REFLEXIONES EN EL JARDÍN: “DEUS SIVE NATURA“

Por Ernesto García

“¡Qué estética es la naturaleza! El más pequeño rincón de tierra no cultivado y totalmente silvestre, es decir, dejado libre a la naturaleza, sin que intervengan en él las manazas del hombre, lo adorna enseguida con gusto exquisito, lo cubre de plantas, de flores y de arbustos, cuya esencia espontánea, gracia natural y agrupamiento encantador muestran que no han crecido bajo la férula del gran egoísta, sino que la naturaleza ha conservado aquí toda su independencia de acción. Cualquier rincón descuidado se vuelve en seguida algo bello”.

-Schopenhauer-

Perderse en la contemplación de un paisaje, ya sea un bosque, una montaña; contemplar un pequeño jardín, una plaza o las macetas de un balcón, en un edificio en pleno centro, a veces nos puede transportar a otro lugar, otro tiempo, nos puede llevar a perder la individualidad un momento y, casi como en una embriaguez dionisíaca, conectarnos fugazmente con el Todo. Sin embargo, los momentos dedicados a la contemplación se extinguen, poco a poco, de la vida de los hombres. El tiempo de ocio tiene mala prensa, las preocupaciones cotidianas, la explotación y la autoexplotación de cada día fragmenta al ser humano y los desgarra del mundo que lo rodea.

El filósofo y sociólogo alemán Georg Simmel (1858-1918) en su libro Filosofía del paisaje nos dice que “…percibir de manera inmediata una serie de cosas presentes en un trozo de tierra no significa estar ante un «paisaje»” y se pregunta, ¿cuál es el proceso espiritual que los convierte en paisaje? Ante todo, nos dice, es necesario el que los elementos visibles en cualquier rincón de la tierra pertenezcan a la “naturaleza”. Surge así la dicotomía entre el todo y la parte que se expresa entre “naturaleza” y “paisaje”.

“No pocas veces puede ocurrir que, paseando por la naturaleza, nos fijemos con mayor o menor atención, en cuanto nos rodea: los árboles y los cursos de agua, las colinas y las construcciones, la luz y las nubes en sus infinitas transformaciones. Detenerse en sus detalles o advertir varios a la vez no basta, sin embargo, para estar ante un «paisaje»”. Ver como paisaje, nos dice, un trozo de tierra significa considerar como unidad lo que sólo es fragmento de “naturaleza”, lo cual nos aleja completamente del concepto de “naturaleza”. Para ello nuestros sentidos deben dejar de centrarse en un elemento particular y abarcar un campo visual más amplio, es decir, percibir una nueva unidad que no sea mera suma de elementos puntuales; sólo entonces estaremos ante un paisaje. La naturaleza, que en su esencia y sentido profundo nada sabe de individualidad, es reconstruida por la mirada del hombre, que la divide y la aisla en unidades distintas, en individualidades llamadas paisaje.  Pero constantemente, los límites impuestos a cada paisaje se ven rozados y disueltos por un sentimiento de lo infinito, de modo que el paisaje, aunque separado y autónomo, esta espiritualizado por esa oscura conciencia de su conexión infinita. Es así como procedería el acto espiritual mediante el cual el ser humano agrupa una serie de fenómenos y los eleva a la categoría de “paisaje”: sería una visión cerrada en sí misma y sentida como unidad autosuficiente, aunque entrelazada con un espacio y un movimiento infinitamente más extensos, cuyos confines el sentimiento no puede aprehender y que pertenecen a un estrato más profundo, el Uno divino, el de la naturaleza como Todo.

Simmel entiende por «naturaleza» “la conexión de las cosas, el ininterrumpido surgir y desvanecerse de formas, la unidad fluída del devenir que se expresa en la continuidad de la existencia espacial y temporal… Un trozo de «naturaleza» es en verdad una expresión contradictoria: la «naturaleza» no tiene partes, es la unidad de un todo, tan pronto le desgajamos un fragmento, éste deja de ser «naturaleza», puesto que sólo puede ser «naturaleza» dentro de esa unidad sin límites”. Aquí podría decirse que hay cierto emparentamiento con las ideas de Spinoza (1632-1677). Spinoza supone la identidad entre Dios y mundo, porque ambos son una misma sustancia. “Deus sive natura “es la fórmula de esa identidad. De la afirmación de una sustancia única se extrae una nueva visión de las cosas y de los fenómenos del mundo. Estamos acostumbrados a percibir los procesos del Universo como hechos singulares, desvinculados, sin conexión recíproca. La percepción sensible y todo conocimiento derivado de ella, nos muestra seres independientes entre sí. Pero si se enfocan las cosas del mundo a la luz de la sustancia única, se advierte que no hay seres aislados, dispersos, separados unos de otros.

