DIÁLOGOS LATINOAMERICANOS

Por Ernesto García

La obra del intelectual del peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930) abrió un profundo debate sobre la dependencia económica y las posibilidades de un marxismo latinoamericano. La actualidad de su pensamiento se evidencia en sus reflexiones sobre la identidad, la cultura y la nación en América Latina. Reflexiones que resultan de vital importancia en la era de la globalización cultural de las identidades en el capitalismo mundial. A un mundo capitalista, plutocrático, imperialista, sólo es posible oponer eficazmente una América Latina o Ibera, socialista. Y aunque el socialismo no es una doctrina indoamericana y haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es específico ni particularmente europeo. Indoamérica en este orden mundial, puede y debe tener individualidad y estilo. La independencia, la solidaridad de los pueblos y de los continentes hoy, son mayores que en el pasado.

Mariátegui inicia un proceso de análisis y reflexión de la realidad peruana bajo la óptica marxista, con enormes perspectivas teóricas para el continente. Porque la historia es duración; porque no vale el grito aislado por muy largo que sea su eco; porque tampoco vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil, creyó en la prédica constante, continua, persistente, en la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento.  En sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, propone un debate constante. Rescata la identidad indígena colocándola en el centro de su análisis, con su énfasis en lo colectivo y solidario. El socialismo está, nos dice, en la tradición americana. La más avanzada organización comunista, primitiva, que registra la historia ha sido la incaica. El imperio incaico fue una sociedad equitativa, en la que no existía hambre, ni injusticia y constituye un paradigma para el mundo actual. El socialismo en América no debe ser ni calco ni copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que darle vida a nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje. A la palabra revolución, por ejemplo, en esta América de las pequeñas revoluciones, tenemos que reivindicarla o tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. Creo que la revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución socialista.

Para no ser ni calco ni copia Hugo Zemelman, en El ángel de la historia: determinación y autonomía de la condición humana, propone construir “nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje”. El uso creativo del lenguaje es parte de la construcción de sí mismo, y es necesario redefinir el pensar como acto de libertad. La construcción de la autonomía supone pensar desde la capacidad de significar; revalorizar la dimensión poética del mensaje. Tener la capacidad de reactuar ante las circunstancias. De construirla desde lo que es potenciable en el sujeto, pero sin olvidar que lo potenciador actúa sobre lo potenciable a través del uso del lenguaje. El lenguaje es parte del contexto histórico cultural. Por eso debemos evitar que la capacidad de pensar quede atrapada en los significados que modelan el conjunto de determinaciones del contexto.

Es necesario traspasar los límites del discurso. La función del lenguaje en la construcción del ser humano, por ser parte del hombre desde el momento de la conformación de un mundo simbólico, es muy importante. El hombre se construye a través del uso del lenguaje y esto lo hace posible, conformando universos que cumplen la función de condiciones de un existir como existencia proyectada en el tiempo. Tenemos que reconocer en la gestación del mundo por el lenguaje lo específicamente humano. Revivir un humanismo latinoamericano en medio de las tiranías de la Big Data. El lenguaje crea objetos rompiendo con los parámetros que lo aprisionan en lógicas establecidas, porque siempre hay algo más allá de lo definido por los límites que nos enfrenta a una doble realidad: la realidad dada y la realidad virtual y el lenguaje tiene la capacidad para dar cuenta de esta doble realidad.

Es en la intersubjetividad donde se da el rompimiento de parámetros para abrir el horizonte de lo posible. Donde la función del lenguaje, que abre el mundo como diferente a la función que resuelve problemas, evita que la riqueza originaria del lenguaje se subordine al uso del lenguaje ceñido a las prácticas rutinarias. El hombre como constructor de realidades se define en el constante rompimiento de lo que es por lo que ha llegado a ser, pero también por lo que no alcanzó a cristalizar. Es un fluir de instantes.  La condición del hombre es su capacidad para desarmar lo establecido y descubrir lo inédito, el misterio que llega como luz de amanecer. Debemos vivir el acto de conciencia como forma de rebeldía frente a lo que permanece ajeno e inerte. La conciencia es el desafío del hombre. La voluntad es el atreverse a asumir el desafío. Desde el lenguaje, lo que decimos apunta a distintos desafíos existenciales; como ser desde la conciencia, que refiere a lo que es, pero también a un más desde donde se está.

