Por Redacción ANCAP
Fotos por Lauchita Otero, Arveja Esperanza, Mecha Corta, Luchi Cerna
Si nunca fuiste a una marcha del 24 de marzo te invito a que lo hagas. Si la miras de reojo, si pensas “¿Para qué voy a ir si todo es lo mismo?” o si crees que los que van ahí lo hacen “por el chori y la coca” te digo no te pierdas de vivir esa experiencia. Porque caminar una marcha del 24 de marzo tiene algo diferente a toda movilización posible de las que suceden a diario. Es una mezcla de repudio generalizado con encuentro familiar. Cuando vas a pasar tus horas por la avenida de Mayo o cuando encontras tu lugar cerca de la plaza tenés la sensación de estar haciendo algo que te trasciende a vos como individuo pero que te completa como tal. Es sentirte parte de un colectivo que nació a raíz de las horas más oscuras de nuestro país , que exige memoria, verdad y justicia, pero que nunca, pero nunca buscó revancha. No, la revancha la buscaron otros, aquellos que entienden al pueblo como sus súbditos, los que ven el estado como un lugar para ganar plata, los que creen que al que piensa distinto hay que exterminarlos de la faz de la tierra.
Pero en las marchas de 24 hay un olor distinto, hay un gusto diferente. Porque cuando te acostumbras a participar ya en los primeros días del año empezas a ver el almanaque para saber en que día cae porque no te la querés perder. Unos días antes empezás a hablar con tus familiares, con tus amigos, con compañeres de la escuela, facultad, de militancia o de vida, para organizar con quién vas a compartir el día. Porque cuando cae un domingo, como pasó ayer, ya desde tempranito te preparás para ir. Elegís la indumentaria más acorde, esa remera batalladora que te acompaña siempre, un buzo por las dudas que te amarrás en los hombros o cintura, unas zapatillas cómodas y algún dsitintivo que haga notar que estás ahí porque apoyas ideológicamente.
Cuando caminas por las calles de Buenos Aires, también sucede en muchas ciudades del país donde se conmemora esta fecha, ya te econtrás ahí nomás con el ambiente cálido de la marcha del 24 de marzo. Esa mezcla de angustia, de bronca, de alegría y de admiración, sí, todo eso se genera en todo momento de la marcha. Vas avanzando para el lado de Plaza de Mayo, y mientras, te encolumnas en la misma dirección que una madre con su hijo en brazos con un pañuelo verde atado en la mochila, o tenés que esperar para continuar el camino porque hay un hombre que lleva del brazo a una mujer mayor que tiene alguna dificultad para moverse pero tiene el espíritu intacto para hacerse presente allí. Te cruzás con columnas de distintas organizaciones sociales y políticas que esperan ese día para agarrar las banderas y llevarlas bien alto, con orgullo, para que las vean todos, para que se sepa que están ahi. De repente en una esquina se hace un ronda, y se agolpan las personas, y te arrimás a ver y te encontrás con un grupo de artistas todos vestidos de negro, con las caras pintadas de blanco, que realizan una intervención, te interpelan, te sorprenden, te dejan pensando. Es que la movida es así, esta movida te deja pensando, es lo que se busca, no hay nunca más si no somos capaces de razonar que no debe haber nunca más una dictadura, un gobierno que ejerza un plan sistemático de exterminio de personas, tanto en plano de la fuerza y violencia física, como en la económica y política.
Vas acercándote a la plaza de Mayo, ya pasaste la calle Suipacha, ya cruzaste Esmeralda, Maipú, Perú y estás por encontrarte con el Cabildo. El paso se vuelve más lento, la densidad poblaciónal de esos metros cuadrados de la Ciudad de Buenos Aires es importante. Se escucha música de fondo, si hay música, porque como dijo alguna vez Frederic Nietzsche “Sin música la vida sería un error”, acá hay música porque en cierto sentido se celébra un poco la vida. Se celébra la vida que dieron los 30 mil desaparecidos y las víctimas del genocidio, las causas por las que lucharon y la vigencia de su lucha en cada una de las personas que marcha este día.
En las márgenes de las veredas te encontrás con diferentes puestos armados para la ocasión. No falta el vendedor de comida rápida, el que está con las gaseosas y el agua, el que vende remeras y pines con alguna imágen icónica, y tampoco falta la nueva estrella de las movilizaciones, la venta de pañuelos. Porque si hay algo que simboliza la lucha por la memoria son los pañuelos blancos de las abuelas y las madres. Pero ahora se le suman una inmensidad de pañuelos verdes por la campaña del aborto, violetas por el Ni Una Menos, y hasta los naranjas que piden a gritos que iglesia y estado sean asuntos separados. Son las mujeres, otra vez las mujeres, las figuras centrales del cambio social y político. Porque las de ayer fueron las madres y las abuelas que contra todo tipo de poder hegemónico resistieron y pelearon -aún lo hacen con 90 años- por sus hijos y por sus nietos; hoy son las mujeres las que rompen, las que interpelan a la sociedad en busca de equidad de derechos, de libertad de elegir con su cuerpo, las que se empoderan de cara a un patriarcado reaccionario que resiste todavía pero que tarde o temprano se va a caer.
