Por Federico Firpo
Debatíamos entre amigos acerca de la seriedad con la que se deban tomar algunas candidaturas de cara a las Elecciones Legislativas de este año (2021) y el nombre que arrastró las dudas principales fue el de Javier Milei.
Las opiniones han sido variadas y de todo tipo, pero en lo que a mi respecta no quise dejar duda, sacando del acelerador el pie de quien con toda certeza nos hacía entender a todos que este candidato era el de “a más temer”. Y claro que es de preocuparse la aparición de personajes de este estilo, pero no por el hecho de que mucha gente vaya a votarlos, sino más bien por lo que, en definitiva, representan.
“Puesto menor” decía un líder de los ordenes judiciales-mediáticos cuando se le preguntaba si osaba la Presidencia nacional en sus manos. Y en estos casos, me atrevo a decir que existen ciertos economistas dispuestos a repetir el sentido, adhiriendo a las viejas recetas por demás cocinadas en nuestra historia.
Con tipos como Martines de Hoz, Domingo Cavallo e incluso el mismísimo Espert, ya se ha visto la faceta estigmatizante, excluyente y hasta a veces insultadora (en todo sentido). Y es que si nos ponemos a pensarlo un poco, probablemente ni siquiera les quite el sueño ganar en votos de un sistema democrático al cual, desde sus propios discursos, defenestran. Son Iluminados del Poder, empoderados del más allá que ni siquiera necesitan dinero porque todo lo han heredado y de esta manera es que se pasean por los canales de televisión, difundiendo cada una de sus tablitas del perfecto futuro, sin embargo, celebrando escritos de hace más de 200 años, los mismos con los cuales se justificaban las invasiones y se menospreciaba, de la misma forma que hoy lo hacen, toda idea de soberanía, en lo que a las miradas populares pueda ofrecerse.
Paladines de la República, que cada vez que presentan sus propuestas, seguidas de sus candidaturas, no arrastran más allá de un 5% del sufragio votante, pero que aun así siguen siendo invitados a la caja boba para re-engalardonarlos en tanto ideólogos de la galáctica del mundo social.
No dicen nada, de hecho, nunca lo han hecho, seriamente no los vota nadie. Odian al país y al referirse al mismo aclaran que “en un país en serio” la cosa sería otra. Habría que decirles que en un país en serio ellos debieran ser comprendidos simplemente como lo que son: unos ridículos. Son los que dejan mal parado al dueño del circo cuando uno los cita a modo de burla.
Hasta aquí todo lo que nos causa gracia. Y con esto quiero decir que, si bien estamos claros en que son personajes que nunca serían de las multitudes, el miedo, o bien la preocupación, radica en que, difícilmente, sea esto lo que alimente sus pesares. De hecho, odian los términos democráticos, unos en Dictadura, otros sugiriendo se los eleve en términos de superpoderes y en el más acá, los que dicen que dinamitarían el Banco Central y que echarían a todo lo que para ellos son los “parasitos” estatales.
Ordenadores de la vida privada, amigos del Establishment, fanáticos de la “Chicagada boy”, no necesitan ganar en las urnas, ellos saben que su carta queda guardada siempre a la sola posibilidad de que un buen Gobierno de afilado cuchillo neoliberal corte las mediateces del impacto tristemente votable, para una vez ganadas sus elecciones lo propongan desde la misma impactabilidad en el Ministerio de Economia o, tal vez, en alguna de sus más cercanas inmediaciones. No está su sentir en el triunfo de saberse queridos por una masa a la que tildan de grasosamente ignorante, no les interesa. Saben bien que su lugar de todos modos ahí acomodadito estará.
Cada vez que uno de estos locos se presentó, el porcentaje de sus votantes, con furía llegó a superar el 5%, gritan, insultan, repiten de libros ingleses de la Economía Clásica, pero ninguna brillantez, ninguna genialidad, más allá de lo divertido por ridículo que puedan ser. Y que alguien me niegue que así se hizo famoso Martinez de Hoz, Cavallo, o Milei. Su mayor mérito es haber estudiado en la privada, haber recorrido Europa y los Estados Unidos, siendo siempre presentados por ciertos periodistas como los expertos a los que deberíamos escuchar, en pos de comprender lo necesario para la salida de lo horrible de seguir viviendo en un país como este (del cual siempre amenazan con irse, pero siempre desde adentro, valga la paradoja), obviamente eliminando todo ideal de la educación pública, de la salud pública y, por lógica, del Estado interviniendo.
Desde el momento que se sienten por encima de la media, entenderemos que estos personajes no solo no son marginales, sino que, por el contrario, ya fueron dibujados de antemano con la misma tinta traidora que desde afuera han secuestrado desde hace siglos todas las ideas nacidas en estas tierras.
Que si tenemos que preocuparnos, que, si tenemos que temerles, puede que sí, pero es de saberse, en lo concreto, que siempre han estado, siempre han existido y es por eso qué, más allá de saber bien sus armas, tarde o temprano, habrá que devolverlos a su lugar, que no es otro que el de la nada misma de la cual tantas veces nos han querido hacer creer todos llegaremos algún día.
Nada debiera interesarnos menos que pertenecer a sus filas, porque ese será el más grave de los errores. Mientras tanto, no nos preocupemos porque puedan llegar a ser votados, ocupémonos, en tal caso, de dejarlos en evidencia todo lo que podamos.
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