“…hicieron una valla, iban alternando…”
(Fernando Burlando, sobre la declaración de Máximo Thomsen en el juicio en Dolores, durante la jornada del 17 de enero de 2022.)
*Por Melina Sánchez
La frase que inicia el título de este texto pertenece a Fernando Burlando, uno de los abogados de la familia Báez Sosa. Máximo Thomsen levantó la mano y expresó su deseo de declarar, luego de que lo hicieran su madre y además otros de los familiares de los imputados, durante la jornada del pasado 17 de enero. Poniendo énfasis siempre en cómo les había cambiado la vida a ellos como “familias bien” de un al fin de cuentas pequeño lugar en el mundo, hecho a su medida, con sus propias reglas, pero que no por eso deja de ser un pequeño lugar en el mundo, y evitando mencionar el asesinato de Fernando. Máximo continuó en esa misma tesitura su declaración. Que no se habían anoticiado del asesinato al momento en que lo llevaron a cabo, que se dicen muchas cosas sobre su persona que le parecen injustas, que no se reconoce en esos dichos, que nunca fue su intención matar a alguien, y que luego de la pelea “ –su-prioridad fue comer”. El abogado de la querella también fue enfático con respecto a esto último, va a ser parte de los alegatos: “matar les dio hambre”.
En el origen siempre estuvo la violencia. Suele ser esa una frase que se enseña en las disciplinas humanísticas para referirnos a la historia nacional. Esa y aquella de que la historia se repite a veces como tragedia, a veces como parodia, pero puntualmente con respecto a la historia argentina se dice que se reescribe, fundamentalmente en su literatura, la literatura en tanto que es simplemente un reflejo o más bien una puesta en escena de aquello que sucede en la otra esfera, la de la vida, la histórica. En esas narrativas de la vida nacional tenemos por un lado, por ejemplo, a un Sarmiento, y a un Roca, más atrás quedaron un San Martín y un Belgrano, con esas historias casi míticas aceptadas a medias, todo lo que se podría aceptar por ejemplo, al hijo de una india o al sol Inca en la bandera; por otro, a Sarmiento nuevamente–en ese doble rol de estadista y escritor a la vez-, a Echeverría, a Hernández, y a todos los que pueden leerse en línea a sus planteos, por acuerdo u oposición. Estas narrativas fundacionales justifican la violencia en pos de la creación de “la patria”, la violencia de una clase por sobre la otra, la dominación de una casta sobre la otra. No a la inversa. En pos de la conformación del estado nacional se justifican e invisibilizan muertes, se descartan vidas, no se habla por años, o por décadas de esos muertos. El discurso oficial los oculta. Llegamos a “un estado de derecho”, los poderosos ya no andan cargándose vidas por las calles, sino que operan detrás de oficinas, invisibles también ellas, invisibles sus caras, son perfil bajo. Ya no hay necesidad de volver al origen.
Sin embargo, cada tanto pasa, que se reescribe la historia, hay un reordenamiento, se recuerda “la narrativa”, esa versión de la vida, y de los hechos del pasado que circula en los medios y en los manuales para dar cuenta de “quiénes somos” y “en qué lugar estamos”, “qué importancia tienen nuestras vidas”, “a quiénes van a interesar nuestras muertes”. Las violencias que se ejercen sobre nosotros, ¿alguien las denunciará?
En 1827, se funda la Ciudad de Zárate sobre las tierras que habían sido de Don Gonzalo Zárate. Un siglo y medio antes: “Entre 1689 y 1693(…) adquirió tres fracciones de tierras linderas, conformando una estancia que abarcó, aproximadamente, 5500 hectáreas. A su muerte, ocurrida en 1711, la propiedad fue dividida entre los herederos…”[1]
Allí, en esa porción de la pampa, que se encuentra saliendo de la provincia, cual fuerte, es que se asentaron los descendientes de quien fundó la ciudad y le puso nombre, uno de ellos es de los más complicados por las pericias en el homicidio, Máximo Thomsen. Su madre, ex funcionaria de gobierno de esa ciudad, secretaria de obras públicas de la intendencia del Kirchnerista Cáffaro hasta momentos después del crimen perpetrado por su hijo y los otros siete rugbiers, porta también ese apellido, el de la localidad: Zárate. Como si fuera un “mundo aparte”, “el paisito”, los jóvenes asesinos crecieron allí, bajo la protección de ese ancestro. La violencia habrá sido para ellos algo así como un derecho adquirido, por herencia, como atestiguan ciudadanos zarateños varios que hablan de “temor”, “poder”, “falta de justicia”, “excesos en público”, “inacción policial”. En esos testimonios, lo que parece abundar es el absurdo: cómo violaban tanto la ley, cómo ponían en peligro tantas vidas, cómo lo hicieron tantas veces y nadie hizo nada. “Estos muchachos lo mataron por diversión”, dijo el tío de Fernando, Inocencio Sosa, en ocasión de arribar a la Argentina para ver a su hermana y presenciar la misa que se hiciera a tres años de la muerte de Fernando. Lo que se omite en los testimonios, lo que se da por sabido, es el origen. Ese es el hilo conductor entre lo que atestiguan los zarateños y la sentencia del tío de Fernando. Se alude a un poder, se elude hablar sobre la naturaleza de ese poder. No es el deporte, no es el dinero, no son las ideas partidarias, no es solamente el machismo. Pareciera más bien que tiene que ver con una conjunción de todos ellos, algo que viene de hace mucho, que se recuerda vagamente, pero que se percibe, como si estuviera en el aire aunque no se mencione: está en el origen.
