Por Federico Firpo
Una amiga millonaria me comenta que odia a los populistas, mientras se preocupa de qué menú va a cocinar este año para la navidad de los pobres que su ONG representa
Nadie discute que los gobiernos denominados “populistas” (de hecho) sean hijos del capitalismo. Son capitalistas, queda claro. En todo caso, entre poderes, órdenes fácticos y los demás (o sea, el casi todos restante, la ciudadanía en su conjunto, la sociedad en general, etc), lo que sí podríamos discutir, sería la estructura confinada de armaduras, en una democracia qué, muchas veces, resulta ser poco democrática, de cara a las grandes mayorías que por bien buscan contemplar, para sí, los fines que de esa misma democracia debieran obtener. Es decir, qué, muchas veces se vota en nombre de aquello que sentimos significa lo mejor para la mayoría de los representados y, sin embargo, a fines de cuenta, en las decisiones dirigenciales, parecieran no tomarse las demandas mayoritarias de quienes en el lugar de Poder sienten los han puesto.
Probablemente, el error primero consista en creer que nos representan como consecuencia de haberlos acompañado hacia una situación de empoderamiento en la cual, de todas maneras, ya se encontraban. No se definen para el resto sin antes replantearse que podrá entre ellos quedar. Por encima de todo, resultan muy respetuosos del sistema a partir del cual se auto avalan.
La auto prevención empieza por casa, esto explica un poco la razón del porqué de todos los grandes políticos siendo multimillonarios. De todas maneras, existen diferencias a resaltar. Por ejemplo, cuando esa amiga millonaria odia que el candidato populista cuente en sus haberes con un saldo bancario holgado, lo que debiéramos advertir es que, a ella, en realidad, lo que menos le preocupará es que existan tramas legales por detrás de la perpetuidad de un formato, a partir del cual ella y ese candidato (por ella) odiado seguirán siendo dueños de tanto, en la medida que otros dejarán para los suyos poco y nada como herencia.
Como respuesta a la mirada de representación directa, de la que nos valemos en esta actualidad política, el Congreso vota deliberando puertas adentro. Según el contexto y su respectivo estado de cosas es que la agenda se marca de una o de otra forma. La historia, más o menos se repite entre gobiernos neoliberales acelerando la positiva por el ajuste y, por el otro lado, gobiernos populares llevando a la bancada proyectos por mayor justicia social. Pero esto no es todo, a la letra chica aquí tampoco debiéramos olvidar. Más aun, a algunas cosas en este Siglo XXI ni siquiera les correspondería seguir siendo discutidas, pero bueno, peor es nada.
Es este un poco el panorama, popular-retrogrado, que al día de hoy nos trae. Discusiones qué, en adición al eterno despotrique conservador, nos interpelan en defensas religiosas que con más de 2000 años de decadencia cuentan. O bien, clases media-arrodilladas queriendo dejar de pie a gigantes que nunca han caído, jamás.
En fin… ¿Será qué hoy, las 253 personas más ricas del país decidan a través del Congreso? ¿Será similar a lo sucedido con el aborto?, cuando la negativa cerraba en dos representantes provincianos del sur y del norte argentino que cuentan en sus republicanas millonarias espaldas con personas ligadas a causas (en su contra) por trabajo esclavo y por complicidad y acompañamiento en crímenes de lesa humanidad, comprendiendo entre otras cosas, violaciones torturas y asesinatos a mujeres embarazadas, muchos de estos personajes coincidiendo, justamente, con los más poderosos y por ende, “afectados” por el Impuesto a las Grandes Riquezas. Impuesto a los Grandes Abusos debiéramos a estas alturas llamar.
Cada uno en su defensa defiende (valga la redundancia) el tipo de sociedad en la quiere para él y los suyos vivir. No queda mucho más.