Por Eduarda Záitsev
Arte de tapa Martin Vera
La máquina, en su avance inexorable, arrasa con todo a su paso. Cosechadoras, camiones, topadoras, maquinaria forestal, tractores, aplanadoras, buques factorías, palas mecánicas, fumigadoras, detonadores, bombas de succión, son una pequeña parte de las fuerzas mecanizadas del inmenso ejército al servicio del modelo extractivista que ha despoblado gran parte del territorio y reconcentrado a la población en la ciudades, con el fin de generar riqueza para pocos envenenando agua, cielo y tierra, succionando lo que ellos llaman recursos naturales pero que son bienes comunes que envían al extranjero.
La minería a cielo abierto, el monocultivo de transgénicos, la extracción de petróleo a través del “fraquin”, el turismo de “elit”, los complejos habitacionales exclusivos, la pesca depredatoria, entre otros “megaemprendimientos”, han acaparado el 93% de la superficie del país y se han adueñado de los ríos, los lagos, las montañas y el mar argentinos, dinamitando, desforestando, envenenando, contaminando, en fin… depredando y mercantilizando elementos esenciales para la vida de 45 millones de personas a las que en su gran mayoría les está negado el acceso a los bienes mas elementales y los derechos mas básicos.
El neoliberalismo, en su etapa avanzada, hace estragos en el plano ambiental y reconcentra la riqueza por medio de una “neoacumulación originaria” instrumentada a través de las nuevas tecnologías y de un desarrollo científico sin precedentes en la historia, al servicio de un puñado de capitales transnacionales que orquestan el vaciamiento y la destrucción en su inconmesurable afán de lucro.
Impotentes frente a la embestida extractivista, los Estados nacionales de la región se postran con mayor o menor resistencia ante los llamados “inversores” y adecuan sus políticas en función de intereses supra y para estatales a los que poco les interesa el deterioro del planeta y mucho menos un mejor aprovechamiento y reparto de los bienes comunes.
Mientras, los gobiernos de cualquier pelaje y marca gestionan el mismo modelo de producción insustentable, impuesto por los monopolios y contrario a toda lógica que no sea la de obtener divisas por medio de exportaciones; mientras, gran parte de la sociedad, aturdida en la vorágine publicitaria y propagandística, marcha hipnotizada por la senda del consumo sin sentido; mientras, se acentúan la apatía, el menefreguismo, el desasosiego y la desesperanza en un caldo de cultivo que genera reacciones personales antisociales y antinaturales y pretende arrastrarnos a una guerra de todos contra todos con la que, verdaderamente, se benefician unos pocos.
Sin embargo y pese a tan dramático panorama, grupos de personas en todo el territorio vienen organizando desde el llano la verdadera resistencia a las prácticas de depredación del capitalismo extractivista, dichos grupos conforman las llamadas Asambleas Socioambientales y proliferan allí donde el deterioro ambiental comienza a hacerse evidente. En un brillante artículo aparecido en el portal revistasacademicas.unsam.edu.ar, titulado “Asamblas socoambientales en la Argentina. Activismo como agenciamiento.”, elaborado por Karin Skill y Susann B. Ullberg, puede leerse: En la Argentina del siglo XXI, la asamblea ha surgido como una forma de, y para, la movilización política popular. Ha sido asociada en gran medida con el extendido descontento social con la democracia representativa durante la crisis del 2001-2002, pero también ha surgido en relación con diferentes controversias socioambientales. Entre estos últimos se encuentran por ejemplo los conflictos en torno a la minería a cielo abierto en gran escala y las fumigaciones con pesticidas (cf. Weinstock, 2007; Skill y Grinberg, 2014) en los cuales se reclama por la salud y el bienestar de las poblaciones locales. Asambleas populares de este tipo se han formado también tras diferentes desastres en el país para exigir responsabilidades políticas y resarcimiento económico (Salmenkari, 2009; Ullberg, 2013; Josin, 2015). Los desastres y los riesgos ambientales transforman a la gente en activistas/asambleístas que demandan justicia y que abordan problemas técnica y científicamente complejos, como por ejemplo la construcción de terraplenes, la minería a cielo abierto, las sustancias tóxicas y el cambio climático. Estos son problemas que conectan las escalas locales y mundiales de modo simultáneo (Hastrup, 2013).
Con asamblea, nos referimos tanto al grupo de gente que constituye un actor colectivo, como a las reuniones en las que la asamblea es constantemente creada. Los argentinos tienen una larga tradición de búsqueda de influencia política a través de reuniones en espacios públicos, plazas y calles (Catela da Silva, 2004; Rossi, 2005; Salmenkari, 2009). En este contexto, la alusión a la asamblea implica ideas y prácticas de democracia directa, con un modo de proceder específico (Rossi, 2005) y un patrón común de movilización de protesta (Salmenkari, 2009), influido por los discursos latinoamericanos (Vara, 2013) que entremezclan las luchas pasadas y presentes (cf. Catela da Silva, 2004). La globalización y el neoliberalismo transnacional de las últimas décadas parecen haber estimulado un interés académico renovado en cómo los ciudadanos se organizan (localmente) para combatir los efectos de dichas políticas (cf. Graeber, 2009; Razsa, 2015). Las asambleas argentinas han resultado ser atractivos objetos contemporáneos de estudio académico, tal vez debido a su meta de reinventar lo político y de contribuir a otro mundo posible (Dinerstein, 2003; Fernández et al, 2008; Svampa y Pereyra, 2003).
Las Asambleas Socioambientales son las que intentan, con éxito variable, mantener a raya el embate del “business” contra la Naturaleza. Así lo demuestran en Andalgalá, en Guaymayén, en Chubut, en toda la Costa Atlántica, en el Noroeste, en el Centro y en el Litoral Argentinos, cientos y cientos de luchas locales que se entrelazan con luchas globales para poner coto a la impúdica avaricia y promover la transición hacia otros modelos de producción y consumo; fomentando la Agroecología, la Bioconstrucción, Las Energías Limpias, la Permacultura y la Consciencia Ecológica, en un rescate de Saberes Ancestrales de los Pueblos Originarios amalgamados con adelantos científico-técnicos realmente sustentables. Todo lo cual constituye un verdadero obstáculo para los “megaemprendedores” que, frente a la resistencia de los pueblos no escatiman palos, judicialización, cárcel y bala según los grados de oposición que encuentren en su carrera. Así lo demuestran la criminalización del Pueblo Mapuche y los constantes ataques a la Asamblea del Algarrobo; los aprietes a Brigadistas cordobeses, el asesinato de Javier Chocobar y el reciente proceso armado a integrantes de “Exaltaciónsalud”, quienes al intentar desplegar, en un acto presidido por Alberto Fernández, una bandera con la leyenda “BASTA DE CÁNCER, PAREN DE FUMIGARNOS”, fueron detenidxs bajo el cargo de “resistencia a la autoridad”.
No obstante, día a día nacen nuevas Asambleas que con su trabajo intentan remendar el tejido social desgarrado por el extractivismo y procuran un bálsamo a la herida Madre tierra.
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