Algunos de los que saben de rugby dicen que jugar para los señoritos, tiene que ver con quemar la cuota de atavismo, esa que supuestamente se atribuye a los simples mortales que no tienen acceso a un deporte de pocos, mientras los pobres canalizan sentimientos como la bronca, en el trabajo, los rugbiers para lo mismo, tienen al rugby. La hipótesis de que se dio una apertura en las últimas décadas, en las últimas dos o tres, hace agua cuando entramos en la cuenta de que son aproximadamente solo 600 clubes en toda Argentina, donde hay una extensión territorial inmensa, donde el fútbol gracias a los potreros barriales confronta con cifras siderales, frente a los tristes 600, pero además, en un deporte en donde los ingresos –sea por propio patrimonio o el de sus miembros- superan en mucho a los de cualquier pequeño club de fútbol, y además alcanzarían, para poner en pie varios otros. Al respecto salió un texto que rezaba: “No ensucien al rugby” o algo por el estilo. Escrito con pobre argumentación desde un sector muy aislado de la sociedad, pero con el bendito anzuelo para que varios aspiracionistas barriales cooptados, luego de aquel slogan que utilizaran en torno a los All Blacks y a la diversidad en el rugby salieran a desgarrarse vestiduras “por amor al deporte”. Algunos trasnochados en barrios periféricos y en comunidades indígenas, les creyeron aquello de “lo social”, todavía siguen esperando camisetas nuevas, varios de los clubes conformados en réplicas de potreros del rugby, dejaron de existir, y los pibes negros ni “por contextura física”, ni “por talento deportivo” fueron nunca bancados para ir a un mundial. También por estas semanas se vieron en las mesas de algunas librerías de calle Corrientes, ejemplares como el que se titula: Los desaparecidos del rugby, según reza la contratapa, ni siquiera la Asociación Argentina de Rugby quiso en su momento ayudar a la investigación, pero parece que los libreros también se sumaron a ciertas campañas mediáticas… en pos de ver si se vende, quizás un poco de patetismo no le hace mal a nadie.
No es saludable echarle la culpa a una práctica, endilgarle una responsabilidad de tipo social, en este caso de un asesinato. Pero tampoco resulta honesto negar sus implicancias, ya no tan solo como elemento interviniente en una logística que tiene como fin la muerte, y que está planificada, sino en la institución de la violencia, en la violencia como institución, valga la redundancia. Es decir, ya no como mero rito, intercambiable por otro, deportivo o cultural, sino en relación con que conlleva un rol preponderante en pos de las resoluciones clánicas de un grupo x, sus modos de ser, y de trascender, sus modos de operar y de reproducir pensamiento, también de perpetuar lo instituido, pero además de poner de relieve lo instituyente. Es decir, de ponderar lo que lo antecede y de categorizar lo porvenir. ¿Esos elementos serán quizás los que se engloban dentro de lo que la querella llama en este caso “autoría funcional…”?
Lo cierto es que aquel origen al que se alude de soslayo, pero se omite mencionar puntualmente es el que termina otorgando prerrogativas sociales: la supremacía. Son las que constituirían los agravantes de la alevosía en este crimen: en grupo, planificado, de clase, por odio racial, y no es cualquiera de esos otros asesinatos que se traen a colación ahora como anécdota, es uno que ya tuvo lugar, pero que se repite, singular sin embargo, que ya hemos visto por la televisión replicado en tantos otros casos, es uno que define a los responsables como reincidentes. ¿No es similar entonces el asesinato de Fernando al de cualquiera de los que acontecieron en los dos últimos meses en las calles de Perú? ¿No es similar al del asesinato del joven profesor negro, Keenan Anderson, en Estados Unidos?
[1] http://www.hcdzarate.com.ar/index.php?seccion_generica_id=277#:~:text=La%20ciudad%20de%20Z%C3%A1rate%20se,7%20de%20agosto%20de%201860.
*Nota corregida por la autora.
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