El mayor éxito de quienes gobiernan, en un régimen al extremo capitalista, es dotar de sentimientos de clase alta a una clase media que difícilmente se reconozca en las raíces de su prematuro empobrecimiento. Con un panorama claramente divorciado de presentar una movilidad social ascendente, lo maravilloso consiste en que, opinan como ricos aquellos que, en lo concreto, se van empobreciendo cada día un poco más. Está en las bases ideológicas el verdadero sustento de la dominación. Por Federico Firpo
“Esto tiene que parar…” frase por excelencia reiterada y bien conocida por muchos. Para otros, en tal caso, será preguntarnos: ¿qué es lo qué tiene que terminar?, ¿Cómo hemos llegado a eso que al momento queremos finalice?, ¿Cuáles son las causas que generan lo que ya no queremos suceda? Y, sin embargo, a pesar de repetirnos y repetirnos en el trauma que nos aqueja, nos vemos superados incansablemente por la exposición, incluso antes de poder interpretar qué es lo que está pasando. Es decir que, terminamos muchas veces por convencernos ante una explicación tan burda y tan sencilla a la vez, que no tendría sentido alguno, lo concreto de la problemática, si la solución fuera tan clara. Pero, qué pasa si llegáramos a la conclusión que quienes pretenden demostrarnos de donde sale el problema, como para poder subsanarlo, son en realidad los creadores de esa conflictividad social.
Es así que, al percibir la existencia de un “relato oficial”, legitimado, justificado por vías varias, encontramos a la par de la clase política, un enfoque mediático que acompaña y relativiza. Obteniendo como mayor ganancia el tesoro que significa a los fines partidarios la clase media, o podemos decir para el caso la clase medio ciega, medio ambigua. Cuando uno ve que las cárceles están llenas de pobres, mientras que al millonario le corresponde la figura “enriquecimiento ilícito”, de la cual solamente habrá de apresarse los que en la jerga son llamados perejiles, podremos entonces dar cuenta de a quienes conviene la continuidad, en el tiempo, de esta idea que pone en el atropello a los más pobres la cura de todos los males. Algo extraño, confuso un tanto si se quiere, teniendo en cuenta que el poder de decisión a los ojos de una sociedad, cada vez más fragmentada, no carga justamente sobre los hombros de aquellos que menos tienen. Y, que a pesar de todo el dibujo represivamente estigmatizante, son estás poblaciones, Karma de toda impureza, las primeras en ser simpáticamente visitadas en la campaña política.
Pobreza y desigualdad, bien sabemos (históricamente), pueden ser traducidas en violencia o estallido social, a la larga. Y según lo profundo de esa brecha, más temprano o más tarde lo inminente del caos se materializa, con la gente en las calles. Es en ese instante que, el punto de quiebra lleva, a los de la clase del medio, siempre tan dubitativos, a reconocerse no tan lejanos ante a quienes en principio no dudaban en mandar a la hoguera. A partir de ese momento, la mentira se hace insostenible, ya que, empiezan a ser comprendidos como culpables los que inicialmente se beneficiaban del perverso parafraseo que supone que a los chorros hay que matarlos… Planteo que termina por ser incluso puesto en dudas, ante la pregunta: ¿quiénes son realmente los chorros?…Lejos está el más pobre de ser el verdadero enemigo.
El honor, la gloria y la moral se debaten entre lo personal y lo global, entre lo individual y lo social. Que no pensemos todo el tiempo lo mismo no es producto de ser hipócritas, tampoco inocentes, mucho menos tontos. Pero, a veces el orgullo es más fuerte y es por esta misma razón que, terminamos perdiéndonos firmes ante una idea que, suponemos nuestra y difícilmente entendamos, nos ha sido impuesta desde otros medios, lejanos a nuestros propios intereses.
El resentimiento puede naturalmente aparecer y de hecho existe entre las personas, otra cosa es cuando la inyección negativa es sistemáticamente proporcionada a nosotros, hasta la incorporación definitiva. Y si hablamos de resentimiento y de envidia, probablemente lo más normal sea querer tener aquello con lo que no contamos pero que otros sí tienen. Podemos hablar así, de una especie de resentimiento hacia arriba. En un mundo en el que a algunos les sobra, por mucho, lo que otros quizás nunca en sus vidas puedan ver, las broncas entre unos y otros estarán siempre a la orden del día. No así, el resentimiento hacia abajo, cuya lógica solo consiste en creer que nada le corresponde a quienes hayan conquistado derechos, no privilegios, sino derechos, los mismos que injustamente les fueran arrebatados, a los ojos de la historia.
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