COMUNIÓN

Por Juan Meza

Arte de tapa Martín Vera 

Tuve mi México 86. Ayer por la tarde tuve mi México 86. Ayer mi mundial, mi primer mundial de fútbol masculino, fue el de Qatar. Tengo 35 años, nací un año después de aquel mundial dónde llevó a l eternidad a Diego Armando Maradona, con goles épicos y hazañas inigualables. Nací el mismo año que aquel que ayer nos hizo felices, a penas un mes antes, pero somos de la misma generación que nunca había podido ver a la selección argentina campeona de mundo. El mundial del 90, apenas 3 años. El del 94, con 7 años no fui consciente. Mi primer mundial, como hincha, fue el del 98, donde la ilusión fue enorme, por lo que la caída fue fuerte y dolió. En lo personal ese año, fue el peor de mi vida, y esa escapatoria de la realidad era mi único salvavidas para no ahogarme. Y no pudo ser. Nací en los 80, crecí en los 90. Tomé de la teta de la convertibilidad, mamé el uno a uno. Esa fiesta era para pocos, de la que nosotros no estuvimos invitados. Como pibe de 10 años, no tenía dimensión de lo que acontecía, yo solo quería ver a la selección campeona del mundo y no se pudo. Pero luego del partido contra Inglaterra vi algo. Vi unión en las calles, la gente celebrando que se le había ganado a esa selección que representa “al enemigo”, de manera falaz, pero que sirve para unirnos cuando se la vence.

Esa unión la volví a ver unos años después, en el “argentinazo”. Soy hijo de esas jornadas, donde el pueblo volvió a unirse, pero ya no desde la alegría, mas sí desde la bronca y el hambre. Ahí sentí por primera vez algo que luego hizo hacerme muchas preguntas y mientras se iban despertando nuevas dudas y a la vez demasiadas certezas.

Al año siguiente de esa enorme rebelión popular, las ollas seguían vacías, las calles eran lugar combate constante contra una dirigencia que se aferraba al poder para poder sostener la “gobernabilidad” y el mundial era, una nueva escapatoria hacia la felicidad. Llegaba el mundial de 2002 y Argentina era la favorita a ganar el torneo. No se podía escapar la copa, tenía que ser nuestra, pero, si el destino está escrito, se nos hizo esquiva, y con ella se llevó la ilusión de millones de poder gritar de felicidad luego de tantos años de tener el peso de las garras del FMI sobre nuestra espalda.

Para el mundial del 2006, el país empezaba a resurgir de a poco de la miseria en la que estuvo por mucho tiempo, y que yo veía atónito, a veces ajena y a veces propia. La selección llegaba jugando un fútbol superlativo, y en sus filas tenía un pibe de 19 años que yo ya venía viendo por la tele, Lionel Andrés Messi, más conocido como Messi. Ese mundial nos volvimos en cuartos. El fútbol es fútbol y los detalles en un mundial están en cada jugada donde te pueden hacer perder o ganar un partido o un campeonato. Era, a mi entender, el primer mundial con la ilusión de ser campeón solo por ser campeón y no inyectándole una carga económica-social de los últimos mundiales.

Para el mundial del 2010 con Diego y Lionel, o con Maradona y Messi, quién este último venía siendo el mejor jugador del mundo por escándalo de los últimos años, y Diego como DT, tenía que ser nuestro mundial, no se nos podía escapar. Pero otra vez Alemania tenía otros planes y nuevamente en cuartos nos frenó la ilusión de una manera mas violenta que la del mundial anterior. El país, y particularmente yo estaba pasando por un “buen momento” económico por lo que la carga era solo futbolística. Cabe destacar que cuando hablo de buen momento es sola y estrictamente económico, por aquel entonces ya llevaba un año y medio desaparecido Luciano Arruga, 4 de Jorge Julio López y la violencia institucional era moneda corriente donde los pibes de las barriadas eran los que la sufrían.

Para el 2014 el mundial tuvo su lugar en el país vecino y Brasil fue sede. Messi llegaba con espalda y con holgura para que sea su mundial y nos regale esa alegría tan esquiva que se venía sucediendo campeonato tras campeonato. La situación en la que se encontraba el país ya no era la de los últimos dos mundiales, la situación de inflación, la pobreza que crecía eran motivo de descontento y el mundial era una nueva escapatoria de la realidad. Pero una vez más, otra vez Alemania y sus ganas de no dejarnos ser. Argentina pierde 1 a 0 frente a los “teutones” y otra vez el fútbol vuelve a ser injusto con quien mejor sabe interpretarlo.

