Bernardo Penoucos* para ANCAP
El ardor lo sienten ellas.
El pinchazo infecto en el cuerpo dolido.
El aliento putrefacto de la muerte apurada.
Ellas son las que se vacían casi en un gesto último.
Muchas en su último gesto.
Las pobres de la patria yéndose en la última bocanada de aire.
En el pasillo del fondo, entre tarros oxidados y perros raquíticos insalubres.
Ellas son las que terminan yéndose, empapadas ante un sudor tan injustamente repartido.
Llenando baldes y baldes y mundos y mundos de sangre y terror.
Ellas son las que se van producto del espanto y del olvido.
De la hipocresía y el abuso.
Del silencio obligatorio.
No habrá música funcional, ni equipo psicológico que acompañe el proceso tortuoso.
Solo habrá un tugurio, el favor de una vecina.
El fierro oxidado comiéndolo todo,
El gemido bravo del cuerpo que se arquea agarrando la tierra y flotando en el viento.
El gemido ancestral del cuerpo que lucha, pechea, empapa la frazada de ira y temor.
Ellas son las que se mueren.
Muchas. Miles. Tantas. Todos los días. Ahora. Ya.
Ellas son las que regresan arrastrando los pies, temblando, juntando náuseas, escupiendo la sangre y masticando la pena.
Montoncito de soledades, destratos irreversibles.
Cuerpo de mujer como territorio de resistencias y de maltrato institucionalizado.
Quien quiera que esta vez,
que el dolor se convierta en abrazo
y la lucha colectiva en Ley.
* Periodista de agencia Pelota de Trapo (Ape)