REVANCHAS DE AMÉRICA

Por Federico Firpo

Corríamos las 2 de la tarde, hora de levantarse pués, a pesar de no enredarnos, esta vez, entre vaivenes de jornadas envueltas en lo hermoso de una feroz resaca.

Llegábamos a la playa de Puerto Colombia y nos recibía (cual reto) el eterno, caprichoso y magistral balón. De la concentración hostelera, partiendo desde las cercanías del malecón en Choroní, proveníamos: dos ingleses, de Liverpool, más precisamente; dos locos de Bilbao y quien escribe, algo así como un crisol de confusiones, entre británicos, vascos y este porteño que se hacía mezclar, ineludiblemente, entre los del viejo continente. Del otro lado, los dueños de la pelota. Minimizados por nosotros, como peyorativamente, por creernos que se trataba sencillamente de un desigual duelo, claramente a nuestros favores, según los designios de nuestras conciencias futbolísticamente empoderadas.

Sentíamos tener, ante nuestros ojos, un diminuto grupo de desafiantes, llevado a las arenas del caribe, en la piel de cinco venezolanos, quienes para nosotros representaban a duras penas, algún mínimo deleite de lo que el buen jugar implique. Y sí, estábamos un poquito agrandados quizás. De paladar beisbolista los suponíamos nomás. “Qué mierda iban a saber de fútbol… juegan con la mano estos”… llegamos a pensar.

Así fue, que le vamo’ a hacé’, ni dos veces habíamos pateado al arco que ya ganábamos 3 a 0 (tres a cero). Y justo ahí, en el momento que nuestras siluetas burlescas quisieran autodefinirnos en modo triunfal, encontrábamonos 3-4 (tres – cuatro) ajoba en el marcador… Sin saber cómo, cuándo y casi que ni dónde, nos habíamos desinflado. Ahí nomás, al parecer, la vuelta se dio cosa.

Estábamos un poco mareados, para ser sinceros y sin más que excusas, llegábamos a la conclusión que el repentino sentir de un abrumador calor se había hecho dueño de nuestros seres, haciéndose carne en nuestra insutil transpiración. Alucinábamos del fuego de los rayos del sol.

Uno de los ingleses, David (así es como se escribe, mas se pronuncia pa’ los criollos deivi), quizás el mejor entre nosotros, obviamente después de mí (nunca jamás, en ningún planeta y bajo la eterna mirada maradoneana, un inglés podrá ser mejor que un argentino, mucho menos, de más está decir, si de fútbol tratase el emblema), pero en este caso podría pasar a un segundo plano la inter-competencia de magnitudes tales por estar yo “agrandadito” entre “pares” europeos. La cuestión es que el mago inglés empezaba a sentirse un poco vapuleado, por no decir baqueteado. Creo que fue su gesto “brazos en jarra”, cabeza mirando al piso al estilo “no doy más” lo que moralmente nos mató a nosotros, los del equipo visitante. No pudimos más volver al match. Desencajados, totalmente, nos encontrábamos… 9 a 4 (nueve a cuatro) perdíamos el partido, siendo nuestro último gol un pelotazo horrible.

En tono histórico de justicia poética, América Latina le pedía revancha a los muertos “Iluminati”, quienes, habiendo entrado triunfantes, tiraban la toalla nuevamente.

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