Por Federico Firpo
Cuando uno piensa en el formato y el deber ser policial, lo primero que podría venirse a la cabeza ha de circunscribirse en la idea de una especie de policía social. Y a la hora de profundizar un poco la cuestión, e internarnos en la pugna de un debate, nos encontramos con que la lógica policial, excede per se a la policía propiamente dicha.
Quizás, de este marco referencial se desprenda el hecho que muchas veces seamos testigos de una marcada justificación en torno a abusos cometidos en el nombre de la “fuerza de la Ley”. Habrá que preguntarse ahora: de dónde vienen, de quiénes vienen, cómo y en qué contexto surgen dichas opiniones defensoras del, muchísimas veces, irregular accionar legalmente armado. El policía amigo, el oficial vecinal, aquel conocido y querido por todo el barrio, muy lejos ha quedado en este universo de ciudades ediliciamente concurridas. Dejamos de saber cómo se llama el comisario.
Y como siempre, las comunicaciones, lejos de quedar al margen del tipo de noticia que se necesite vender, rápidamente no dudan en instalar el delirio del horror. En estos días nos hemos sorprendido con algunas situaciones de excepción qué, como es costumbre, fueron aprovechadas por los mandamases de la propiedad privada de los medios de comunicación (entendiendo a esta altura que la propiedad privada y los medios comunicación están parcialmente concentrados en las mismas manos, por no decir los mismos intereses), tratando de enceguecernos con el argumento ya conocido de que: “no podemos permitir que estas cosas sigan pasando”.
No es lo más común ver a un Diputado besándole los senos a su novia en plena sesión, así como tampoco es de lo mas normal ver a un policía batiéndose a duelo con un paciente psiquiátrico, en plena calle y a la luz del día. Y en cuanto a esto último, muchas cosas podríamos decir, sin embargo, lo poco que se repitió luego de varios días de rodear las capacidades informativas, desmenuzando en esta la (otrora) única noticia, la conclusión que se buscó arrojar es qué: “los policías son pobres personas indefensas, permanentemente expuestas a la posibilidad de perder la vida”. Podríamos cuestionar al respecto de semejante afirmación, poniendola sobre la mesa chica de la duda, el cómo se explica qué los abusos policiales tan recurrentemente vividos, no arbitren un valor agregado semejante al que a este suceso (tan trascendentalmente) se le ha dado. Tal vez, nos hemos acostumbrado a que ciertos abusos se vivan en el marco de una “vieja normalidad”.
Asimismo, podríamos alertar qué si bien el accionar de este policía (trágicamente abatido) ciertamente heroico fue, es decir, no solo que no disparó hasta que la situación así lo ameritara, sino qué al hacerlo en dicho, sentido neutralizó la posibilidad de que otras personas salieran heridas, difícilmente asimilable sería fundirnos en la creencia que de esta forma suelan manejarse los oficiales de la ley. Basta con caminar algunos kilómetros en la misma ciudad, pasar del norte al sur porteño y encontrarnos, por ejemplo, con jóvenes baleados por efectivos policiales sin siquiera mediar palabra, ni hablar de las torturas tan poco difundidas por tv y sin embargo, tan reiteradamente relatadas por los pibes de los barrios bajos, incluyendo, por ejemplo: “milicos” apagándoles sus cigarrillos en la cara. No imagino torturas tales, ni asesinatos por el estilo, a metros de Barrio Parque. No recuerdo tampoco a los periodistas corporativos desvelándose ante esta clara diferencia de criterios, siendo que una amerita ser materializada en noticia, mientras que las otras no. Habrá que contar efectivamente cuantos individuos en los barrios de emergencia han sido víctimas de estos abusos, por cada policía al que tocó perder la vida en manos de (como ya hemos dicho) un paciente psiquiátrico de Barrio Norte.
Probablemente, a fin de cuentas, el asesinato de un policía, sobre la base del ataque de una persona familiarmente adinerada, termine por ser el principio a partir del cual sembrar la apología que permita agudizar los excesos del uso legítimo de la fuerza, de cara a las poblaciones históricamente postergadas.
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