban abarrotados). Dejó la certeza que en caso de desastre la ciudad es un caos y, pasados 5 días de la tragedia, había padres o familiares buscando a sus seres queridos en hospitales y morgues porque no se había organizado como corresponde las listas para difundir dónde estaba cada quién. La tragedia de Cromañon fue mucho más allá de un recital, mucho más allá de una sub-cultura como la del rock. Sin embargo, siempre se intentó enmarcarla allí para no asumir una responsabilidad como sociedad.
El tiempo no cierra estas heridas; 194 personas perdieron la vida por una mortal mezcla entre negligencia y corrupción. De muchos de los sobrevivientes poco sabemos, sumidos en sí mismos ante el episodio que les tocó vivir, y como sociedad solo se los recuerda una vez al año. Pasaron 10 años y poco parece haber cambiado. Mucho no aprendimos, sólo la casualidad nos sigue salvando de este tipo de tragedias. Como sociedad no hubo ni hay autocrítica, la paja en el ojo ajeno siempre queda mejor. No hay 30 de diciembre que no se me caiga una lágrima cuando veo imágenes de Cromañon. Hoy no es la excepción.
CROMAGNON SOMOS TODOS. CROMAÑON, NUNCA MÁS.
“Ni una bengala, ni un rocanroll, a nuestros pibes los mató la corrupción”