Por Melina Sánchez
Ilustración: Viento
La de territorio es una noción compleja conformada por aquello que está debajo de lo que pisamos, eso que está por encima de nuestras cabezas, y todo lo demás que nos rodea.
No es poesía, es el petróleo, no es metáfora es el aire. La noción de territorio supone mucho más que la simple porción de tierra que pisás, es otra cosa distinta que el terreno donde vivís o te instalás, es diferente de la parcela que vendés o que alquilás. Y todo eso no lo sabés si nosotrAs no lo comunicamos, no lo sabés aun con esto que te decimos, no lo supimos nosotrAs por años, porque crecimos alejadas de nuestra cosmovisión, no lo sabés aun leyendo sobre ello, porque cada idea que mencionamos aquí necesita de una explicación, y cada explicación tiene una historia –enmarcada en lo familiar- y una Historia –en relación con lo social-, y cada una de ellas tiene un modo de narrarse, y aunque plagiaras este texto, y aunque grabaras nuestras voces, todavía te faltaría haber pensado durante años en la posibilidad del camino de regreso como alternativa a la resignación, haberte sentado en círculo, ver y hacer circular la palabra…
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En el actual contexto, y después de una desigual e inmensa lucha territorial indígena, por primera vez sostenida en la movilización masiva y popular, que ha cobrado triste notoriedad a nivel nacional e interpela, no solo a los tres poderes sino a distintas esferas sociales, entre ellas la de la comunicación, resulta importante preguntarte por lxs sujetxs que intervienen en el hacer comunicativo cotidiano y a su vez por los elementos e instrumentos que entran en juego a la hora de comunicar, para caracterizar los temas indígenas y los aportes de lxs sujetxs indígenas a los medios de comunicación en Argentina.
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Como comunicadoras indígenas nos toca ahora preguntarnos por esa identidad interseccional: ¿Hacer periodismo es totalmente independiente de nuestra identidad? ¿O en cambio nos interpela en relación con las decisiones que tomamos en torno a la construcción de la noticia y la difusión de información?¿Ser mujer o disidencia indígena hoy en Buenos Aires en intentar intervenir en la producción de comunicación es lo mismo que serlo en La Paz, Santiago o CDMX o cualquier otra ciudad latinoamericana, o por el contrario supone un desafío singular en torno al diálogo que implica establecer con la así llamada “la capital más blanca de Latinoamérica”?
Las mujeres y disidencias indígenas en los medios en Buenos Aires, desarrollamos varias tareas en simultáneo, además de los roles ya establecidos por el medio, esto es, las de ser redactoras, editoras, cronistas, corresponsales, entrevistadoras, productoras, gestoras; por nuestra identidad indígena y por nuestro compromiso social, hacemos las veces de intérpretes, traductoras, voceras, mediadoras en la articulación y el diálogo constante entre las comunidades y barrios indígenas, y las ciudades, donde por un lado, hay más concentración poblacional y por ende hay más personas indígenas, y donde por otro lado, está el centro político, donde se toman las decisiones en torno a las políticas de alcance nacional.
Ese cúmulo de saberes científicos, técnicos, ancestrales, que van desde los conocimientos adquiridos en la familia y comunidad, hasta los relacionados con lo lingüístico, lo político, el derecho indígena, etc… no encuentran fácil sustitución en otras voces, y allí es donde radica su “plus”, su valor agregado, su aporte específico e irremplazable al campo de la comunicación comunitaria y alternativa.
Lamentablemente, el pensamiento preponderante en torno a la información relacionada con pueblos originarios, con frecuencia es el del extractivismo. En ese planteo comunicativo, quedamos obviamente en desigualdad a veces, cuando no es de por sí excluídas desde el comienzo. A los medios –a todos, sin distinción de clase, género o extracción política- una mujer indígena tomando la palabra les incomoda.
Hay una práctica conocida e histórica que ha tenido desde sus inicios la antropología, la de extraer y sistematizar conocimientos de los territorios colonizados. A quienes intercambiaban esos saberes por necesidad o por confianza se les llamó siempre “informantes”, dejándoles además en esa categoría subalterna en donde la agencia –es decir, la capacidad de hacer- les era imposible. Se les deslegitimaba así también como parte del grupo originario.
Décadas pasan, las injusticias siguen. Siendo parte de los medios alternativos desde hace años, muchas veces –la mayoría- nos han llamado “fuente”, replicando ese gesto colonizador. Porque si total nos ocupamos de “cosas secundarias”, y aun cuando esas “cosas secundarias” toman la escena nacional, es fácil recurrir a nuestros estados de whatsapp, a nuestros muros de Facebook, a nuestras publicaciones de Instagram, a tomar algo de la “fuente” y a “elaborar algo” luego en torno a esa información e ideas, pero difícil es reconocer voces y autorías de mujeres indígenas para ese modelo que tiene más vínculo con los epistemicidios de lo que cree. Porque para hablar en los paneles mejor están los hombres, y mejor si son blancos, y si llegaran a invitar a una de nosotrAs, será una que entienda que más bien va a hacer un acto de presencia, sin levantar mucho la voz, más bien como parte del decorado, porque finalmente –esto no lo dicen pero lo piensan-: “las mujeres indígenas no piensan, no escriben, no hablan, no tienen ideas distintas, y no hacen periodismo.”
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¿Se puede hablar de la PACHAMAMA sin nosotrAs?
Imaginá ahora que sos alguna de estas personas en Buenos Aires: una niña indígena, su madre-su padre, su maestro o maestra, un o una periodista que cubre conflictos territoriales; imaginá que a esa niña indígena que fuimos nosotrAs, que fueron nuestras madres, que serán nuestras hijas, nuestras hermanas, nuestras sobrinas, nuestras alumnas en la escuela del conurbano, le tenemos que construir un mundo que venga con las instrucciones para que sea feliz, no podemos enseñarle que se conforme con uno donde tenga que resignarse a trabajos donde no pueda hablar, ¿y vos, de qué lado del asunto estás?
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