Y POR CASA… ¿CÓMO ANDAMOS?

La imagen de Aylan Kurdi, el niño ahogado en aguas del mar Egeo, conmovió al mundo. A su vez, plantea un debate interno: ¿Cuál es la reacción social ante una muerte absurda de un menor en nuestro país? ¿Qué papel juegan los medios? Análisis de diversas reacciones, ante situaciones igualmente aberrantes. Por Diego Ferraro.

“Dos años sin Kevin”. El pasado domingo 6 de septiembre, en la localidad bonaerense de San Justo, de la mano de la organización barrial La Garganta Poderosa, y el apoyo de la Asamblea por los Derechos Humanos, e importantes presencias como la de Nora Cortiñas (Madre de plaza de Mayo Línea Fundadora) y Vanesa Orieta (hermana de Luciano Arruga), se llevó adelante la “jornada cultural contra la impunidad judicial”. ¿El objetivo principal? El esclarecimiento del asesinato de Kevin, un niño de 9 años que murió en medio de una balacera en la mañana del sábado 7 de septiembre de 2013, en el barrio Zavaleta, asentamiento ubicado en el sur de la Capital Federal. Aquel fatídico día, dos bandas externas al barrio se enfrentaban a disparos y los vecinos decidieron llamar a las fuerzas del orden para que trajeran un poco de calma. Garrafal error: Gendarmería y Policía Federal se hicieron presentes pero nada hicieron por frenar la balacera. Uno de los disparos impactó en Kevin, y le cortó las alas ante la desconsolada vista de su madre. Hoy por hoy, solo un hay un gendarme  procesado por “incumplimiento del deber público”, y la lucha es contra la burocracia judicial, para que el caso no quede en el olvido.

Kevin no tuvo la suerte de ser viralizado en las redes y los canales de televisión o los diarios. Algún diario con algo más de tacto social cubrirá eventos como el del pasado domingo, pero no se apunta ni a seguir el caso ni a la instalación de la noticia en boca de todos. Sólo la incansable lucha de su familia y quiénes hacen la revista La Garganta Poderosa han permitido que su nombre no pase al olvido, pero quiénes comparten (o compartimos) su imagen pidiendo justicia en Facebook con suerte consiguen algún “me gusta” y si lo comentás en la oficina mientras compartís un mate, con suerte recibís un “mira vos, pobre pibe. No sabía nada”. Y repito, con suerte; porque si contás el origen de Kevin, hasta podes escuchar algún comentario que justifique las cosas en su condición social.

Néstor Femenía tenía 7 años. Integrante de una familia QOM, era el mayor de cinco hermanos, y vivía junto a su familia en el paraje Paso Sosa, a 12 kilómetros de la localidad chaqueña de Villa Río Bermejito. A su corta edad, falleció víctima de una tuberculosis pulmonar y desnutrición a principios de este 2015, pesando tan solo 20 kilos. La tuberculosis es uno de los cuadros que más afecta a las comunidades QOM residentes en el Impenetrable chaqueño, acompañado además de una profunda pobreza y una altísima tasa de analfebetismo.

Por estas horas, el adolescente y también QOM Oscar Sánchez, sucumbió ante las mismas condiciones sociales. De tan sólo 14 años, la tuberculosis con posterior desnutrición consumieron su humanidad, la cual solo pesaba 11 kilos.

Los partes médicos de ambos casos, podrán firmar sus actas de defunción con causas médicas. Pero las causas sociales y la desidia de los gobiernos tanto provincial como nacional, se llevaron el futuro de dos menores más.

Néstor y Oscar apenas gozaron de un poco más de fama que Kevin. Rondaron un algo más por portales de internet, redes sociales y diarios, pero la indignación no toma un ribete tan colectivo como el que en realidad merece. Invisibilizados en vida, también son ignorados en la muerte. “¿Qué podemos hacer como sociedad ante una situación así?”, se pregunta más de uno, desligándose ya sea por distancia o porque siente que esas tareas solo le corresponden a las clases dirigentes. Por lo pronto, los más representativos exponentes de las comunidades QOM acampan en Avenida de Mayo y 9 de Julio, en el corazón de la Capital, desde hace 7 meses. Millones de personas pasan a diario, pero son pocas (muy pocas) las que pasan a brindar su apoyo. Masificar el reclamo, acompañar en multitudinarias marchas, para que la presidenta deje de negarles una audiencia, sería algo que podemos hacer como sociedad. Porque de esta manera, además de la ceguera y el silencio del gobierno provincial y nacional, nuestra desidia social se va convirtiendo en cómplice.12009644_872248136196511_6741945175242634953_n

Luciano Arruga no quería que su origen humilde limitara sus sueños. Quería poder “despegar”, quería estudiar para no estar condenado al futuro que parece estar destinado vaya uno a saber porque mandato divino cuando un chico se cria en condiciones de pobreza. A los 16 años, con solo $1.50 en el bolsillo, la noche del 31 de enero de 2009 salió rumbo al cyber del barrio, a despejar su preocupada cabeza un rato. Tenía motivos para estar preocupado: meses antes, la policía bonaerense lo había demorado y le había ofrecido robar para ellos en zonas liberadas, según el mismo contó a su familia. Su negativa le valió más de un golpe, y vivir con miedo. Estaba asustado Luciano aquel 31 de enero, temía que lo volvieran a detener.

