ENSAYO Y VERDAD

Por Ernesto García

Dibujo Martín Vera

 

«…grupos cada vez más numerosos de publicistas intentan que la teoría y el teórico mantengan su “interés” para un público que paga. Para ello, como no podría ser de otro modo, al trabajador teórico se le acepta con mayor rapidez cuanto más se acerca al fenotipo familiar de burócrata y reivindica justamente la seriedad que le confiere sobre todo el trato con fuertes sumas de dinero».

– Hans Blumenberg.

 

Si queremos saber de qué modo la colonialidad del saber constituye un obstáculo para el surgimiento de nuevas formas nacionales y populares de pensamiento, de líneas de investigación, de verdades, es necesario descubrir o descubrirnos en qué medida somos creadores o meros reproductores de modelos científicos. Poco a poco en los institutos de investigación se ha ido imponiendo cada vez más el prototipo del paper vomitado por las computadoras, convertido en el ejemplo más cabal de un lenguaje pasteurizado e indisimuladamente repetitivo. Lo que se busca es la supuesta eficiencia del lenguaje en términos de aceptación por parte del mercado científico financiero. En este proceso de reformulación –dice Forster-, que tiene en el procesador de textos su apoyatura técnica, el lenguaje de los cientistas sociales ha ido desprendiéndose de su espesura crítica y de su polisemia expresiva. La búsqueda de un idioma “común”, liberado de sus lastres localistas, de sus complejidades metafóricas y de los registros siempre polisémicos de la memoria, supone un nuevo ritual donde el sacrificado es el lenguaje culto. El proyecto civilizatorio de la racionalidad moderna, los convirtió en verdaderos documentos de una globalización académica que se ha especializado en la producción intensiva de esos productos normativizados que pueden ser leídos de la misma manera en cualquier rincón del planeta sin saber, quizás, su origen.

En este sentido, y frente a un modelo cientificista hegemónico de investigación o de ideal academicista de profesionalización, el ensayo se revela contra la escritura académica, contra la lógica fijada para el conjunto de las escrituras. Rompe con el formato del paper académico. El ensayo surge de la realidad inmediata, elude los dispositivos y las exigencias de una normatividad fijada desde una supuesta objetividad universal. Busca rescatar todo lo no dicho por la historia, rescatar el silencio. Rescatar un pasado y un presente, sometido a una determinada racionalidad “objetiva”, para construir un proyecto coherente para el futuro, un modelo propio de desarrollo que no nos sea impuesto por ningún centro de poder hegemónico. Un individuo o un pueblo que no tiene un pasado vivo, no puede tener un presente vivo ni un futuro viable.

Como dice Adorno en El ensayo como forma: “Los ideales de limpieza y pureza, comunes a una filosofía orientada a valores de eternidad, una ciencia internamente organizada a prueba de corrosión y golpes y a un arte intuitivo desprovisto de conceptos, son ideales que llevan visible la huella de un orden represivo. Se exige del espíritu un certificado de competencia administrativa, para que no rebase las líneas-límite culturalmente confirmadas de la cultura oficial”. El mundo académico se transforma así en un mundo de solideces, un mundo encajonado de categorías, de conceptos y de términos que se inventan para el mercado del negocio académico que luego se puedan “vender” en los distintos congresos y universidades del mundo. No obstante, mientras el espíritu cientificista se vuelve cada vez más dogmático,la disputa en torno al ensayo se vuelve una discusión política-cultural.

El ensayo tiene que ver con criterios, criterios de lo qué se entiende por escritura, criterios de los qué se entiende por escribir. Dos criterios posibles serían. Uno, más reductivo, que no ve a la escritura sino como una herramienta de comunicación. La escritura no sería sino un instrumento para expresar y para comunicar y que sería por si misma neutra, que no hace sino funcionar como una polea de transmisión para las ideas o los sentidos que se quieren expresar: están las ideas, las hipótesis, la investigación, determinado orden del sentido que se quiere expresar. La escritura no haría sino trasladar eso a una superficie y que, por lo tanto, sería, como instrumento, neutro, algo que existe con independencia de la propia escritura.

Otro, permite pensar a la escritura como una instancia de producción de sentido, no sólo de expresión de sentido. La escritura produce sentido. A diferencia de la idea de herramienta que no hace sino traspasar un sentido ya definido, la idea de que la escritura produce sentido subraya hasta qué punto la escritura es una experiencia en sí misma. Esto no quita la pretensión de que el ensayo tenga objetivos y conclusiones. La lógica de un proyecto de investigación, dentro de un marco institucional determinado es proponer ciertos objetivos y conclusiones establecidas, muchas veces, de antemano y lo que se celebre es la plena coincidencia entre esos objetivos y conclusiones. O sea, que al final del trabajo uno encuentre lo que ya tenía al comenzar. ¡Y a menudo se espera eso! Que las conclusiones confirmen los objetivos, lo cual viene a confirmar que en el medio no tiene que haber pasado nada. Ninguna idea, ninguna ocurrencia; que el lugar desde donde uno partió sea el lugar donde uno llegó.  Sería la odisea de un cadáver disecado. Lo mejor, si uno quiere estar seguro de que el punto de partida sea el punto de llegada, es no moverse.

Hoy y desde hace ya tiempo, gracias a Michel Foucault sabemos que todo discurso produce efectos de verdad. Sin embargo, lo paradójico es que, por ejemplo, una tesis que cuenta en la bibliografía con Michel Foucault o una tesis sobre Michel Foucault deba regirse por un criterio de verdad que no sea este, sobre la base de criterios objetivos que validan esa verdad, en una especie de tesis suicida.La relación que establece el género ensayo con la verdad no tiene por qué ser considerada necesariamente como ficción, como crónica, como mero arte irracional. La lectura de un ensayo, incluso por fuera de los marcos institucionales, entabla otro tipo de relación con la verdad que es posible interpelar, cuestionar e impugnar en términos de verdad y falsedad. Es necesario fundamentar, aun en un ensayo, lo que se está diciendo, argumentar las hipótesis que se están planteando.

Respaldado en saberes preexistentes, disponibles, como terreno de búsqueda, de lo indefinido como posibilidad y no como limitación, el ensayo se abre como un campo de resistencia apropiado y apropiable, un punto de fuga que no se deja homogeneizar y que configura un territorio donde el conflicto no es eliminado, donde es posible atravesar la espesura del mundo echando mano al lenguaje de un poeta o a la escritura de un filósofo, frente a la rigidez computarizada del paper. El ensayo tiene que ver con una política, con una estrategia, con un modo de decir lo que uno tiene necesidad de decir. Más aún, cuando ese decir se inscribe en un ámbito que es reacio a dejar a que ese decir se exprese con toda su libertad, como puede ser el ámbito académico y tecnológico.

 

 

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