MADRE FRANCISCA: 34 AÑOS DE LUCHA POR LA MEMORIA DE AGUSTÍN RAMÍREZ

Mañana neblinosa en el conurbano bonaerense. Pugna el sol entre las nubes que extienden su  manto sobre barrios de casas que originalmente fueron de una sola planta, esas mismas que hoy crecen discontinuas hacia arriba a medida que se agrandan las familias. A sus 84 primaveras, Francisca Trajina desde muy temprano. Mientras acaricia en su mente el recuerdo de su hijo asesinado hace 34 años, prepara con Javier, otro de sus 10 vástagos, las tortafritas que a nuestra llegada nos ofrecerá con ese gesto tan corriente entre las mujeres de la clase trabajadora, mezcla de maternal cariño y compañerismo sin dobleces. Llegamos hasta su modesta vivienda de San Francisco Solano para charlar con ella y que nos cuente (a Lety; a Fede; a Germán y a mí), un poco más sobre la vida y la obra de Agustín, a quien esbirros de “la Bonaerense” al servicio del fraude inmobiliario, le arrebatarán la vida aquel 5 de junio de 1988.

Por Aldonza Lorenzo

*Fotos Germán Romeo Pena 

 

Casi al final de la cortada de tierra, flanqueada ésta de zanjas que se salvan por medio de caños que hacen las veces de puentes, la morada se erige humildemente estoica y en sus pisos superiores deja ver el obligado ensamble de columnas y paredes sin revoque que dan albergue a una numerosa prole. Casa de por medio, la calle hace ángulo recto con el paredón donde finaliza, el cual sirve de soporte a un significativo mural cuyo centro ocupa la emblemática imagen del “Mártir de los asentamientos”, mientras que a su izquierda se representan las figuras de personas alrededor de un  fogón y, a la derecha, una guitarra vista de frente y recostada cuyo clavijero se oculta tras un girasol en flor en tanto que, sobre el costado del instrumento sonoro, se asienta un abigarrado caserío con el tendido eléctrico casi rozando el chaperío de los techos.

El pequeño jardín que adorna el frente del hogar de Francisca, cuenta con un joven limonero que oficia de ujier para les visitantes, secundado éste por “espadas de San Jorge”; “monedas”; “rayitos de sol”; “flores de azúcar”; begonias y malvones, entremezclados con apios de exuberante y saludable verde. La discreta belleza de esas plantas mitigan en parte el dolor de esta noble mujer, ocasionado por la más terrible tragedia que puede sobrevenirle una persona. Con todo, “Francis” destila voluntad y coraje.

El objetivo de nuestro arribo es participar de la jornada de conmemoración del 34° aniversario del asesinato de Agustín Ramírez, ese joven nacido en Corrientes, que desde muy niño fue desarraigado junto a su familia y obligado a migrar al arrabal de la gran ciudad por la codicia de los acaparadores de tierra, a los que en su juventud enfrentó mediante la organización de sus hermanos y hermanas de infortunio. Para no perdernos detalle del evento y para documentarlo desde el comienzo fue que pedimos ser recibidos por Francisca, quien accedió sin remilgos a que la visitáramos esta fresca mañana.

