Por Federico Firpo
Foto Osiris Martí
La Constitución Nacional Argentina, contempla en su Preámbulo la particularidad de explicitar positivamente la bienvenida y recepción a toda persona que se sienta en la posibilidad de pisar este suelo.
Lamentablemente, año tras año, seguimos valiéndonos de estériles debates acerca de la cuestión migratoria en nuestro país. Las sucesivas crisis de fines del Siglo XIX – principios del Siglo XX (1898-1905) y las dos Grandes Guerras (1914-1918 y 1939-1945, respectivamente), permitieron a nuestros compatriotas de aquel entonces recibir con los brazos abiertos a quienes venían escapando de cóleras, hambrunas y avanzadas misilísticas, protagonistas de las ruinas del viejo continente. Rusos, polacos, italianos, entre tantos otros, desembarcaban para imponer sus improntas aquí.
A no olvidar, por otro lado, el masacramiento originario, desde finales del Siglo XV y hasta incluso (ya en la Argentina) las devastadoras consecuencias de lo que la tristemente célebre Campaña del Desierto dejara allá por los mil ochocientos, implantando así la semilla dicotómica de la plataforma “civilización o barbarie”. De los criollos hacendados “doble Comarca española” a la recepción del escapismo a la fecha, podemos derivar este doble fenómeno: el de dignar de ser dueños a los primeros apropiadores y, en segundo lugar, el hecho de que sean esos mismos los que decidan quienes son de la decencia de ser bienvenidos en estos suelos.
Los mismos qué, a través de sus herederos, se jactan hoy de pretender una Argentina más europea que americana, vuelven con el relato del freno al avance de la actividad migratoria en Argentina. Todos de apellido Guaraní, Wichi, Charrua, lógicamente. Mentira y más allá de la ironía, aquellos que recibieron sin dudar a los de la Europa de entre guerra, son quienes a través de los años (continuidad genealógica mediante) se encargaron de masacrar a nativos ancestrales de estas tierras. Y como quien quiere la cosa, vuelven ahora en versión de referentes contra lo que ellos mismos llaman “la cultura del pobrismo e indigenismo”, obviamente en términos peyorativos respecto de otro con el que jamás han querido aparentar.
Eso sí, ni titubean a la hora de comprender, sin previo análisis, que la culpa de todos los males en nuestro país es de: los pobres, los pueblos originarios y con la autoridad de servir al cuento, la idea de que todo acto de delincuencia ha de atribuirse a los bolivianos, paraguayos y peruanos (?). La culpa es del latino, dirá sin culpa alguna el de Argentina confundido con sus orígenes.
No hay un solo estudio, ningún dato concreto en lo porcentual, que diga en los hechos que la adecuación de los pequeños números sea lo que termine por hacer de una excepción la regla. Estamos entonces ante una excusa, pero evidentemente con casa matriz de Poder.