El 2014 dejó a dos campeones internacionales, dos subcampeonatos mundiales y al mejor jugador de América en nuestra liga. Es un momento histórico inmejorable para que el fútbol argentino despegue. Por Juan Alberto Perez.
Se cerró el 2014 pero quedan algunos balances pendientes. Es por eso que después de la digestión de tanta comida de las fiestas, tanto pan dulce y sidra, los protagonistas del fútbol argentino no solo deben estar pensando en la temporada que se avecina; sino también mirar lo que pasó. Y a decir verdad, el fútbol nuestro tendrá una sonrisa cuando mire para atrás y analice el resultado deportivo de sus escuadras. Esto es porque desde esta parte del continente americano surgieron los grandes campeones del año saliente, y se gestaron resultados inéditos en los últimos veinte años.

En primer término, hay que decir que el 2014 arrancó con la mente puesta en lo que sucedería en junio y julio en Brasil (por la Copa del Mundo). Sin embargo, los combinados locales se formaron para sus competencias cotidianas. En esa vorágine de la opinión pública del primer semestre del año, discutiendo si Tevez si o si Tevez no, por estos lugares dos equipos fueron los grandes protagonistas. Hablamos de River Plate, que de la mano del entrenador más ganador de su historia, Ramón Díaz, conquistó luego de seis años (con un descenso mediante) el torneo local. Y por otro lado, se asomaba San Lorenzo de Almagro, que buscaba el tan preciado trofeo que a su vitrina le faltaba, la Copa Libertadores de América. El “Santo”, como se lo conoce popularmente, si bien tuvo un arranque dubitativo en la competencia, logró afianzarse en la segunda fase, aunque tuvo que esperar para jugar las instancias definitivas luego del Mundial.
Y así pasó la primera mitad de año, a la espera de la cita máxima del fútbol mundial, con un torneo de primera división que dejó poco desde lo futbolístico, y con un representante argentino en las instancias finales de la Copa, que también dejó bastante que desear.
Pero llegó el Mundial. Los ojos se posaron en Brasil. Y los nuestros, en la figura de Messi, el mejor jugador del planeta que buscaba entrar al Olimpo de la historia del deporte más lindo del mundo. Ese lugar que ostentan Maradona, Pelé, Di Stefano y alguno más, tenía una silla guardada para el 10 de la albiceleste, que harto de ganar con su Barcelona, quería pagar sus cuentas con el público argentino. Y si bien la selección de Sabella logró algo inédito en los últimos 25 años, ser finalista de una Copa del Mundo, el rendimiento de Lionel no estuvo a la altura de sus grandes hazañas en Europa. Sin embargo, y a riesgo de caer en la más absoluta subjetividad, le bastó para ser el mejor jugador de una Argentina que pensó más en su arco que en el de los rivales.
Ya finalizada la contienda mundialista, dejó como resultado una promisoria primera fase, con muchos goles y equipos decididos a buscar su suerte antes que esperarla; y una segunda fase un poco más pálida y especulativa. A la selección Argentina no le alcanzó para batir en otra final (el mismo rival tuvo en 1986 y 1990) a los alemanes.

Volvimos todos a mirar a corta distancia, a nuestro entretenimiento de cada domingo. Había un conjunto agazapado para dar el zarpazo de su historia. San Lorenzo, que logró imponerse con claridad en las semifinales de la Libertadores y conquistar la victoria en una final cargada de tensión, pero que lo dejó establecido como el mejor equipo de la competencia más importante de la América del Sur.
Y cuando todos esperábamos que el último semestre sea una transición (como fue denominado el torneo) hacia un experimento raro de 30 equipos en 2015, el fútbol nos dio otra sorpresa. Esas que los torneos cortos pocas veces nos demostraron. Cuando pensábamos que nunca más íbamos a ver un fútbol de intenciones, cuando pensábamos que el miedo se iba a apoderar de los partidos y las estrategias se impondrían por sobre la impronta de los protagonistas; el torneo de transición dejó en claro que acá todavía si

se quiere, se puede. Y no lo digo porque River en el primer tramo del torneo desplegó un fútbol de altísimo nivel, que lo llevó a disputar hasta el final el título y convertirse en campeón de la Copa Sudamericana; sino también por lo realizado por Racing, que con sus armas apostó por ganador y se llevó el premio. También por Independiente que, volviendo a la primera categoría, y con la incertidumbre de un entrenador casi desconocido, por momentos fue el rojo que sus hinchas desean ver. Y sobre todo por Banfield, que hizo de la valentía y el respeto por el buen juego su lema fundador. Y aunque no consiguió los puntos esperados, verlo jugar fue una gratísima sorpresa. Es por eso que el último certamen del año del fútbol argentino deja unas ganas bárbaras de que el verano pase rápido y se repita tan alto rendimiento.
Para coronar el año, el campeón de América jugó el Mundial de Clubes. Llegó a una final ante el Real Madrid, quizás el mejor equipo del momento en el planeta, y fue competitivo. Seguramente se podría pedir un poco más en el rendimiento de San Lorenzo, pero dadas las circunstancias, la coyuntura de ambos equipos y los presupuestos, se hizo todo en cuanto se pudo. El balance fue un subcampeonato digno para el fútbol argentino.
Por todo esto, parece que nuestro fútbol se encuentra en un momento histórico determinante. Si lo aprovecha de buena manera, si toma como puntapié lo que dejó el 2014, con los dos equipos más fuertes del continente en su liga, con su selección subcampeona del mundo, y para coronarlo con la distinción que el diario El País hizo eligiendo a los tres mejores jugadores del año, que son de esta liga (Teo Gutiérrez, Carlos Sánchez y Leonardo Pisculichi); Si todo esto se toma como meta a igualar y mejorar, si no vuelven los miedos que convierten en mediocres los partidos, podremos estar en la puerta de una nueva era dorada del fútbol nuestro de cada día.
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