Por Federico Firpo
“No dejen que la Argentina se convierta en potencia. Arrastrará tras ella a toda América Latina”. Frases suspiradas desde el norte de un continente que, con el paso de los años, bien ha sabido dejar su impronta en la nefasta parte criolla pro-colonialismo.
Desde “la angustia que habrá sentido San Martin y los argentinos que “descendemos del barco”, pasando por tantas cipayeadas, desde adentro hemos podido tristemente incorporar que las culpas nuestras solo han llegado desde nuestros adentros, incluso cuando ni siquiera quisiéramos reconocoer nuestras propias historias ancestrales.
El relato de que “los argentinos somos todos corruptos” no queda aquí exento, casi como una forma autoflagelacional de presentarnos ante el mundo, luego de habernos destruido nosotros mismos, por nuestros propios medios. Desde las sillas que teníamos que comprar a otros países, para que no se rompan las nuestras, por ser la más mala calidad la producida por los nuestros, hasta los países que se toman mediáticamente, sin excepción, como ejemplos a seguir, siempre que sean parecidos a los que distribuyen a través de las prioridades empresariales, no dejamos atrás el trabajos de los excelentísimos periodistas, abogados de la información, de un universo de ideas en el que la Justicia ha quedado abandonada para su propia suerte.
Pronto hasta de las vacas se dirá que las peores son las nuestras por el solo hecho de haber nacido argentinas. Qué dirán entonces de la leche y el queso. Sabiendo afortunadamente que por cada uno de esos vendepatrias saldrá uno de los nuestros, levantando la voz de la apuesta que nos pueda definir a través de nuestros propios actos y no de la supuesta necesidad de seguir siendo eternamente alcahuetes de los otros que desde la conquista han sabido empobrecer nuestros corazones, nuestra esencia y nuestras almas.
Digamos que si el rallador es bueno no existirá queso duro, porque hasta el queso más duro será al fin y al cabo rayado. No se trata de ser duro o blando, se trata de ser bueno en lo que uno haga y ser bueno, en tal caso, lejos de implicar ser duro, requiere de ser completo. Y ser completo no es solo lo que uno únicamente quiera, sino también saber comprender que no somos solo nosotros mismos. Sobre todo, cada vez que desde afuera nos quieran imponer nuestros modos de vida.
No dejaremos que se lleven puestos a los nuestros, pero sabemos que el camino a recorrer estará siempre lleno de baches diseñados por nuestros propios malos vendedores, que no son otra cosa que los que nada quieren para los muchos a los que permanentemente niegan.
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