Por Ernesto García
La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el
corazón de un mundo sin corazón, así como
es el espíritu de una situación carente de espíritu.
Karl Marx
Este mes se cumplieron 90 años del nacimiento de Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe, conocido como el Padre Carlos Mugica. Nació en Villa Luro, Buenos Aires, el 7 de octubre de 1930 en el seno de una familia aristocrática. A comienzos de los años 50, contando con tan solo 21 años, el joven Mugica abandonó los estudios de Derecho para ingresar al Seminario y a fines de 1959 fue ordenado sacerdote. Influenciado, como otros sacerdotes, por las luchas populares de los años sesenta y setenta, optó por comprometerse de modo directo y concreto con lo más pobres y vulnerables de las sociedades latinoamericanas. En ese contexto, Mugica adheriría a los postulados de una Iglesia con compromiso social a través del Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo. A las 8 de la noche del sábado 11 de mayo de 1974, Mugica fue emboscado cuando acababa de dar misa en la iglesia de San Francisco Solano. En el momento en que se disponía a subir a su auto Renault 4, un grupo de hombres lo atacó a balazos. El sacerdote fue acribillado con 14 disparos en el cuerpo.
Según la numerología, estudio que fue popular entre los primeros matemáticos -en el año 530 a. C., Pitágoras, filósofo griego, desarrolló en forma metódica una relación entre los planetas y su «vibración numérica»-, conjunto de creencias o tradiciones que pretende establecer una relación oculta entre los números, los seres vivos y las fuerzas físicas o espirituales, el 90 representa las ideas de totalidad, inclusión y exhaustividad. Es un número de humanitarismo, compasión e idealismo. Es un número de filantropía y tolerancia. Si bien, la comunidad científica hace tiempo que relegó la numerología a la categoría de pseudociencia o superstición, al igual que la astrología con respecto a la astronomía, o la alquimia, aunque esta última tuvo carácter de protociencia con respecto a la química. Pero recordar al padre Mugica pone en tensión las ideas de fuerzas físicas y fuerzas espirituales, las ideas de totalidad, compasión e idealismo. Reivindicar al padre Mugica y creer que la religión es sólo un cúmulo de mentiras cuyo único objetivo es oprimir a las clases populares, es no entender la importancia del fenómeno religioso como actividad creadora y transformadora. Es repetir como fanático, desde la vereda de enfrente, frases vacías y fuera de contexto como “Dios ha muerto “o “La religión es el opio del pueblo”, sin entender muy bien lo que se dice. Así como la alquimia puede pensarse como una protociencia respecto a la química, la religión aparece como el primer sistema de ideas que intentó darle sentido al mundo y a la vida; el primer intento de los hombres en comunidad de entender el mundo que los rodea, sus alegrías y sus sufrimientos. Podemos decir que la religión es la madre de la Filosofía y la Ciencia.
La expresión, según la cual la religión solo sería el opio del pueblo, es una frase que podría considerarse más moderada y menos parcial de lo que se cree, aunque la misma exprese una posición crítica frente a la religión. Dice Marx, en la introducción a la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho, de Hegel (1844): “El sufrimiento religioso es, por una parte, la expresión del sufrimiento real y, por la otra, la protesta contra el sufrimiento real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como es el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo.” Si ahora nos detenemos en la descripción que realiza Marx sobre la religión, se puede notar que encuentra y tiene presente el carácter dual del fenómeno religioso, considerándolo una expresión “real” y una protesta “real” frente al sufrimiento. Considera a la religión no solamente como una conspiración del clero, como pensaba la Ilustración, o como la enajenación de la esencia humana, sino también como una ideología que anuncia y denuncia el desgarramiento y la miseria social.
En 1841 Ludwig Feuerbach publica su conocido libro La Esencia del Cristianismo, donde explica su filosofía, desarrolla su crítica de la religión, y cuya teoría de la alienación sería más tarde usada por Karl Marx, primero en sus Manuscritos de 1844, para luego criticar en sus Tesis sobre Feuerbach de 1845. Con La Esencia del Cristianismo, Feuerbach se proponía demostrar que los atributos que nosotros adjudicamos a Dios, no son sino los mismos deseos y sentimientos del hombre sublimados. En dónde la religión aparece como la alienación, el devenir otro, la objetivación en Dios de la esencia del hombre. A diferencia de Feuerbach, Marx considera a la religión como el universo de la ilusión y de la irrealidad, como complemento imaginario del mundo real, que la crítica de la religión nos reconduce a éste, vale decir, a la realidad, que no es sino la sociedad real. Según Marx, en la concepción idealista lo que se toma en cuenta no es el mundo real social, sino, por el contrario, su expresión teórica; no el original sino una copia. En las Tesis sobre Feuerbach, en su tesis VII dice: “Feuerbach no ve, por tanto, que el «sentimiento religioso» es también un producto social y que el individuo abstracto que él analiza pertenece, en realidad, a una determinada forma de la sociedad.”
