Por Diego Ferraro para Ancap
Este 2 de abril se cumplen 37 años del comienzo de una guerra incomprensible. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de los combatientes?
2 de Abril. 1982. La Junta Militar que gobierna en Argentina está agobiada por una crisis social y económica como nunca antes en seis años de poder de facto. Entonces, para descentralizar los conflictos, los tópicos, el rumor de la calle, decide apelar a un arma que parece unificar a las masas, atravesarlas, borrar toda delimitación: el nacionalismo o el patriotismo exacerbado. ¿Y cómo una junta militar puede apelar a este recurso tan unificador? Después de seis años, ya habían apelado al discurso de la lucha contra la guerrilla, a un mundial de fútbol que mostrara que éramos derechos y humanos, a la (supuesta) seguridad nacional…quedan pocos recursos, y si las decisiones se toman entre copas…
A Leopoldo Fortunato Galtieri no se le ocurrió algo más unificador que la acción bélica. Nada mejor que una guerra para que todos nos agarremos de la bandera y suspendamos momentáneamente la realidad. Y nada de un contrincante débil, sino uno de fuste, uno que nos deje mostrarle al mundo cuan patriotas somos. Así que bien al sur del mapa, en las Islas Malvinas, regaladas a los ingleses hacía más de 150 años, se planteó un conflicto inexplicable.
El eje acá no es el compilado histórico, ni mucho menos analizar a gente que ni un análisis resiste, como los integrantes de la Junta Militar. El eje es que cada vez que llega esta altura del año, se oye hablar de “los héroes de Malvinas”. Entonces la antipática e incómoda pregunta se presenta: ¿Estamos ante la presencia de héroes o estamos ante la presencia de víctimas? Hablamos en su mayoría de jóvenes que fueron a una guerra por el solo hecho de tener entre 18 y 21 años, cuyo único delito era estar haciendo el servicio militar o haber sido dados de baja recientemente. Su pecado era ser jóvenes en el país de un grupo de dictadores ciegos de poder, que desbordados por la situación, se aferraron al mismo de la única manera que saben hacerlo: jugando con la vida ajena. No les alcanzo con secuestrar, torturar y desaparecer a la generación anterior, que ya habían encontrado una muerte o una tortura más coqueta para una nueva generación de jóvenes: Una guerra que para la cual no estaban preparados ni estratégica, ni táctica, ni humanamente.
¿Se puede hablar entonces de héroes en jóvenes que fueron a dejar la vida, los sueños, la integridad física o la cordura por delirios ajenos? ¿Es un acto de heroísmo ir a una guerra por el terror a la represalia de las fuerzas armadas ante una negativa al combate? ¿Porque es un héroe quien perdió su vida por una causa que quizás ni siquiera sentía propia?
Insisto, es antipático el planteo. Porque de ninguna manera estoy cuestionando la valentía, la valía o el coraje de quienes murieron en las Islas o volvieron al continente a ser muertos en vida, ante el olvido constante de los gobiernos democráticos y de gran parte de la sociedad, para la cual la guerra es un simple juego. Pero creo firmemente que solo la crueldad de este sistema puede convertir a las víctimas en héroes, a pibes a los que les arrebataron los sueños por decisiones que se toman en un escritorio. Los que planean las guerras se dividen en ganadores o perdedores, pero los pueblos son los que aportan las víctimas. Porque la maquinaria nacionalista puesta en práctica puede atravesar a las masas convenciéndolas que, por una causa justa como es la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, se puede mandar a la muerte en una guerra inconducente a un grupo de jóvenes, que también fueron víctimas de un Estado Terrorista. Y que, como la causa es justa, podemos vestir de héroes a las víctimas de los titiriteros de la vida ajena. ¿Pero cuan justa era la causa a su vez? Porque después de todo no fue más que manotazo de ahogado de un grupo de Tenientes y Generales con el afán de perpetuarse en el poder, que quisieron dar un golpe de efecto para aquietar las aguas a tanta crisis interna y a la olla que comenzaba a destaparse tanto adentro como afuera del país, con innumerables denuncias de violación a los Derechos Humanos, con una alfombra que ya no alcanzaba a esconder más tierra.
Sera antipático, será impopular, pero los pibes que de la noche a la mañana se tuvieron que olvidar de estudiar, trabajar o realizar sus sueños para cargar un fusil, los combatientes que dieron lucha sin igual para una guerra para la de que ninguna manera estaban preparados, son víctimas de un Nacionalismo exacerbado, que siempre disfraza a la muerte para atenuarla, y que los que dominan el discurso los envuelven en banderas, para mediante la utilización del patriotismo y el sentimiento nacional, terminar exonerando a través del olvido a los verdaderos asesinos.
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