Por Redaccion ANCAP
Arte de tapa Martin Vera
El 22 de agosto de 1972 la base aero-naval Almirante Zar ubicada en Trelew, provincia de Chubut, fue escenario de un drama comenzado a poco de iniciarse el proceso revolucinario de Mayo de 1810, contuinuado hasta nuestros días y sin miras de acababar en el futuro cercano. Allí, en plena estepa patagónica tuvo lugar una de las mas aberrantes afrentas que el pueblo argentino haya recibido: el cobarde asesinato de 16 de sus mejores hijxs a manos de las Fuerzas Armadas Locales, brazo ejecutor de los planes de exterminio pergeñados por las clases dominantes nativas y foráneas.
Paradigmática por su crueldad, la Masacre de Trelew fue una matanza estratégicamente ejecutada para privar, a las Organizaciones Sociales de entonces, de una insustituible serie de militantes poseedores de gran capacidad organizativa, preclara inteligencia, férreas convicciones y dueñxs de una valentía digna de las mas heroicas epopeyas emancipatorias que haya acunado Nuestramérica. Las biografías de las jóvenes víctimas, así lo demuestran.
Alejandro Ulla, Alfredo Kohan, Ana María Villarreal, Carlos Alberto del Rey, Carlos Astudillo,Clarisa Lea Place,Eduardo Capello, Humberto Suárez, Humberto Toschi, José Ricardo Mena, María Angélica Sabelli, Mariano Pujadas, Mario Emilio Delfino,Miguel Ángel Polti, Rubén Pedro Bonnet y Susana Lesgart, asesinaxs esa madrugada, junto a Alberto Miguel Camps, María Antonia Berger y Ricardo René Haidar, sobrevivientes de la masacre, se contaron entre la Flor Y Nata de un sector de nuestra población que, por sus altísimas virtudes humanas, fue considerado “el enemigo a aniquilar” por quienes intentaron, con discutible éxito, doblegar la voluntad de las mayorías para profundizar políticas de entrega. Con todo, asumieron la guerra que históricamente desatan las oligarquías contra los pueblos y concibieron su lucha como la “continuación de la lucha que libraron todos los obreros rurales, los obreros industriales que en los años ´21 fueron asesinados por el Ejército, por la Represión”, como expresara Rubén Pedro Bonet momentos antes de entregar las armas tras frustarse la evación del grupo hacia tierra chilena.
En esta concepción, eran conscientes de que en la lucha empredida siempre cabía la posibilidad de la muerte y la enrostraron gallardamente. Sabían también que el enemigo es implacable y que la masacre contra el pueblo no cesaría hasta que no se destruyeran los cimientos de esta sociedad injusta. No se equivocaban. La masacre contra el pueblo continuó, haciéndoles presa en aquel funesto agosto; continúa , como lo atestigua la sangría ininterrupida de militantes que, luego de que la hecatombe que asoló al país entre 1976 y 1983 diera paso al uso de técnicas de supresión mas selectivas por parte del Estado para erradicar hasta los embriones de cualquier proyecto social revolucionario, nos arrebata lo mejor de nuestras juventudes. Desde entonces somos testigos de cientos de asesinatos de violosísimxs compañerxs a manos de las distintas policías y de otras fuerzas de seguridad. Ahí están los nombres de Agustín Ramírez, de Teresa Rodríguez, de Darío Santillán y Maximiliano Kostequi, de Santiago Maldonado o Rafael Nahuel, solo por citar algunos, dando testimonio de que el aparato represivo del Estado y sus Servicios de Inteligencia no descanzan.
Recientemente hemos palpado en vivo y en directo y de manera irrefutable, una vez mas, la certeza de esta última afirmación cuando, impotentes ante las pantallas, vimos como la policía metropolitana asesinaba a Facundo Molares.
Hoy sabemos que las nuevas tecnologías y su correlativo andamiaje jurídico, permiten al Estado detectar y eliminar opositores de manera quirúrjica y con total impunidad. Pero eso no nos arredra, porque sabemos que quienes cayeron, caen y caerán en la contienda por una vida digna para el pueblo, supieron, saben y sabrán, al igual que lxs asesinadxs en Trelew, que sus luchas comenzaron en tiempos remotos y tienen como horizonte el futuro.
Para comentar debe estar registrado.