El día martes 2 de diciembre de 2014, en la tapa del diario “El Argentino”, se leía la siguiente noticia: “Una chica de 12 años trató de envenenar a un profesor”. En un recuadro sobre la foto del docente en cuestión varias frases afirmaban: “Le puso un tóxico para cucarachas. Las autoridades de la escuela 13 de Villa Ballester, en San Martín la separaron del curso. Estoy pensando en dejar al docencia, aseguró la víctima”. Por Vicente Pincen
El lunes 1°, ante la estupefacta indignación del conductorcito y los panelistas del programa televisivo “Infama”, Miguel Ángel Porro (así se llama la víctima y nos resistimos a hacer comentarios sobre la paradojal relación entre su apellido y su discurso) manifestaba, con el asentimiento de su representante gremial que “la docencia se ha convertido en una profesión de riesgo” y se quejaba de la “niñocracia” que impera en las escuelas, a la vez que peroraba sobre la pérdida de autoridad del docente y pedía revisar la política de “inclusión” que impulsa el Gobierno Nacional.
El consumidor superficial de noticias podrá, ante estas manifestaciones y el manejo que de ella hacen los medios masivos, exclamar como el pichón de Fantino “¡Que barbaridad! ¡Esto ya no es una broma pesada!” y tendría razón en considerar, al igual que Porro, a los protagonistas de estos sucesos como emergentes de la profunda crisis que hace tambalear todo el sistema educativo. Pero profundicemos un poquito… sin ahogarnos.
El título de la noticia expresado en el inicio de esta nota, presenta a la niña como a una asesina en potencia; la bajada habla del arma homicida, de las medidas tomadas por las autoridades de la escuela y trae el testimonio del profesor al que califica como víctima. Criminaliza entonces a una menor y desvía el foco de atención de los verdaderos culpables de este drama en el que están sumergidos docentes y alumnos, a saber: los “expertos” que pergeñaron la vigente Ley Federal de Educación.
Si, no nos engañemos, ellos son los culpables porque lo que pensaron como inclusión (esa que intentan concretar por medio de la obligatoriedad) no es más que hacinamiento y el hacinamiento, en cualquier ámbito, genera reacciones violentas, cuanto más cuando a este se le suma la imposición de tiempos, espacios, ideas y prácticas ajenas a la naturaleza de quienes lo padecen.
Por supuesto no se puede restarle gravedad al asunto, solo advertimos que la forma en que los medios tratan la noticia mueve sutilmente el eje de discusión del verdadero problema que no es otro que buscar y visibilizar las causas por las cuales una niña intenta borrar de la escena áulica a quien personifica la autoridad y la represión de pulsiones internas.
Ni por un momento el hecho movió, para los “hacedores de la información”, a reflexionar sobre lo antinatural de pretender que en un ambiente artificial, niños y niñas sean obligados a formarse abstracciones sobre el mundo a través de repetir las lecciones que un maestro autómata intenta explicar sin haberlas comprendido antes.
Paremos de profundizar que ya falta el aire… no vaya a ser cosa que nos pongamos a pensar en qué haríamos nosotros sí, privados/as injustamente de nuestra libertad, fuésemos además obligados a memorizar y repetir el discurso de cualquier aprendiz de brujo que se dice sabio.
vicentepincen.ancap@gmail.com
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