Llegas a la plaza después de sortear una serie de obstáculos y buscás la mejor posición posible. Ya la tarde empieza a ser mas fresca cuando son las 4 y media en este otoño que se avecina. Elegís sacarte el buzo que tenés sobre los hombros o en la cintura y te lo pones mientras algún mate calentito y amargo te entibia la garganta y las manos. Charlas con tus compañeres de movida, sacas unas fotos a los afiches que puso la gente de La Poderosa, como siempre; mirás el puesto de venta de libros y revistas de la gente de Mascaró. Y estás ahí conviviendo y compartiendo una experiencia cívica más importantequizás que el hecho de ir a votar.
De repente el escenario que está armado en la mitad de la plaza comienza a tener vida. Pasa un grupo musical, aparece una locutora que anuncia las adhesiones, que como maestra de ceremonia te mete en clima. De a poco arrancan los aplausos y los cánticos, un poco para calentar el ambiente y darle el tono político que tiene la marcha, porque sí, es una marcha evidentemente política. Tiene su anclaje en todo lo que no se quiere ser, el repudio al genocidio y a los civiles que apoyaron a la dictadura. El repudio a los que todavía intentan instalar la teoría de los dos demonios, a los que dudan de las cifras de los desparecidos, a los que intentaron el 2×1 a los militares, a los que vacían el Banco de datos genéticos que sirve para identificar un nieto apropiado; para repduiar a los que hablan de “acabar con el curro de los ddhh”.
“¡Fuera Macri Fuera!” fue una de las primeras manifestaciones populares del día. Y es que se vincula el plan económico que está llevando adelante este gobierno como continuador del plan de la dictadura. Un modelo liberal agroexportador, que masacró a la industria nacional con la apertura de importaciones, que genera miles de desempleados, pobres y excluídos. Pero también hubo exigencias a la CGT. “¡Paro nacional!” se coreó a viva voz, como expresión generalizada para que la central obrera represente el pesar que vive la clase trabajadora por estos días. Porque esto también es la marcha, se pide por lo que sucedió hace 43 años pero también por lo actual.
El escenario empieza a cobrar vida y ahí aparecen ellas. Con dificultad para caminar, algunas en silla de ruedas, otras ayudadas por un bastón, pero con una envidiable muestra de fuerza y enteraza por más que la edad las corra de cerca. Con el pañuelo blanco impoluto, bien limpio para la ocasión. Son las madres y las abuelas, son nuestras madres y abuelas. Porque han sido todos estos años eso las madres de todes. Las que nos guiaron en el camino de la lucha. Las que siempre han tenido una expresión de condecencia, de búsqueda de justicia pero no de revancha ni venganza. Jamás de venganza. Cuando los pañuelos asoman la multitud, una multitud mucho mayor este 24 de marzo, las recibe coreando “¡Madres de la plaza, el pueblo las abraza!”. Ya para entonces se mostró un el cartel que decía “¡Son 30mil”.
“Como familiares y sobrevivientes, seguimos gritando muy fuerte: ¡Son 30 mil!”, arrancó la lectura del documento Nair Amuedo, de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora ayer. Y cuando la multitud chifló contra el gobierno ella remarcó “Bueno chicos, tenemos que echarlos” en clara alusión a las elecciones de este año. El discurso siempre es similar, se pide por los 30mil desaparecidos, por los nietos que aún faltan recuperar, porque el estado sea un actor importante para que se cumplan con los juicios a los responsables del terrorismo de estado, y que no suceda como en 2018 donde sólo un caso se resolvió. Pero también, ayer se pidió por todos los derechos de las mujeres, lesbianas, travestis y trans. Además, en el documento se recordó a Jorge Julio Lopez, Santiag Maldonado, Rafael Nahuel y todas las víctimas de la violencia institucional aún en democrácia. Porque eso tienen las marchas de 24, que no se olvidan de nadie, los discursos de las madres y las abuelas sienten empatía por todas las causas justas.
Generalmente las marchas terminan con el grito de “¡30 mil detenidos desaparecidos presentes, ahora y siempre!” con un puño en alto y a viva voz. Cuando te empezas a alejar de la zona te deja la sensación de que hiciste lo correcto, de que te sentís parte de ese colectivo gigante; son pocos los que pueden sentirlo de otra manera. Cuando tomás el colectivo para volver a tu casa, o buscás el auto, o te quedas comiendo una pizza con tus amigos y amigas vas recordando cada momento de la jornada, los vas reordenando y resignificando. Y te das cuenta de no te arrepentís ni un poco de estar ahí, y pensás a futuro “¡Ni loco me vuelvo a perder una marcha del 24 de marzo!”
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