Recién el 17 de octubre de 2014 se volvió a saber algo de él. Tras cinco años desaparecido, con una búsqueda encabezada en forma conmovedora por su hermana, Vanesa Orieta, el cuerpo de Luciano apareció enterrado como NN en el cementerio de la Chacarita, víctima supuestamente de un accidente de tránsito, el 1 de febrero de 2009. Teoría que jamás tuvo validez en su familia ni en las organizaciones de Derechos Humanos que acompañaron en la búsqueda y en esta etapa posterior. El caso Arruga es un emblema en la lucha de familiares y  organizaciones sociales, pero nunca logró calar hondo en el seno de la sociedad. En una época en que la política de Estado tuvo uno de sus ejes fundamentales en los desaparecidos de la última dictadura militar, la deuda estuvo y está en los desaparecidos en democracia. Y no sólo desde el oficialismo; es deuda también de los medios opositores, que solo asestan sus golpes desde la crítica económica,como de partidos opositores que no acompañan el reclamo más allá de aniversarios o eventos programados, como de la propia sociedad, que mayoritariamente no logra visualizar más allá de su propio interés.

Luciano vio trunca su vida en plena adolescencia. La policía bonaerense es centro de todas las sospechas de haber terminado con sus sueños. A la mayoría de la sociedad, no le importó ni le importa. Luciano es bandera de su familia y de quienes siempre acompañaron desde un principio, es símbolo de ser el más famoso de los casos de los abusos de la autoridad policial, pero no alcanzó nunca para ser razón de indignación colectiva. Luciano era pobre. Y en ellos, a nadie le gusta reflejarse.11998833_872248132863178_2731216245265899054_n

La muerte de Aylan Kurdi dio la vuelta al mundo. En nuestro país causó estupor, despertó furias e indignación. No es para menos: la imagen, cruel y aberrante, es símbolo de un sistema en descomposición, en el cuál las potencias económicas llevan sus guerras a territorios ajenos en nombre de la democracia y la paz, sin otro objetivo más que mantener equilibradas sus propias economías, sostenidas por la armamentística y las riquezas naturales de los países en los que ellos mismos generan litigios. El costo social es bastante alto: hambre, pobreza e inmigración, y en este último punto, los mismo que apoyan la guerra, le niegan un hogar, un empleo o una vida digna, a quien ellos mismos le hacen llover bombas.

Los balseros no aparecieron la semana pasada. La fuga de gente de los países orientales hacia países europeos en busca de una calidad de vida mejor no es tema del último año. Pero a veces, una situación reaviva el fuego y pone en boca de todo este planeta globalizado cuestiones que forman parte de la estructura de las políticas de los países que tienen las riendas del sistema. Luego, se desinstala y se olvida.

La muerte de Aylan es un hecho indignante. Hacen bien todos quiénes se indignan. También sepan que miles de menores desde hace décadas mueren en aguas internacionales huyendo de las guerras instaladas desde afuera y en busca de una vida mejor; y también va a seguir pasando, aunque no haya fotos que lo atestigüen.

 

Nadie quiere más imágenes como esas, y está bien sentir enojo ante una situación tan impactante. El dolor se hizo foto, y visualizar la injusticia hizo tomar conciencia aunque sea por un instante a millones de personas de las penurias que sufren los refugiados a nivel mundial. Pero cuando las crónicas relatan otras tantas centenas de muertes sin sentido, no conmueve de la misma manera; la imagen en sí generó dolor, el hecho pasó a segundo plano. Lo mismo nos ocurre con nuestra cotidianeidad. Relatos sobre hechos que se llevan la vida de niños o jóvenes en nuestro país, nos sobran. Sea por la falta de imágenes que nos generen un impacto que genere conciencia, o bien porque lamentablemente se nos hizo cultura que la vida penda de un delgado hilo, no se ven muestras de indignación semejante. Pero comenzar por casa estaría aún mejor. Indagar un poco más allá de lo que nos cuentan, sacar conclusiones propias y no “casarnos” con nadie ante la injusticia. Este espacio de opinión habló de cuatro jóvenes argentinos que murieron producto de la desidia del Estado y para colmo de males, contaron después con el olvido de la sociedad. Sólo la fuerza de sus familiares u organizaciones comprometidas en el ámbito social no dejaron morir su recuerdo; y son solo cuatro: hay muchísimos más, doblemente asesinados al caeren el silencio.

Kevin, Néstor, Oscar y Luciano estaban unidos por una particularidad: VIVIAN EN CONDICIONES DE POBREZA.  Los prejuicios facilitan la falta de identificación con sus casos. La imagen de Aylan en las orillas del mar fueron tan impactantes, que esta vez no hubo tiempo de asociar a los habitantes de oriente con terroristas, ni a los niños islámicos como “niño bomba”. Porque los vacíos de contenidos que quienes bajan línea generan, llevan a las personas que no desglosan lo que leen a opinar con generalidades o pensamientos guiados por estructuras.11229554_872248146196510_6958872145484446_n

Una sociedad que ignora a sus propios menores, que no se identifica en lo injusto de sus muertes, en lo absurdo de haber perdido tan prontamente la vida, es una sociedad con una fuerte deuda cultural y social interna. No podemos solucionar nada al otro lado del océano si ignoramos o no salimos a pedir justicia por los que vieron sus ilusiones evaporarse cuando la vida recién les amanecía.

En una sociedad que elige ser Nisman, yo elijo ser Kevin. Yo soy Néstor. Yo soy Oscar. Yo soy Luciano.

En un mundo sediento de status social, yo soy refugiado.

 

 

 

 

 

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