Para el mundial 2018 Argentina era un caos, en todo sentido. La pobreza crecía exponencialmente, la reforma provisional se habia combatido en las calles enfrentado una represión feroz. El país ya tenía las botas del FMI en la cabeza, empezando a dejarnos sin aire, y el gobierno de Macri día a día subía todos los índices negativos. La Asociación del Fútbol Argentino no escapó a esta realidad y luego de la muerte de Julio Humberto Grondona, quien fuera presidente y única persona que mantenía cargo desde la dictadura, los destinos del fútbol argentino como el de la selección se desencontraron y con ello el fútbol propiamente dicho. Para Rusia 2018 la selección llegaba golpeada, como el pueblo. Fue quizá el único momento que todo vivir en todos esos años de sentir que no se iba a poder, tanto en las calles con un pueblo combativo, pero adormecido aún, como en el verde césped con una selección Messidependiente que no solo sabía pasarle la pelota al 10. Y el final fue la crónica de una decepción anunciada. Otro mundial más y la justicia con Lionel Messi seguía sin aparecer, como pasa con el pueblo.

En 2019 llegó el cambio de gobierno pero la suerte no cambió, sino que la crisis se profundizó, primero con la llegada de la pandemia y luego con el accionar y la inacción de un gobierno acéfalo que solo supo darse tiros en los pies cada vez que daba un paso para adelante. El encierro de muchos meses nos generó angustia, desconsuelo, desolación, temor a la muerte pero también a la vida, nos obligó a desencontrarnos, hasta de nosotros mismos y eso produjo cierta ruptura en una sociedad, en un pueblo que ya venía ultrajado, que ya venía abatido, de años de perdida del poder adquisitivo en donde un día nuevo es miles de pobres nuevos y no hay plan, no hay “volantazo” a la vista para que eso cambie. En el medio de todo eso la muerte de Maradona fue un golpe a la moral de un pueblo agonizando. Y una vez más llega el mundial y una vez más depositamos nuestra esperanza en obtener un poco de alegría en 11 tipos que corren atrás de una pelota. Porque como dice Lionel Scaloni, el padre de la nueva criatura, esto es solo fútbol, acá no hay Malvinas, acá no hay guerras, acá hay táctica, técnica y amor. Messi, en un su último mundial, es el abanderado para poder devolverle al pueblo, al menos por unos días, esa alegría que los dirigentes, muy enemistados con el pueblo no le puede dar. Será por eso que se le exige mas a un futbolista que a un político, como suelen decir las redes, porque el resultado es ahora, y la alegría está al alcance de la mano. Y sucedió lo que hace tiempo tenía que suceder. Argentina volvió a gritar campeón, justicia poética con Messi dicen. La historia tenía una deuda con el 10 y ayer fue saldada. El pueblo estalló en las calles, y se me vino a la cabeza el 2001, cuando salíamos todos unidos y en comunión, con un lema “que se vayan todos”. Ayer, afortunadamente, es estallido fue de alegría, una alegría que hace tantos años se nos hacía esquiva. Llevándolo al terreno que casi todxs llevan, le dimo a Francia su “Waterloo”, más bien, esos 11 guerreros le dieron a Francia su día de juicio final. Pero no quiero hablar de manera bélica, más de épica. Esos 11 jugadores de fútbol, 11 tipos que entran a una cancha y patean una pelota hicieron los que estudiosxs, doctorxs, magristradxs no pudieron hacer, que es regalarle una alegría al pueblo. Luego de la muerte de Diego, luego de la pandemia, luego de un sinfín de datos estadísticos que nos hacen ser uno de los peores países del mundo para vivir. Esos 11 tipos con Messi a la cabeza nos hacen el mejor de los regalos. Puede que este fin de año falte el pan dulce, falte la sidra, y quizá hasta algo para comer, porque es nuestra realidad, pero lo que no va a faltar, al menos, es una sonrisa, porque este pueblo solidario, está en comunión con la alegría.

 

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