De pie, apoyada en su bastón, nos recibe en el austero comedor que albergó y alberga a infinidad de seres, quienes en busca de contención, se llegan a la casa acuciados por las urgencias que provoca la pobreza. Luego del cordial saludo nos ofrece asiento y mate. Accedemos a lo primero y declinamos lo segundo, pues venimos verdes de tanto tomar durante el viaje. Mientras se ubica frente a la cámara manejada por Germán, vuelve Javier de uno de sus viajes hasta la Parroquia Nuestra Señora de Las Lágrimas, donde se prepara la jornada, y accede a formar parte de la entrevista sentándose junto a su madre. Apelando a la memoria de su hijo para recordar con precisión algunos datos y fechas, Francisca se remonta a su infancia, cuando en la provincia del Chaco quedó huérfana, haciéndose cargo de sus hermanos menores, enfrentando hambre y privaciones. Nos relata su traslado a Corrientes, ya casada y buscando mejores horizontes adonde trabajando para aquella trituradora de quebrachos y personas que dio en llamarse “La Forestal” nacerán sus primeros dos hijos, muertos a cortísima edad a causa de los males endémicos que acarrea la superexplotación. Narra la llegada al mundo de Agustín y María, su única hija (fallecida hace unos años), en esas tierras correntinas en las que sobrevivían pese a la escasez; el desalojo que sufrieron luego de que “La Forestal”, tras haber arrasado miles de hectáreas de bosques naturales, evacuara el territorio que tantas ganancias le proveyera, dejando a merced de la codicia inmobiliaria local a las familias que habitaban sus dominios. Recuerda su llegada a Lanús, con dos hijes a cuesta y un marido bueno y trabajador que colaboraba en la casa; el traslado a Solano, donde “era todo campo” y nacieron los otros hijos; la chorrera de parientes que “de pasada” se quedaron varios años a vivir en el mismo terreno, hasta que consiguieron el propio, mientras en ese ambiente crecían criaturas propias y ajenas, tuteladas por María, ya que Francisca también trabajaba fuera de la casa.

Hilvanando recuerdos nos acerca unas anécdotas de Agustín. Lo rememora de pequeño, en el barrio, evitando ocasionales peleas (esas que entre chiquilines que no tienen más entretenimientos que una pelota o una gomera son tan frecuentes); ya mas crecido, cuidando de que la gurisada no falte a la escuela o entablando relación con la gente del barrio, para conocerse… para organizarse. Nos lo trae ya muchacho, en las Comunidades Eclesiales de Base, cuando un “vaguito del barrio” muy problemático y violento le dio a Agustín una cachetada y él no devolvió la ofensa argumentando que eso era lo que quería el sistema, “que los pobres se peleen entre sí”; “pegando el faltazo al laburo”, porque las inundaciones hacían estragos y la gente de Solano necesitaba ayuda, fue entonces cuando calzándose las botas de goma, ante las reconvenciones de ella para que no falte al trabajo, le lanzó esa frase que repetiría en tantas ocasiones: “¿a qué le llamamos vida, si no hacemos algo por los demás?”. Al llegar a esta parte del relato deja ver por un instante la procesión que lleva adentro, cuando un celaje de tristeza enturbia momentáneamente sus ojos. Javier interviene para que la congoja no nos invada y nos cuenta de esa vez que, volviendo del cine junto a su amigo “el Cabezón”, Agustín encontró durmiendo en la calle a un grupo de purretes y se los trajo a la casa, sorprendiendo a Francisca, quien no acababa de creer lo su vista le mostraba, al ver el comedor lleno de gurrumines meta mate cocido y torta frita.

Ahondando un poco más en la militancia orgánica de Agustín, madre e hijo reconstruyen la etapa del F.O.S.M.O (Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio), organización en la cual Agustín, junto a Pablo Pimentel, fueron los primeros objetores de conciencia y emprendieron una ardua lucha para acabar con tan funesta institución, objetivo que se alcanzó en el año 1994. También lo recuerdan formándose a través de la lectura y participando denodadamente en el E.S.L.A.Ga. (Equipo Social Latino América Gaucha), grupo con el cual editaba un  periódico del mismo nombre y que profundizaba en las problemáticas barriales a la par que se abocaba a la tarea de denunciar los atropellos policiales y recopilar los nombres de las personas de Solano desaparecidas por la reciente dictadura.

Para no reabrir viejas heridas preguntando nuevamente por las circunstancias del asesinato de Agustín, obviamos entrar en el tema ya que tenemos bien claro que ese 5 de junio de 1988, “el Capi” salió de la casa de su Cumpa “Botita” rumbo al asentamiento para colaborar en el proceso de “toma de tierra” organizado con el fin de recuperar el predio donde se iniciaba la construcción del barrio “San Martín“ y no pudo cumplir su misión, una patota de “la Bonaerense”(resabio de los grupos de tareas), tras ejecutar al vecino Sotelo, lo secuestró, lo torturó, lo mató a quemarropa y lo dejó tirado en una esquina.