Los progresos civilizatorios han impuesto modos de ser que ocultan la riqueza humana. Pero en la medida en que el sujeto está desenvolviéndose, la historia es lo historizable en tanto ampliación de la subjetividad. Es historizable cuando está presente la necesidad de espacios para el desenvolvimiento del sujeto, ya que se traduce en el reclamo por estar con él mismo y con los otros, así como en su reconocimiento. Pero, a la vez, es una demanda de existencialidad del sujeto para estar-siendo que es lo constituyente de la realidad transformada en el mundo; por eso, lo puramente existencial se trasmuta en historia cuando existe la presencia de un mundo; mundo que se crea según cómo se articula el estado de uno con el estado compartido con otros.

La condición humana nunca es un objeto final debido a que siempre es una construcción. El hombre es su obra.  Por ello, no se trata de formar hombres-funciones sino hombres-semillas capaces de volver a nacer para estar presentes como sujetos erguidos y autónomos. El desafío consiste en recuperar el acto de pensar como expresión de la necesidad de estar siendo, lo que requiere de un lenguaje que, al no quedar prisionero de sus significados, sea capaz de desplazar significativamente la referencia de un significado determinado hacia lo incierto; pues, lo que es significativo es lo que posee un significado desconocido.  La capacidad de actuación y de re-actuación requiere de modos de pensar y de construir relaciones de conocimiento desde lo inacabado o inconcluso, desde lo informal, vago, difuso, porque de allí nacen los espacios de creación y construcción del hombre.

Para reivindicar y restituirle un sentido cabal y estricto a la palabra revolución es importante discutir también el sentido de la Modernidad. La liberación neocolonial del último y más avanzado grado del capitalismo. El imperialismo norteamericano. El imperialismo que pesa sobre parte del Asia, dice Enrique Dussel, sobre casi toda el África y América Latina. Si bien, desde la rebelión de Túpac Amaru se viene gestando en América Latina un proceso de liberación popular, de integración latinoamericana, es necesario incorporar conjuntamente a dicha rebelión el levantamiento indio-popular de los mexicanos bajo Hidalgo y Morelos que empuñaron con su fusil un estandarte de la guadalupana y la consigna de la tierra para los que la trabajan hasta la revolución mexicana de 1910 y las que suceden después.

El rostro del otro, primeramente, como pobre y oprimido, revela realmente a un pueblo antes que a una persona singular. Revela el rostro mestizo surcado por las arrugas del trabajo centenario del indio, el rostro de ébano del esclavo africano, el rostro aceitunado del hindú, el rostro amarillo del chino, la irrupción de una historia, de un pueblo, de grupos humanos antes que la biografía de Tupac Amaru, Lumumba, Nehrú y Mao Tse- Tung. La lucha de liberación de la periferia, nacional y popular, al mismo tiempo continental-cultural, es muy diversa. Cada tipo de liberación debe tener bien en cuenta la prisión de la que parte. De aquí que los modelos de liberación política ante el imperialismo norteamericano, deben ser muy distintos, teniendo en cuenta la exterioridad, originalidad o alteridad histórica concreta de cada región y país.

Es por ello que la pedagogía no solo debe ocuparse de la educación del niño, del hijo; sino igualmente de la juventud y el pueblo en las instituciones escolares, universitarias, científicas, tecnológicas, los medios de comunicación. Es una cuestión ideológica y cultural. La liberación del oprimido la debe efectuar el oprimido, pero por mediación de la conciencia crítica del maestro, del conductor: el intelectual orgánico con y en el pueblo. El proyecto de dominación pedagógica aniquila la cultura de las naciones y clases oprimidas. En cambio, el proyecto de liberación pedagógica, que se opone a la posición «bancaria» del educando, como diría Paulo Freire, debe afirmar lo que el pueblo tiene de exterioridad, de valores propios. El proyecto pedagógico de liberación no lo formulan los maestros; está ya en la conciencia del pueblo; es el a priori metafísico del proceso y al que se tiende desde una larga lucha popular; es el proyecto mismo de «la excelente cultura antigua popular» diría Mao. Por todo esto y porque no vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil, no debe confundirse tampoco la universalidad abstracta con la mundialidad concreta hegemonizada por Europa como centro. Es por eso que la filosofía latinoamericana debe estar abierta a la interpretación de la voz latinoamericana.

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