Más adelante en La Ideología Alemana (1846), si bien no analiza específicamente el fenómeno religioso, se refiere a la religión como una de las múltiples formas de la ideología, una producción espiritual de un pueblo; de la producción de ideas, representaciones y conciencia, determinadas por la producción material y sus correspondientes relaciones sociales. Sin embargo, posteriormente describe cómo, en ciertas circunstancias históricas, la religión puede tener un papel decisivo en la vida de una sociedad. En los Grundrisse (1857), adelantándose a Weber, habla de que el culto al dinero tiene su ascetismo, abnegación y sacrificio. En varios pasajes de El Capital (1867) hace referencia a la contribución que hizo el protestantismo a la primitiva acumulación de capital y describe al capitalismo como una “religión de la vida cotidiana”, basada en el fetichismo de la mercancía, tomando como referencia, para su crítica económica, la idea de idolatría para la elaboración de su concepto de fetiche. Donde en una sociedad capitalista, productora de mercancías, éstas aparentan tener una voluntad independiente de sus productores y de arrastrar resabios teológicos.
Por su parte, Engels, mostró un poco más de interés en los fenómenos religiosos y su papel histórico. Su principal contribución, fue relacionar las representaciones religiosas con la lucha de clases, poniéndose por encima de la polémica materialismo vs. Idealismo, para entender y explicar las formas sociales e históricas concretas de la religión. Considero al cristianismo ya no como una esencia intemporal, sino como un sistema cultural que sufrió distintas transformaciones en diferentes periodos históricos y también como un espacio simbólico en donde se disputan fuerzas sociales antagónicas en las que, diferentes formas de creencias, aparecen como un disfraz religioso de los intereses de clase. No obstante, supo dar cuenta que el clero no era un cuerpo socialmente homogéneo, sino que el mismo está dividido según su composición de clases: alto clero, cima feudal de la jerarquía y el bajo clero, ideólogos de la reforma y de los movimientos revolucionarios campesinos.
En La Guerra Campesina en Alemania de 1850, Friedrich Engels, describe la compleja estructura social de Alemania en el siglo XVI y las disputas en torno a las ideas revolucionarias político-religiosas durante la Reforma. Nos dice: “Las distintas clases que adoptaron estas ideas o que se opusieron a ellas concentraron a la nación, penosamente y en forma aproximada, en tres grandes campos: el reaccionario o católico, el reformista burgués luterano y el revolucionario.” La clase plebeya era la única que se hallaba al margen de la sociedad oficial existente. “Se encontraban fuera de la comunidad feudal y de las asociaciones burguesas. Carecían de privilegios y de bienes; no tenían ni siquiera la propiedad, gravada con cargas abrumadoras, de los campesinos y pequeños burgueses. Eran, en todo sentido, seres desposeídos y sin derechos; sus condiciones de vida jamás los ponían en contacto directo con las instituciones existentes, que hacían por completo caso omiso de ello.” El campo católico conservador, abarcaba a todos los elementos interesados por mantener las condiciones existentes; el campo de los reformadores luteranos burgueses y moderados concentraba a los elementos pudientes de la oposición, el grueso de la pequeña nobleza y los burgueses interesados en la confiscación de los bienes de la iglesia. Por su parte los campesinos y plebeyos, se unieron en el partido revolucionario cuyas reivindicaciones y doctrinas fueron expresadas por Thomas Müntzer, un predicador alemán partidario de la Reforma y caudillo revolucionario de los campesinos. Müntzer, fue el primero en formular con cierto carácter definido las aspiraciones de una cierta fracción de la sociedad, “y a partir de él han sido observadas en todos los grandes movimientos populares, hasta que se fundieron en forma gradual al moderno movimiento proletario.”