Por lo que sí preguntamos es por los días posteriores a la masacre. Nos hablan de los pedidos de justicia nunca escuchados por el Estado; del peregrinar de una institución a otra sin encontrar respuesta; de las amenazas e intimidaciones a testigos, familiares y amigos; de la golpiza que los mercenarios le propinaron a Juan Ramírez, padre de Agustín, cuando la patota lo levantó camino de su trabajo en la “VASA” de Llavallol y lo largó en calzoncillos sobre la avenida San Martín, debiendo el hombre recorrer semidesnudo y muerto de frío el trayecto de regreso a su casa, hecho desencadenante de la enfermedad que acabó con su vida; de la miserable actitud de los efectivos que vinieron a pedirle dinero a Francisca, cuando la familia transitaba un verdadero Vía Crucis.

Javier nos saca de la indignación que nos provoca el relato.  Se levanta y comienza a cargar en el auto las cajas con torta fritas. Ya es hora de ir a la Parroquia en la que se prepara la misa por la Memoria de Agustín. En tanto, Francisca reflexiona en voz alta sobre el origen de su fortaleza y atribuye a Dios esta característica de su personalidad, forjada en la lucha contra las adversidades.

Salimos a la calle y Germán aprovecha para hacer unas fotos de Francisca junto al mural. Ella se yergue en un gesto de dignidad junto a la imponente imagen del Hijo Mártir. Entre tanto, Javier toma la delantera en su auto ya que estamos con algún retraso y luego de unos minutos partimos con nuestra anfitriona en el asiento del acompañante.

La Parroquia “Las Lágrimas” de San Francisco Solano, con su arquitectura de estilo gótico criollo, está ubicada al 1800 de la calle 829; frente a ella, la Plaza en la que ya están dispuestos el escenario, los equipos de sonido y lo mas aglutinante: el fogón sobre el cual se posan tres humeantes ollazas en las que se doran los ingredientes del guiso y se calienta el agua para el mate cocido. Acompañamos a Francisca hacia el interior del templo y nos cruzamos a la plaza para saludar a les compañeres que están cocinando, quienes con alegría hacen mención de la buena ración de carne que comeremos hoy y  nos invitan a chusmear el interior de las ollas que despiden apetitosos vapores. En simultáneo, la gente hormiguea y ocupa el espacio en un clima de reflexivo compañerismo compartiendo mates y charlas, mientras dentro de la parroquia comienza la ceremonia.

En la ojival construcción, discretamente ornamentada con mobiliario de rústica madera y  retratos de sacerdotes populares, tiene lugar esta llamativa misa (oficiada por el cura, flanqueado de Francisca y demás compañeres), en la que la feligresía pone en palabras los crímenes del Poder y pide a Dios reparación a tantos males. Terminada la litúrgica conmemoración volvemos a la plaza para intercambiar pareceres con les asistentes y recoger algunos testimonios. Allí tenemos oportunidad de conversar con “el Cabezón”, a quien en varias oportunidades se le quiebra de emoción la voz al recordar al amigo asesinado hace tanto tiempo. Nos relata su relación con Agustín, apunta los personeros del Poder que se confabularon para asesinarlo, con asco pronuncia los nombres de Martino, Duhalde, Aníbal Fernández… También recuerda al Cura Berardo y su incentivo para que construyeran una organización que les permitiera crecer políticamente ya que la Iglesia les iba quedando chica; los contactos de algunos compañeros con Antonio Puigjané y Gorriarán Merlo, legendarios referentes que confluyeron en el Movimiento Todos por la Patria cuando en los papeles se recuperaba la democracia pero al interior de las instituciones sobrevivía el aparato represivo. Visiblemente acongojado nos manifiesta una anécdota del “Capi”, cuando en una conversación del grupo sobre los aprietes que de parte de la policía venían recibiendo los compañeros, éste exclamó sonriente a modo de burlón conjuro “¡mirá Cabezón cuando te maten a vos y nosotros salgamos con una bandera con tu nombre!”. Ironía del destino, es el de Agustín Ramírez el nombre que figura en las banderas de quienes que luchan por la tierra. Casi al final de la charla nos recuerda la frase de Agustín que ya escuchamos de labios de Francisca y luego vemos escrita en una de las banderas colgadas en la plaza: “¿A qué le llamás Vida, si no hacés algo por los demás?”.  Como epílogo a su alocución “el Cabezón” resalta la importancia de la fusión, operada  décadas atrás, entre jóvenes estudiantes con inquietudes intelectuales y  sus pares de los barrios marginados, enfatizando en “qué diferente sería la realidad si los pibes que hoy arriesgan la vida por una moto, una bici o un celular, canalizaran esa energía en pos del proyecto del Hombre Nuevo y de Un Mundo Mejor”, como lo hizo Agustín. Antes de la comida, que ya está casi a punto, pulsando una guitarra nos regala un puñado de canciones de su propia autoría en las que homenajea, entre otras y otros, al “Capi” y al “Pocho” Lepratti dándole armónica continuidad a las luchas.