Podríamos decir como Schopenhauer (1788-1860) en El mundo como voluntad y representación:

“Este privilegio de la visión de la bella naturaleza nos explica en primer término la impresión de armonía y de entera satisfacción que produce, y luego, el efecto favorable que tiene sobre todo nuestro pensamiento. Éste, en su aspecto formal, se afina del modo más correcto y, en cierto modo, se purifica, pues dicho fenómeno cerebral, el único carente de todo defecto, hace que el cerebro desarrolle una actividad completamente normal, tratando entonces el pensamiento, una vez que la naturaleza le ha dado el impulso adecuado, de seguir ese método de la naturaleza en la consecuencia, el encadenamiento, la regularidad y la armonía de todos sus procesos. Una bella vista es, así, una catarsis para el espíritu”.

Así también, esa individualización de las formas de la vida, interiores y exteriores, a las que hace referencia Simmel, a la disolución de los vínculos y de las relaciones originarias en beneficio de realidades autónomas y diferenciadas, ese gran principio de universo post medieval, que ha permitido recortar paisajes en la naturaleza, está presente en el mundo del hombre: “… nuestro ser y nuestras obras sólo son elementos de totalidades que nos imponen adaptarnos unilateralmente a la división del trabajo”. El que la parte se convierta en un todo independiente y se contraponga al todo originario esgrimiendo derechos propios constituye quizás la tragedia más radical del espíritu-trágico que alcanza todos sus aspectos en la época moderna. El individuo burgués se contrapone a una multitud de relaciones en las que están inmersos los hombres, los grupos y las estructuras.Hoy sobresale ese dualismo en virtud del cual el detalle, el individuo aislado, cada vez más fragmentado, aspiran a ser el todo en sí mismo, cuando su pertenencia a un todo más grande sólo le concede una función de parte. Sin embargo, lo realmente bello y grande en el hombre como en el paisaje surge cuando la pulsión vital que anima la mirada y el sentimiento que se desgaja de la homogeneidad de la naturaleza, es también el producto resultante, aún dentro de sus particularidades e inquebrantables límites, abriéndose desde sí mismo, de haberse acogido a lo ilimitado de la vida universal, de la naturaleza. La materia del paisaje la proporciona la naturaleza con tal infinita riqueza y variedad que también serán variados los puntos de vista y las formas que encada caso engloben esos elementos en una unidad de sensación.

Cuenta Schopenhauer que:

“La gran diferencia entre los jardines ingleses o, más bien exactamente, chinos, y los antiguos jardines franceses…consiste, en última instancia, en que los primeros se han plantado con una intención objetiva, y los últimos con una intención subjetiva. En los jardines ingleses se trata de llevar la voluntad de la naturaleza, tal como se objetiva en un árbol, un arbusto, una montaña y un lago, a la expresión más pura posible de sus ideas, es decir, a su propia esencia. En los jardines franceses, en cambio, sólo se refleja la voluntad de su dueño, que ha sometido a la naturaleza, por lo que ésta, en vez de las ideas que le son propias, porta, como señal de su esclavitud, las formas que le han impuesto: setos cortados a tijera, árboles cortados con toda clase de formas, avenidas rectas, arcadas, etc.”

Qué paisaje y qué jardín queremos y habitamos. El jardín como metáfora de un mundo mejor implican un trabajo de organización de la disidencia, de la diversidad. Ser disidente es la posibilidad humana de no ser ni formar parte de un sistema de valores, representaciones y relaciones al que se está destinado o que parece ineluctable, dice Diego Tatían, respecto al pensamiento de Spinoza. No es necesario someter las disidencias a la condena, al anatema, la maldición o el terror. No es agarrar las tijeras. La naturaleza spinozista es un lugar de encuentros improvistos que considera la diversidad natural de los seres, no para someterlos a las tijeras del dueño del jardín. Para ello es obrar libremente sin atender a la utilidad de los dueños del jardín, es no estar obligado a obedecer al mandato del otro. Es una vivir y un hacer de acuerdo al interés común.

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