Por Federico Firpo
Tengo estos principios, si no te gustan tengo estos otros… dijera alguien, alguna vez, en sentido de irónica alocución. A los hechos nos remitimos en la veracidad de sus locas palabras.
Estos últimos días hemos sido testigos de la reaparición de Patricia Bullrich, en tanto defensora del policía condenado a dos años de prisión en suspenso: Chocobar. No nos sorprende esto, claro está, mucho menos viniendo de la persona que se acercara a los pagos de Entre Ríos, para abrazarse con la familia Etchevehere, mientras a pocos metros detenían a la hermana de estos “Grandes Dueños del Campo”.
Hablamos de la misma persona que defendió a los gendarmes que fueran los últimos en ver con vida (operativo mediante) a Santiago Maldonado, quien justificara también el asesinato por la espalada a Rafael Nahuel.
Por ahí, visto ello, desde esta perspectiva, no deja menos que un alto grado de coherencia interna. Es cierto y es por eso que debemos agudizar un poco la memoria de nuestras percepciones, retrocediendo varios años en el tiempo, para comprender así varias etapas y transformaciones al interior de las capacidades ideológicas de la Sra. Bullrich.
Y bien, en sentido hegeliano podríamos plantear una suerte de superación dialéctica en torno a las mutaciones que representa la figura de esta dama de hierro, versión argenta. Tenemos así una primera Patricia, luchadora, montonera, peronista de alma y corazón, saliendo en la foto rodeada de personas luego desaparecidas (todos menos ella). La segunda, en tanto funcionaria del gobierno radical encabezado por Fernando de la Rúa, poniéndose en la piel de una odiadora serial de toda militancia ligada a las alternativas políticas, plantándose contra los sindicalistas que según ella: “politizan la crisis económica”. Aquí el tiro salió por la culata: la crisis se profundizó, pero la militancia lejos de caer, se fundió en abrazo de pueblo, marchando todos hacia la plaza. Lo demás es la historia trágica que bien conocemos.
Y luego de su segunda participación política, de cara a un nuevo gobierno neoliberal (2015-2019), nos encontramos con la tercera Patricia Bullrich, esta que vemos casi a diario defendiendo los intereses privados (o, mas bien, privatizadores).
Quedará preguntarnos entonces, retomando las palabras del mismo Hegel: ¿será que estamos siendo testigos de la dialéctica bullrichiana?, ¿tendremos ante nuestros ojos la superación, per se, de una mirada ideológica, encarnada en el patio trasero de nuestros propios servidores?
No nos divide el hecho de tratar de comprender si Chocobar es, en definitiva, un asesino o no, no nos separa el compromiso que deja en evidencia la negación de lo flojo de los papeles que a la familia Etchevehere convierte en dueños de prácticamente una Provincia entera. Ni siquiera la ostentación de impunidad que una mutante del Poder nos quiera reflejar, contradiciendo sus propios (supuestos) principios. Lo que sí ha de preocuparnos es el origen y destino de tamaño servicio.
El demonio se nos aparece siempre encabezando dos teorías contrapuestas, para poder así abarcarlo todo. De afuera hacia adentro, busca lograr su cometido, generando su fuerza: puesta al servicio de las divisiones que lo hagan amo y señor. Y para ello, sabrá siempre donde encontrar a sus más miserables ciervos.