EL ZAR DE LAS PALOMAS

Por Juan Meza

Pocas veces había visto un primer mandatario de algún país. De hecho, fue la primera vez que ví uno. Y al día de hoy, sigue siendo el único que he visto. 

 

Me encontraba en Plaza Murillo, en la ciudad de La Paz, junto a mi amigo Federico. Hacía unas semanas habíamos emprendido un viaje que tenía como destino el destino mismo, procurando que la sorpresa sea nuestro plato principal. Para llegar a la ciudad de La Paz, tuvimos que sortear alturas y llantos. Desolaciones y emociones. Días y noches y un frasco de berenjenas al escabeche. Corría el año 2011, el mes de abril y el frío por las noches en la altura se hace presente de una manera brusca y temible. La sopa de arroz es un manjar difícil de eludir por tan solo 2 pesos bolivianos. Y la cerveza natural es una tentación difícil de digerir.

A los 2 días de estar instalados en la paz, haciendo base para que la altura de aquel laberinto llamado ciudad nos pegue un par de trompadas, estábamos tomando mates en la plaza frente a la Casa de Gobierno. El sol se nos iba despidiendo y la helada parecía que venía de las estrellas. Las palomas, las dueñas de la plaza nos hicieron un lugar en las escaleras para que nuestros mates, de agua interminablemente hervida (en la altura el agua no hierve dijo alguna vez un entrenador de la selección nacional de fútbol masculino) sean tomados como si cada uno fuera el último.

En aquella tarde pensábamos qué cenar y diagramábamos qué poder hacer el resto de los días siguientes y cuándo partir a algún nuevo destino.

Fede tapó el termo, yo tiré la yerba en una bolsa y la vuelta al hostel era un hecho. Los primeros pasos fueron frenados por miríadas de palomas que se nos pusieron delante para que frenemos. No entendíamos que pasaba hasta que lo vimos así. El zar de las palomas. Estaba ahí saliendo de la Casa de Gobierno. Allí donde supo darle la dignidad postergada a una población detenida en el tiempo, pero no por eso menos fuerte. Al ser unos de los pocos que nos encontrábamos allí, pudimos verlo y al saludar a la muchedumbre escasa entendimos que ese saludo también fue para nosotros. Se subió al auto y se fue. Nos miramos y sin decirnos nada entendimos que aquel día nos despedía con ese mágico momento. Evo, el zar de las palomas de Plaza Murillo, fue el que nos saludó y a nosotros se nos explotó el corazón.

 

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