FILOSOFÍA DE LA MUERTE

Por Federico Firpo 

En tiempos de virus que azotan sociedades enteras, la muerte se ha vuelto recurrente ante nuestros ojos y oídos. Vemos y escuchamos de cerca que algún ser querido nos ha dejado y, entre tanto, la vida se nos replantea al respecto de esos seres perdidos.

Y como todo en la vida y por encima de todas las cosas, la muerte no arroja más que dudas y existencialismos. La culpa se posa sobre nuestras mentes y lo primero que surge preguntarnos es por qué no hemos estado más y mejor para con la persona que hoy no está ya entre nosotros. Ojo que también existen, aquellos que acostumbran matar a miles de hambre y nada de culpa han sentido jamás, pero ese es otro tema del cual en otra ocasión podremos hablar.

¿Por qué será que tendemos a filosofar sobre la muerte? ¿Cómo será que nos hacemos sensibles contra nuestras propias acciones? si en realidad, no hemos dejado nunca de ser como en esencia sentíamos que naturalmente éramos, o más bien como sentíamos que debíamos de ser.

No tiene caso pensar en por qué no estuvimos rodeando a un ser que, de todas formas, ya no está. Porque es cierto que, en definitiva, si estuviera vivo, de todas maneras y según el curso de la normalidad con la que nos manejábamos hasta ese último suspiro, probablemente, no estaríamos moviéndonos para verlo más allá de lo que normalmente duraba la esporádica visita.

Con cada persona se tiene una relación especial porque todos, de una u otra manera, somos especiales según propias y ajenas ocurrencias. De igual manera, son especiales las demás personas para cada uno de nosotros, es decir que, lo más especial de las personas lo encontramos en las vivencias que con ellas realizamos y de allí, seguramente, los remordimientos hacia quienes sabemos no tendremos excusas próximas para sumar al derrotero anecdotario.

Es una pena quedarnos con el recuerdo del dolor, ya que todos (bien lo sabemos) algún día moriremos. Honrar la vida debiera comenzar por saber que allí nos espera, dicho a la inversa, la muerte no espera. El final siempre está ahí y eso corre igual suerte para todos y cada uno de nosotros. Entonces, si sabemos ahora que la muerte siempre está, quizás sea hora de entender que no es necesario sentirnos en deuda cuando un ser querido se haya ido.

Tenemos a partir de este momento, la tarea de incurrir en dos acciones que afortunadamente no son excluyentes la una de la otra. Primero, dejar de filosofar sobre lo que arrojen nuestros muertos a los que podamos seguir con vida y, en segundo lugar, saber que el tiempo que no hayamos compartido con los seres perdidos, deberá transformarse en aprendizaje para honrar la vida. Ya no está, quien ha dejado de existir, pero su huella intacta ha quedado. Valdrá el intento, poder sacar lo mejor de aquello que nos han dejado.

La muerte debiera ser mas bien un alivio, porque si tanto hemos querido a esa persona que hoy no podemos apreciar físicamente, será entonces que el recuerdo por guardar ha de ser el más puro, el más grato y el más lindo, que es, por lo tanto, la razón del amor por la cual la extrañamos.

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