Engels, reconoce al igual que Marx el carácter dual del fenómeno religioso, su papel en la legitimación del orden establecido y en determinadas circunstancias sociales, su función crítica, disidente e incluso revolucionaria. Por otro lado, trazó un paralelo entre el cristianismo primitivo y el socialismo moderno: ambos son movimientos de masas, movimientos de los oprimidos, que sufrieron persecución, y en donde ambos predican la liberación inminente de la esclavitud y la miseria. Sin embargo, encuentra una diferencia esencial entre los dos movimientos: el cristianismo primitivo transponía la liberación al más allá, en tanto que los socialistas la ubican en este mundo. “La religión cristiana aparecía ante estos infelices como una tabla de salvación, un consuelo, un estímulo y se convirtió, desde sus comienzos, en la religión del proletariado romano -escribe Rosa Luxemburgo en 1905 para describir la situación de esclavos en Roma. La misma declaró que los socialistas modernos son más fieles a los principios originales del cristianismo que el clero conservador. “Es el movimiento socialista, el que lleva a los pobres el evangelio de la fraternidad y la igualdad. No falsificando como hace el clero las primeras enseñanzas del cristianismo.” La contradicción que existe entre las acciones del clero y las enseñanzas del cristianismo son materia de su reflexión, en donde intenta también dejar en claro que la Iglesia Católica es la base del poder político e instrumento de la clase dominante y que ésta nada tiene que ver con el verdadero cristianismo. Buscó rescatar la dimensión social de la tradición cristiana para el movimiento de los trabajadores, intentando superar las ideas sobre el cristianismo de los marxistas hostiles a la religión.
Mariátegui, es otro pensador de la corriente marxista, pero con la particularidad que escribe desde y para América Latina. Intentando adaptar el socialismo a la realidad latinoamericana llama la atención sobre la falta de un mito, de una fe, de una esperanza que sufre la civilización burguesa. Para él, el mito burgués ha perdido su contenido. “Ni la Razón ni la Ciencia pueden ser un mito, ni pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay en el hombre.” Es por eso que nos dice que la crisis de la civilización burguesa se hizo evidente desde el momento que se dio cuenta de la carencia de un mito. Es necesario que el proletariado cree su propio mito, es “el mito el que mueve al hombre en la historia. Sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico. El hombre se resiste a seguir una verdad mientras no la cree absoluta y suprema, es necesario proponerle un mito, una fe, una acción,” que encuentra un terreno común entre la mente religiosa y la revolucionaria. Cercano al pensamiento de Sorel, el cual rescata el carácter religioso, místico y metafísico del socialismo, donde la emoción del revolucionario es una emoción religiosa. “El mito del proletariado es la revolución social. La fuerza de los revolucionarios no está en su Ciencia, está en su Fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito. Los mitos religiosos se han desplazado del cielo a la tierra. No son divinos, son humanos, son sociales.”
El análisis del fenómeno religioso partiendo del sentido común, sin análisis ni crítica o desde las distintas disciplinas científicas choca necesariamente con dogmas establecidos e ideas muy arraigadas. Las mismas no incluyen o no parten del previo análisis histórico, económico, político y social. Cómo todo fenómeno es difícil analizarlo desprovisto de todo prejuicio. Todos los tenemos en mayor o menor medida. Lo más peligroso es creernos libres de ellos. El fenómeno religioso implica también lo teológico. Y “lo teológico, como dice Rubén Dri, tiene que ver con los simbólico, con el significado. La teología no descubre hechos nuevos sino significados nuevos.” Jesús no fundo una iglesia, fundo un movimiento. Y “el movimiento se lleva por delante todo límite, desborda todo tipo de institucionalización.” Un movimiento es el pulso vital de un pueblo, su núcleo es el encuentro de diferentes sectores sociales. “Los movimientos, dice Dri, están constituidos por vastos sectores sociales populares que constituyen lo que en nuestra práctica política hemos denominado siempre como campo popular.” Un movimiento concentra diversos sectores sociales en torno a ciertos ejes que expresan sus problemáticas fundamentales. “Surgen de abajo, en un proceso de lenta gestación, alrededor de necesidades comunes de los sectores populares.” La salvación es la salvación integral del hombre, la naturaleza y la sociedad. Salvar es liberar y liberar es realizarse. “Nadie se salva solo, nadie se realiza solo.”
El aporte del carácter dual de la religión que los autores le atribuyen al fenómeno religioso, no solo como instrumento de dominación y legitimación de una clase o grupo social sobre otra, sino también como elemento de expresión y protesta “reales”, de prácticas revolucionarias de sectores oprimidos de la sociedad, como proceso creativo y dador de sentido a los hombres, nos permiten ver como en ciertas situaciones históricas la religión puede cumplir un papel decisivo en la sociedad. Nos obliga distinguir la diferencia entre una religión teocrática como instrumento de opresión, como opio del pueblo, y una religión subterránea, herética, subversiva. Nos permite trazar un paralelo entre los movimientos religiosos y los movimientos del socialismo moderno. Partiendo de una crítica de la religión se llega a la realidad concreta en donde Dios y la religión dejan de ser algo ideal para convertirse en praxis, en acción, en creación del hombre sobre el mundo y romper con la dualidad entre mundo imaginario y mundo real.
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