ENERO DRAMÁTICO: 22 FEMICIDIOS Y UNA SITUACIÓN QUE NO DA PARA MÁS

Por Juan Alberto Pérez

En Argentina el número es abrumador. Cada 32 horas hay un femicidio. Y este 2019 lo ratifica de manera estremecedora. Sólo en enero hubo 22 casos de mujeres asesinadas. Y además, 10 casos de travesticidios. Una cifra aberrante que ratifica lo que desde hace tanto tiempo se viene imponiendo en la agenda con una fuerte lucha del colectivo de mujeres como mascarón de proa. No son situaciones aisladas, es una problemática sistémica que muestra a las claras que el patriarcado quiere resistir como sea.

Los casos toman notoriedad pública, son tapas de diario, aparecen tras las placas rojas de lo noticieros, los periodistas de policiales se hacen un festín con cada hecho. Pero detrás hay una historia. Una vida que queda trunca por la violencia machista que se resiste. Que no puede comprender que la mujer no es un objeto de su pertenencia y que el “No es no”. El caso sucedido en Bariloche es ejemplificador de esa situación. Valeria Coppa, fue asesinada de un balazo en la cabeza por su ex pareja, el femicida Mariano José Cordi. Habían terminado su relación días antes. Este sujeto la citó en la puerta de la Basílica de Bariloche y sin mediar palabra la mató. Similar es el caso de Gissella Solís Calle, quién fue asesinada y desaparecida, luego encontraron su cuerpo en un descampado de Villa Elisa, por su pareja, el femicida Abel Casimiro Campos, quién se suicidó días después del hecho sin dar datos del paradero de Gissella.

Y la historia se repite, no como una casualidad del destino, ni como obra divina, se repite porque responde a cierto patrones culturales que consolidan a la sociedad y la conforman tal y como es. Estos patrones, que debemos derribar, se manifiestan en expresiones “comúnes” de hombres en la calle, que gritan barbaridades a cualquier mujer que pasa caminando por la vereda como si tuviesen el derecho de expresar lo que se le antoje sin importar lo que generan en la otra persona; de hombres que creen ser “machos proovedores” y someten a sus parejas de forma psicológicas, físicas y económicas; de hombres que por medio del ejercicio de la violencia actúan creyendo que la mujer es un objeto de su pertenencia y que no pueden hacer ni pensar nada que no sea dentro de su órbita de control.

Pero por sobre todas las cosas hay que derribar con los estructuras patriarcales que dominan las acciones en mujeres también. Es muy común -cada vez menos por suerte- oír a mujeres decir “¿Qué habrán hecho para que le peguen?”, “A mí eso no me pasa porque no doy motivos” o un sin fin de expresiones que replican los valores de la sociedad machista en la que vivimos.

Porque es incomprensible pero verdadero leer comentarios que atacan y descreen de Thelma Fardín y defienden a su violador Juan Darthés, un individuo que cuenta con varias denuncias públicas como abusador. También casos inexplicables, como el de la justicia de Jujuy que obligó a una nena de 12 años violada por un tipo de 64 años, a tener un embarazo y realizarse una cesárea. Mientras tanto, grupos Pro Vida festejaban como un triunfo que no se haya realizado la Interrupción Legal del Embarazo; lastimosamente no pudieron salvar ninguna vida porque la criatura que nació a las pocas horas falleció, mientras que la nena de 12 años que fue abusada por su vecino cuyo nombre no trascendió (otra particularidad de está época, que no se caracteriza a los victimarios como tales) fue sometida una serie de maniobras que le dejarán una huella difícil de borrar en su vida. Estos hechos también alimentan la cultura patriarcal porque en ambos casos la mujer es doblemente ultrajada, primero como víctima de un abuso sexual y segundo señalada y puesta en tela de juicio por un sector retrogrado de la sociedad.

Está claro que hay una emergencia en cuestión de violencia de género y una necesidad de derribar los valores patriarcales y construir una nueva escala de valores que se sostengan en la equidad de derechos y en el respeto de la vida y las decisiones de la otra persona sin diferencias de género. Esta crisis que vivimos en dónde cada 32 horas muere una mujer víctima de violencia de género es la más aberrante demostración de la necesidad de una intervención estatal urgente. Una intervención que tiene que desarrollar una política verdadera y fuerte en la contención, el amparo y la ayuda para la mujer en situación de violencia de género; una intervención estatal que desde su brazo judicial condene con todo el peso de la ley a los femicidas y a los que abusan, violan y ejercen violencia de género; una intervención estatal para que desarrolle prácticas educativas basadas en la igualdad de género y el respeto y la aceptación de cada niño o niña en sus orientaciones y sus elecciones. En fin, una intervención estatal que evite que sigan existiendo Valerias y Gissellas. La movilización popular, por supuesto, ya está en marcha, las mujeres han tomado la calle y esa ola no se podrá detener nunca más.

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