Por Federico Firpo
Post modernismo, pos verdad, neurociencia, en fin, parecieran a esta altura los epítetos calificadores de la justificación contextual para los abusos hechos a la medida de cada época.
En un año tan extraño como este de la pandemia mundial, pudimos ser testigos de una serie de conductas extraordinarias, por no decir exageradas al extremo, en la búsqueda generacional del trauma, el miedo y el caos. Y en este sentido, los políticos, lejos de ser la excepción, representan la parte más interesada. En particular, los sectores mayoritariamente conservadores, aggiornados para el caso a la parafernalia digital de turno que más disimuladamente promueva sus deseos ocultos de conquista total.
Todo aquello que sea distinto a lo que los viejos defensores de la dictadura quieran hoy, será tomado por sus propios medios, paradójicamente, como inconstitucional. Hasta incluso, se los podrá escuchar como defensores de “minorías” a los mismos que bien supieron odiar a comunistas, piqueteros y no-heterosexuales, o sea…
Entiéndase, según sus propios criterios, como minorías, por ejemplo, a los dueños de empresas de la magnitud de Vicentin, con todo lo que ello implica, o bien, al grupo selecto de los mega-millonarios de este país. Si bien es cierto que representan una minoría, podemos decir la más distinguida, sería inocente interpretar la palabra con el uso que se le quiere dar. Sabemos bien de qué hablamos cuando ponemos el enfoque en la defensa de los derechos de las minorías y de ahí, que la mínima intención de tocar los intereses de estas “exclusivas minorías” termine por convertirse en el acto de un “enfoque dictatorial”. Más aún, con la notificación a través de sus medios de 24 horas los siete días.
Cualquier excusa será buena para invertir los mensajes y convencer a las mayorías del deber de acercarse a esas “pobres” dueñas minorías. Por caso, esta misma semana, nos hemos encontrado con dos situaciones que bien pudieron haber prendido las alarmas de la democracia. Sin embargo, sólo una de ellas llamó la atención de la media corporativa. Obviamente y en coherencia con el mundo contradictorio y contraproducente en el que vivimos, la menos dolosa de ambas resultó ser la más “peligrosa”. Por las dudas advertimos que, si bien nada está bien (valga la redundancia) en este universo de los impactos, no es lo mismo la torpeza cuando el principal dañado termina siendo justamente el que cometió el error, que el atropello cuando el accionar implica un daño permanente a otros.
Lo que nos lleva a las coberturas de, por un lado, el beneficio del arresto domiciliario al genocida Etchecolatz y, por el otro, el Diputado Ameri “pillado” besándole un pecho a su novia, en una escena lejana a lo propio de una situación laboral y que por ende costó, a priori, la pérdida del cargo para este político. La primera de estas dos noticias, que incluye crímenes de lesa humanidad, pasó casi desapercibida, pero la otra, denominada como “pornozoom” por las mayorías mediáticas defensoras de aquellas minorías recientemente nombradas, estuvo durante horas en todas las portadas. Al punto de incriminar vía telefónica a quien ya bastante avergonzado había quedado. Aclarado que había sido un error gravísimo y con su mujer llorando a su lado por la exposición sufrida, seguía siendo el zócalo televisivo: “diputado kirchnerista manoseó a una mujer en plena sesión”, repetido como a coro en los diversos multimedios referenciales de la oferta concentradora de hábitos.
Y como si esto fuera poco, quienes se supone compiten por el rating al coincidir en el horario, repetían esta vez su indignación vociferando que “este bochorno ya está recorriendo el mundo”, como si fuera lo único importante en estos tiempos de planeta extensivamente embichado.
Sarazeada la verdad ha perdido su completo valor y el escenario de la sanción pasa a ser el mejor ejemplo de las mentiras que rodean a un supuesto dolor. La visibilización esconde, la tecnología nos nubla y la montonera cae en su propio error.