Ahora sí, nos acercamos  al fogón donde un grupo de compañeros y compañeras sirven el fragante guiso y nos damos una panzada, acompañándolo con tierno pan casero amasado por honestas manos. Tras el opíparo almuerzo dialogamos con Ana González, socióloga militante del Peronismo de Base, también compañera y amiga de Agustín que conserva vivas impresiones de los momentos compartidos. Hace mención de que aún atesora con nostalgia una lista donde anotara los libros que le iba prestando, los cuales eran leídos ávidamente por el “Capi” y luego discutidos entre ambos. Destaca la participación de éste en las tareas de coordinación entre los asentamientos, para fortalecer la organización de la gente que resistía los embates de las inmobiliarias, aliadas a la política corrupta del gobierno de turno y sus fuerzas represivas. Pone de relieve la popularidad de este infatigable militante a quien “la vagancia” de los barrios donde transitaba, respetaba y quería por su ejemplo de entrega a una causa justa. Evoca los meses posteriores al asesinato del compañero, signados por la rabia y la impotencia, y realza la labor de las compañeras que con inmenso sacrificio costearon el viaje al 4° Encuentro Nacional de Mujeres, realizado en Mendoza, en el que contaron con la asistencia de la madre del “Mártir de los Asentamientos” para hacer visible el pedido de justicia y poner en discusión la necesidad de que el incipiente Movimiento Feminista adquiriera un carácter popular.

Ya con el solcito entibiándonos la tarde vemos a Francisca, conversando siempre con alguien, acomodarse cerquita del escenario para no perder detalle del cierre de la jornada, que incluye la presentación del libro “Asentamientos. Su historia y sus luchas”, de Sebastián Rivero y Myriam Graciela Brítez; el anuncio de la inminente publicación del trabajo de Federico Paterno “Agustín Ramírez: un militante que desafió al poder”; la actuación del dúo folclórico de los hermanos Ojeda, quienes reviviendo las épocas en que, a instancias de Agustín, la música nucleaba a cientos de jóvenes en torno de los fogones organizados en los barrios, nos deleitan con huainos, chacareras  y zambas, interpretadas por sus voces acompañadas alternativamente de guitarra, charango y violín; la brillante función circense bridada por el payaso “Viruta Mata” y la payasa “Lupita”, plena de hilarante humor barrial y mensajes a la juventud; la colorida y bullanguera presentación del “Centro Murga Alegría de Itatí”, con su purretada danzarina transpirando al compás de los tambores; el cierre, cuando ya la concurrencia empieza ralearse a causa de la caída del sol, a cargo  del “Cabezón”, quien tras interpretar sus emotivas canciones toma la palabra para manifestar al público aún presente aquella reflexión que nos hiciera en la entrevista: “¡Qué diferente sería la realidad si los pibes que hoy arriesgan la vida por una moto, una bici o un celular, canalizaran esa energía en pos del proyecto del Hombre Nuevo y de Un Mundo Mejor!”.

Pensando en ello y en la carencia de referencias positivas concretas que padece nuestra juventud, nos despedimos de Francisca, Javier y demás cumpas que se encargan de reunir el mobiliario restante, para emprender el regreso con las emociones y la conciencia interpelada. Ella, pese al frío que nuevamente se hace sentir, no piensa irse hasta terminar la tarea.

*Compañero y amigo de la Agencia ANRed

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