EL ORGULLO MISERABLE DE NO MIRAR AL CIELO

Por Federico Firpo

Dibujo Martín Vera 

Cuando el cambio llega el miedo se hace de las bestias, nuestras sociedades han miserablemente rendido cuentas al respecto. Y casi a modo reiterativo, actualmente, el terror universal a la proyección de una emancipación sexual parece ser el dueño de este tristemente célebre escenario del orgullo conservadurista.

Así como nos seguimos sorprendiendo a cada año en los periodos vacacionales con, por ejemplo, 10 rugbiers pegándole en la cabeza a un pibe qué, solo y desde el piso, ni siquiera se está defendiendo, o de un policía matando a alguien de tez morena, en esta cobarde guerra contra los pobres, supuestamente culpables de todas las miserabilidades sociales, no nos resulta ya para nada nuevo encontrarnos con un grupete de “súper machos” golpeando a un pibe por el terrible hecho de “portar homosexualidad abiertamente”, como si se necesitara tarjeta de presentación sexual en el año 2021. Antes de ayer en Estados Unidos, ayer nomás en España, nos dirán que en un país en serio estas cosas no pasan, o más bien que otras “no deberían dejarse ver”, en determinados reinados civilizatorios, a pesar de que todos sepamos que por los siglos de los siglos se hubiera ocultado debajo de la alfombra o en lo oscuro de algún closet.

¿Cuál será el miedo de algo que no representa ya cambio alguno?, ¿Por qué se busca seguir ensuciando el nombre de algo que ya ni siquiera merece el debate?, ¿Cuál será, en tal caso, el debate que se busca dar cuando se golpea hasta la muerte a otra persona que no hacía otra cosa que expresar su sentir sincero?, ¿En dónde está demostrado que exista solamente una manera de amar?, ¿Quién es el dueño de decirnos cómo manejar nuestros más puros sentimientos?, ¿Con sentido en qué puede alguien amar cuando lo único que busca es derribar el amor que en otros nace?

Es evidente que el orgullo miserable de quienes nunca miran al cielo, por miedo a que se les venga encima con sus propios (oscuros) tomentos, lo único que demuestra es el camino violento de quienes suelen mostrar los dientes cada vez que los brotes de una semilla clavan en sus entrañas la duda que (en sus conciencias) pueda simplemente generar alguna pregunta por fuera de todas las institucionalmente afirmadas convicciones, como si de un castigo psico-terrorífico al incumplimiento de alguna obligación moral se tratara. Y cómo no va a ser así, si para los padres y los abuelos de esas “familias bien” resulta motivo de deshonra salir a la luz de una realidad por demás escrita en los confines de la Historia.

Todavía no existe el remordimiento (aún) de quienes pregunten el por qué de la heterosexualidad, nadie, nunca, la pone en duda, es más, serenamente vamos por la vida exprimiéndola, mostrándola con orgullo (vaya uno a saber de qué) y con total naturalidad, cual dueños de una tranquila rutina. Pero estos tipos de orgullo suelen ser algo extraños, ya que lejos de representar el triunfo de cara a una pesada herencia, expresan por el contrario la pesada desgracia de lo que debemos seguir compartiendo, a los fines de vivir exclusividades poco transparentadas.

El peso de nuestras culpas reposa sobre el miedo a que de un cambio pueda uno convertirse y es eso justamente lo que los procesos emancipatorios dibujan sobre los más reaccionarios, miserables y rancios rostros de nuestras sociedades qué, a modo de falsa contestación excluyente, muestran nuevamente la peor de sus caras.

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